Después de mi abducion espiritual
de la bellísima e impresionante Lalibela, mi intención era viajar hasta Gondar.
Para ello debería llegar primero a Casena y luego hasta Wereta y
desde allí a Gondar.
Pero una cosa son los planes y
otras las realidades. Resulta que la noche anterior había llovido con fuerza y
durante largo tiempo.
Después de tomar el autobús a
Casena y coger el coche colectivo que me llevaría a Wereta, tuvimos que parar
nada más llevar unos pocos kilómetros en circulación. Una fila de
coches y camiones taponaban la carretera que aquí todavía era de tierra. Todos
los viajeros de camiones, furgonetas colectivas y coches estaban en pie
esperando acontecimientos.
Nosotros nos bajamos también.
Andando unos cientos de metros más adelante pudimos ver un corrimiento de
tierras de la ladera de la montaña. Este corrimiento había dejado el camino
como arenas movedizas, empantanado y con una enorme capa de barro.
Los coches que intentaban pasar,
patinaban y corrían riesgo de caer ladera abajo. Así que algunos hombres
quitaban el barro con palas.
Varias hileras de camiones estaban
atascados al igual que autobuses y coches. No estaban cada uno en su carril
correspondiente, sino que estaban desparramados por el camino como si hubieran
caído al azar. Así varios kilómetros de tapón.
Pensaba que de allí no salíamos ni
en cien vidas. Ellos parecían estar acostumbrados a esto y reían y se lo
tomaban con humor.
Estuvimos parados unas dos horas,
por lo que mis planes de ir a Gondar en el día se desvanecieron durante ese
atasco.
Cuando los hombres hubieron
retirado una importante cantidad de barro, automáticamente varios coches y
camiones maniobraron para dejar un hueco lateral. Por allí pasaron los primeros
camiones cuesta arriba y derrapando peligrosamente de un lado a otro
del camino, con los aplausos entusiastas de todos los viajeros que estaban en
las cunetas arropados con mantas y diferentes atuendos. Algunos de los camiones
se acercaron peligrosamente al abismo, pero la pericia de los pilotos evitó la
fatalidad.
Después de unos minutos con varios
coches subiendo, empezaron a bajar algunos siguiendo la huella de los demás. Al
cabo de un tiempo comenzamos a circular todos. Pocos minutos íbamos a buena
velocidad dirección a Wereta.
Poco duró la alegría. No había
pasado ni una hora, cuando los conductores decidieron que era la hora de comer.
Así que hicimos una parada en el pueblo correspondiente.
Después de comer algo reanudamos el
camino, pero no paso ni media hora hasta que nuestra furgoneta colectiva paró
otra vez. Algo dijeron los conductores, una exclamación más alta de lo normal
que captó la atención de los viajeros.
Miré por la ventanilla y me pareció
una multitud de gente alrededor de un puesto de carretera. Al mirar con más
detenimiento, me di cuenta de que la multitud no estaba en ningún puesto. Era
un grupo de personas que socorría a otros tantos. Algunas de ellas estaban
lastimosamente heridos y un poco más allá un coche colectivo estaba
volcado.
Seguramente ese colectivo había corrido
demasiado queriendo recuperar el tiempo perdido tras el corrimiento de tierra.
Un hombre mayor tenía una tela
blanca llena de sangre que le cubría la cabeza, mientras que un niño pequeño
gritaba a su lado. Otra mujer con heridas en la pierna se quejaba amargamente.
Varios de los viajeros del colectivo accidentado estaban sentados en piedras
con las manos en la cabeza.
Cuando bajamos pudimos ver al
acercarnos más, que un chaval de unos 16 años yacía inconsciente casi debajo
del colectivo volcado. Tenía los ojos abiertos y un hilillo de sangre en una de
las comisuras de los labios. El pobre acababa de morir.
¡Que tristeza me entró!, a mí y a
todos los que estaban allí. Hice un comentario acerca de cerrarle los
ojos y alguien lo intentó sin éxito. Había pasado el suficiente tiempo como
para que no se cerraran.
Un autobús con pasajeros paró junto
a otros coches que ya habían parado a socorrer. Muchas mujeres del autobús
lloraban al ver las escenas echándose las manos a la cabeza.
Observando con detenimiento el
coche accidentado se apreciaban los golpes laterales en la chapa y los
cristales rotos. Parecía que el chófer había perdido el control y este había
dado varias vueltas de campana. Varios de los accidentados salieron despedidos y
el coche cayó encima del joven muerto.
Alguien tomo su cartera del vaquero
que llevaba para ver su documentación y avisar a la familia.
Estuvimos casi una hora hasta que
nos fuimos. Ni un policía pasó. No hay policía de carretera en Etiopía. Ni uno
vi en mis casi 2000 km por el Sur en bicicleta. Tampoco los vi por el Norte en
mi viaje en colectivos o autobuses
Ya lo he dicho alguna vez. El mayor
de los peligros de muchos países en desarrollo es la carretera. La conducción
temeraria y casi suicida, con poco respeto a las normas de seguridad.
La consigna de los conductores de
colectivos: “Cuanto más viajas más dinero ganas” va en su contra y en el de los
viajeros.
Era una pena, un pobre inocente
había perdido la vida de una manera estúpida.
Así que seguí mi camino hacia Bahir
Dar, descartando totalmente ir a Gondar.
No tenía fuerza ni entusiasmo
después de los visto. Contrataría la excursión a los monasterios del lago Tana
para el día siguiente y descansaría de un día largo y duro.
Llegué cansado a Bahir Dar, me
duché y comí un par de mazorcas callejeras, compré también dos mangos enormes y
unas galletas.
Más descansado y con la tripa
llena, conseguí recuperar algo el ánimo.
Me encontré en mi hotel con uno de
los chavales que ofrecían viajes en barco para ver los monasterios
del lago Tana. Por 300 Birr quedamos a las 8:30 A. M. en el embarcadero. Le di
100 Birr como adelanto y le grabé en el móvil para que no me timara. El no puso
objeción.
En realidad, estos precios de 300
birr los ofrecían intermediarios. Una vez en el barco no había que pagar el
viaje en lancha por las islas, pero si había que pagar la entrada a los
templos. 100 Birr (4 euros) por templo. Dado que eran unos cuantos, el
desembolso no era desdeñable.
No es que sea muy caro, pero si lo
es para Etiopía, sobre todo teniendo en cuenta que los etíopes pagaban sólo la
cuarta parte.


Por otra parte, la visita a
los templos del lago Tana era algo que esperaba con
ilusión
El lago Tana es inmenso y con 2.156
km² es un mar de agua dulce. Teniendo en cuenta que Madrid capital tiene 605,77
Km cuadrados y Barcelona 101, estamos hablando de un lago de dimensiones
monstruosas. En algunos lugares tiene un ancho de 75 km.
Tiene treinta y siete islas, casi
todas con un monasterio. En algunas hay gente viviendo mientras que otras están
desiertas.
Algunos monasterios están en
penínsulas que sobresalen hacia el interior del lago.
Muchos pueblos viven de la pesca en
sus orillas y destacan sus barcas de papiro.
Uno tiene que decidir qué quiere
ver, ya que ver todas es difícil y hay algunas más inaccesibles y muy alejadas.
El tiempo que tengas te da las pautas para elegir. En mi caso no tenía
demasiado tiempo, así que me decidí por la excursión que visitaba
las islas cercanas a Bahir Dar.
Este viaje es suficiente para
hacerte una idea de cómo son los templos de este lago y la espiritualidad que
allí se vive junto un turismo todavía poco invasivo.
Cuando llegué al embarcadero y
mientras esperaba la lancha, estuve haciendo fotos de unos trabajadores
que estaban descargando arena de un barco a paladas.
El barco estaba bastante viejo y
tendría unos 13 metros de eslora. Era azul con pintura carcomida y oxidaba y
aun así lucía bonito.
Me imaginaba la de barcos que se
encargaban de conseguir arena del fondo del lago para usarla en las obras como
mortero u otras aplicaciones.
La arena en las obras es cada vez
más cara, sobre todo en países civilizados, que las compran a países en vías de
desarrollo por millones de toneladas, estos esquilman sus fondos
para terceros.
China por ejemplo ha gastado más
arena para la construcción en 4 años que Estados Unidos en un siglo.
Este enlace habla de ello y
el artículo no tiene desperdicio.
“La arena es hoy el recurso
natural más demandado del mundo, después del agua y por delante de los
combustibles fósiles. Se ha convertido en un bien muy cotizado, imprescindible
para las civilizaciones modernas. “Nuestra sociedad está literalmente construida
sobre arena”, reconoce Pascal Peduzzi, jefe de la Unidad de Cambio Global y
Vulnerabilidad del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente”
Mientras pensaba en esto, no deje
de fotografiar aquel generoso esfuerzo de los obreros sin un elevador siquiera.
Había visto en frente del hotel de
Bahir Dar, como otro edificio en obras se elevaba y los que transportaban la
arena a la planta más alta eran mujeres. Había una polea que llevaba arena
hasta las plantas altas, pero los dos últimos pisos requerían un porteo manual.
Este último lo hacían mujeres subiendo escaleras.
Salí de mis pensamientos en cuanto
apareció la lancha y su conductor. Subimos unas diez personas que visitaríamos
las islas y sus templos ese día. Casi todos eran etíopes menos una pareja
estadounidense.
La lancha se puso en marcha en
dirección a la isla donde se encontraba el monasterio de Entos Eyesu.
Fue la primera visita a una de las
islas.
El edificio que albergaba el
monasterio era bastante corriente con paredes de piedra moderna y techo
anaranjado de chapa. No se parecía en nada a los que veríamos luego con techo
de brezo y madera.
Este monasterio era vulgar por
fuera pero por dentro era increíble, con fabulosos iconos, trípticos coloreados
y unas pinturas religiosas tipo naif que representaban a Jesucristo,
la Virgen María, ángeles y santos de todo tipo.
Algunos peregrinos se postraban en
el suelo y boca abajo ante los dibujos. Los suelos estaban alfombrados y uno
debía andar descalzo dentro de los monasterios.


Fuera de los monasterios había
monjes etíopes, estos son cristianos ortodoxos y se dedican a
meditar, rezar o atender a los turistas. Mostraban también reliquias y
manuscritos antiquísimos de incalculable valor a todo el que quisiera verlos.
Cuando desembarcamos me tocó
desembolsar 100 Birr por entrar al monasterio. Cada monasterio costaba eso para
los extranjeros. Mientras los etíopes 25 Birr. Cuatro euros no eran demasiado
dinero, pero era caro para Etiopía. Más si ya había pagado antes 300. Creí que
en esa suma iba todo.
Al parecer sólo iba la lancha. En
fin, tocó resignarse. De esas veces que crees que te han tomado el pelo y no
hay nada que hacer.
Después de ver este monasterio,
fuimos a visitar en un recorrido en lancha de casi 40 minutos, el monasterio
de Azewa Mariam, situado en la península de Zewa.
De los que vi, fue el que más
me gustó. No sólo por el monasterio en sí, sino por el entorno del mismo en una
frondosa zona de vegetación y con diferentes embarcaciones de papiro, de las
que tanto había leído y deseaba ver.
Justo en las orillas del
embarcadero había una mujer con sus hijos tendiendo la ropa lavada en las ramas
de los árboles. Una de las niñas jugaba encima de una barca de papiro que
estaba varada en la orilla.
No pude evitar tirar unas cuantas
fotos y la niña pareció encantada.
Durante el recorrido a pie hasta el
monasterio, había bastantes puestos donde vendían todo tipo de cosas
relacionadas con los monasterios, desde pinturas, pulseras con cruces,
colgantes, pañuelos religiosos...
También vendían otras objetos sin
relación con los monasterios. De uno de ellos me encapriché y terminé
comprándolo de vuelta al embarcadero.
Cuando llegamos al monasterio me
encantó su estructura de madera, cáñamo y brezo en el tejado. El interior era
de una belleza barroca preciosa. Sobrias columnas de madera, suelo enmoquetado
de alfombras de diferentes colores, paredes de adobe, techo de caña debajo del
brezo, paredes empapeladas con las telas pintadas de motivos religiosos del
Nuevo y Viejo Testamento, todo con influencias Bizantinas.
Enormes puertas de madera daban
paso al interior.
Al ser el monasterio circular, un gran pasillo periférico recorría todo el exterior y las diferentes puertas iban dando acceso a la parte central.
La luz exterior pasaba con cierta
dificultad al interior, lo que confería al monasterio una atmósfera de luz
tenue y casi mágica.
Un par de campanas de considerable
tamaño colgaban de una biga de madera del pasillo exterior. No había detalles
que no llamaran la atención en aquel monasterio.
Un monje se encargó de mostrar
reliquias como capas, gorros y manuscritos antiguos.
Algunos monjes mayores paseaban
fuera del monasterio con una cruz de madera en la mano. Parecían meditar, pero
también estaban pendientes de los turistas.


A la vuelta desandamos el camino de
puestecitos hacia el embarcadero. Me había encaprichado de una especie tartera
de cuero. Las había visto en el Valle del Omo, pero no pude comprarla ya que
allí iba en bicicleta todavía y era un trasto bastante grande.
Eran de forma cilíndrica y con una
tapa también de cuero que se asemejaba en forma a una cazuela de perfil bajo.
Se supone que servía para llevar la
comida en su interior. Había visto como las usaban los Hamer en el Valle del
Omo. Allí llevaban lo necesario para alimentarse un día cuando se alejaban de
sus casas para ir a los lejanos mercados o donde se terciara.
La tartera estaba deliciosamente
elaborada a mano y tenía una tapa que se sujetaba con cordeles de cuero. A su
vez estaba acabada con un asa para llevarla colgada, además de diferentes
adornos muy refinados con cordeles recorridos por cuentas diminutas y doradas y
otras mayores en rojo u negro. Era toda una obra maestra y representaba un
recuerdo increíble tanto del Norte como del Sur de Etiopía.
Estuve regateando un buen rato sin
conseguir casi rebaja. Me fui de allí con la esperanza de que vinieran a
ofrecérmelo más barato, como así fue, pero el ofrecimiento me llegó 200 metros
después a través de un niño que había enviado el vendedor. Me tocó volver para
poder comprarlo.
Satisfecho me volví a la zona del
embarcadero con mi recompensa.
Después de un tiempo
recorriendo el monasterio y de los diferentes regateos, ya que también compré
algunas pulseras, estuve haciendo fotos de los alrededores.




Despues de la agradable visita a la
peínsula de Zewa, la lancha puso rumbo al monasterio de Debre
Mariam.
Allí, antes de la visita preceptiva
al monasterio, tuvimos tiempo para comer y descansar. Incluso pude navegar en
una barca de papiro.
Nada más desembarcar, un niño pasó
remando y recorriendo el lago en una embarcación de papiro. En su barca llevaba
pasto fresco seguramente para ganado.
Era increíble, pero resulta que una
barca de este tipo duraba entre tres y cuatro meses antes de pudrirse, por lo
que había que fabricarse una cada cierto tiempo. Al parecer se fabricaba
bastante rápido y el material no escaseaba. Así que su caducidad no era
primordial.
En un lado del embarcadero un grupo
de mujeres vendían fruta fresca y de muy buen ver que descansaba en grandes
barreños de plástico. Casi todo eran plátanos y mango.
Algunas estaban atendiendo el puesto
con sus hijos y casi todas se protegían del sol con un paraguas. Formaban un
grupo multicolor y alegre.
Poco después nos dispusimos a
comer en una especie de porches hechos de madera. Allí por un módico precio
comeríamos pescado (tilapia) del lago Tana y frito en enormes sartenes. Estaba
delicioso y bien presentado con pan fresco, un limón y una lima para acompañar.
Después de comer estuve
haciendo fotos a una barca de papiro, esta estaba en una de las orillas del
embarcadero. El dueño de la embarcación apareció de repente y me invito a
montar. Me enseño como debía manejar la pértiga en profundidad y como esta
misma servía de remo cuando el agua tenía apenas dos palmos.
Estuvimos haciendo prácticas cerca
de la orilla.
Fue un rato muy divertido y al
final le di algo de dinero al hombre que había estado muy amable y paciente
conmigo.




Allí también había monjes en el
exterior, pero no parecía haber mucha gente. Por lo visto, el
monasterio estaba en obras, así que no se podía visitar por dentro. Sólo
podíamos verlo desde fuera, aunque me las arreglé para que me abrieran una
ventana y pude ver la parte interior.
Su techo a pesar de ser de chapa
verde, tenía debajo un armazón de madera y brezo. También su interior estaba
hecho con madera y paredes de adobe. Por supuesto no faltaban sus famosas
pinturas religiosas y algunos instrumentos musicales como tambores
coloridamente decorados.
Por fuera observé como algunos
niños jugaban tranquilamente. Luego estuve examinado con detenimiento las
plantas de papiro que crecían en los alrededores del monasterio.










A la vuelta en lancha, como
casi todas las tardes en Bahar Dar, unas nubes negras formadas por la enorme
evaporación durante el día, estaban dispuestas a recorrer el camino inverso
hacia el suelo.
Pronto la luz de cielo casi desapareció
y predominó un color amarillento grisáceo en las aguas del lago Tana.
Era un paisaje precioso, ya que las
aguas amarillas estaban techadas por enormes nubes grises y negras. Era un
espectáculo espectacular y amenazante. Esos cielos tremendistas que a mí me
gustan tanto...
Justo al llegar al puerto empezó a
llover con fuerza. Estuve un rato a cubierto hasta que hubo una pausa
suficiente para poder llegar al hotel.
Después de un rato de descanso y
algo de comida, salí inmediatamente al lugar donde se venden los tickets para
Addis Abeba. Tenía billete para al día siguiente por la mañana, pero decidí
retrasarlo un día más para poder ver Gondar.
Pensaba salir al día siguiente para
Gondar, pero era un palizón ir y volver a Gondar en un día. Así que decidí ir
esa misma tarde. Claro que eso no lo decidí de inmediato, sino no me hubiera
entretenido en hacer fotos del mercado que había cerca de lugar donde salían
los autobuses para Addis.
Ya había visto algunos
mercados de Etiopía, algunos como el de Key Afer o Turmi Inigualables por su
encanto tribal, o el de Bulbulla por su toque rural y virgen de
turistas.
Esta era bastante normal comparado
con los otros. Pero a la vez no podía dejar de ser sublime comparado con
cualquier mercado conocido en Europa.
Allí mismo, delante de mis narices,
una mujer hablaba tranquilamente con otra compradora mientras
que con una mano sujetaba un par de gallinas vivas recién compradas que
colgaban cabeza abajo.
Un poco más allá un vendedor
ofrecía tiernas hierbas que se utilizan como base y adorno para el
ritual del café.
Enfrente, multitud de mujeres
vendían toda clase de frutas, verduras y hortalizas, creando un colorido
complementado con sus vestidos también llamativos. Cebollas, tomates,
pimientos, patatas, mazorcas de maíz, huevos depositados en enormes
barreños, zanahorias y lo que uno quisiera encontrar. Casi siempre
esparcido en el suelo y protegido de este por una alfombra de rafia.



Casi todo eran vendedoras y algunas
llevaban pequeñas balanzas para pesar la mercancía.
Una mujer daba el pecho a su
pequeño mientras esperaba vender su mercancía de patatas.
Un hombre se paseaba con un cayado
de madera llevado al hombro. De él colgaban de cada extremo un montón de gallos
y gallinas, más o menos la misma cantidad en cada extremo del palo para poder
caminar equilibrado. Los gallos y gallinas ni se movían a pesar de estar vivos,
parecían resignados a su suerte.
Luego de terminar de deleitarme con
el mercado me dirigí a un banco a cambiar 50 euros en Birr. Necesitaba algo de
liquidez en moneda local.
De allí me dirigí a la estación de
colectivos en un arrebato. Pensé que no era tarde todavía para ir a Gondar, ya
que serían como las cuatro y media de la tarde.
Apalabré una plaza
en furgoneta colectiva y les dije que antes tenía que ir a por mí
mochila al hotel.
Me dijeron que sin problemas, es
más, el ayudante del conductor me acompaño para saber dónde estaba mi
hotel e irme a buscar después. No querían perder ni un solo cliente
y menos si era farangi.
Al recepcionista del
hotel le dije que esa noche no me quedaba, pero que me quedaría al día
siguiente a la vuelta de Gondar. Llegamos a un acuerdo para pagar una noche y
media en vez de dos. Ya que ese día había estado ocupando la habitación aunque
no hubiera estado casi allí.
Recogí mi pequeña mochila y les
dejé la enorme, preciada y tribal tartera de cuero para poder viajar cómodo.


Cuando salí del hotel, me encontré
en la misma puerta el colectivo que estaba esperándome para ir a
Gondar con los demás pasajeros ya dentro.
Todo un poco precipitado, pero
había que aprovechar el poco tiempo que tenía por el Norte.
Quedaban pocas horas de luz, ya que
Salí de Bahir Dar a las 5 de la tarde, así que a mitad de camino nos anocheció.
Pero antes pude comprobar el precioso paisaje entre montañas que había desde
Bahir Dar a Gondar en las casi tres horas de viaje.
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