viernes, 3 de enero de 2020

Monasterios e islas del lago Tana






Después de mi abducion espiritual de la bellísima e impresionante Lalibela, mi intención era viajar hasta Gondar. Para ello debería llegar primero a Casena y luego  hasta Wereta y desde allí a Gondar.

Pero una cosa son los planes y otras las realidades. Resulta que la noche anterior había llovido con fuerza y durante largo tiempo.

Después de tomar el autobús a Casena y coger el coche colectivo que me llevaría a Wereta, tuvimos que parar nada más llevar unos pocos kilómetros en circulación. Una  fila de coches y camiones taponaban la carretera que aquí todavía era de tierra. Todos los viajeros de camiones, furgonetas colectivas y coches estaban en pie esperando acontecimientos.


Nosotros nos bajamos también. Andando unos cientos de metros más adelante pudimos ver un corrimiento de tierras de la ladera de la montaña. Este corrimiento había dejado el camino como arenas movedizas, empantanado y con una enorme capa de barro.

Los coches que intentaban pasar, patinaban y corrían riesgo de caer ladera abajo. Así que algunos hombres quitaban el barro con palas.
Varias hileras de camiones estaban atascados al igual que autobuses y coches. No estaban cada uno en su carril correspondiente, sino que estaban desparramados por el camino como si hubieran caído al azar. Así varios kilómetros de tapón.
Pensaba que de allí no salíamos ni en cien vidas. Ellos parecían estar acostumbrados a esto y reían y se lo tomaban con humor.

Estuvimos parados unas dos horas, por lo que mis planes de ir a Gondar en el día se desvanecieron durante ese atasco.

Cuando los hombres hubieron retirado una importante cantidad de barro, automáticamente varios coches y camiones maniobraron para dejar un hueco lateral. Por allí pasaron los primeros camiones cuesta arriba y derrapando  peligrosamente de un lado a otro del camino, con los aplausos entusiastas de todos los viajeros que estaban en las cunetas arropados con mantas y diferentes atuendos. Algunos de los camiones se acercaron peligrosamente al abismo, pero la pericia de los pilotos evitó la fatalidad.

Después de unos minutos con varios coches subiendo, empezaron a bajar algunos siguiendo la huella de los demás. Al cabo de un tiempo comenzamos a circular todos. Pocos minutos íbamos a buena velocidad dirección a Wereta.



Poco duró la alegría. No había pasado ni una hora, cuando los conductores decidieron que era la hora de comer. Así que hicimos una parada en el pueblo correspondiente.

Después de comer algo reanudamos el camino, pero no paso ni media hora hasta que nuestra furgoneta colectiva paró otra vez. Algo dijeron los conductores, una exclamación más alta de lo normal que captó la atención de los viajeros.  
Miré por la ventanilla y me pareció una multitud de gente alrededor de un puesto de carretera. Al mirar con más detenimiento, me di cuenta de que la multitud no estaba en ningún puesto. Era un grupo de personas que socorría a otros tantos. Algunas de ellas estaban lastimosamente heridos y un poco más allá un coche  colectivo estaba volcado.

Seguramente ese colectivo había corrido demasiado queriendo recuperar el tiempo perdido tras el corrimiento de tierra.
Un hombre mayor tenía una tela blanca llena de sangre que le cubría la cabeza, mientras que un niño pequeño gritaba a su lado. Otra mujer con heridas en la pierna se quejaba amargamente. Varios de los viajeros del colectivo accidentado estaban sentados en piedras con las manos en la cabeza.

Cuando bajamos pudimos ver al acercarnos más, que un chaval de unos 16 años yacía inconsciente casi debajo del colectivo volcado. Tenía los ojos abiertos y un hilillo de sangre en una de las comisuras de los labios. El pobre acababa de morir.

¡Que tristeza me entró!, a mí y a todos los que estaban allí. Hice un comentario acerca de cerrarle los  ojos y alguien lo intentó sin éxito. Había pasado el suficiente tiempo como para que no se cerraran.

Un autobús con pasajeros paró junto a otros coches que ya habían parado a socorrer. Muchas mujeres del autobús lloraban al ver las escenas echándose las manos a la cabeza.

Observando con detenimiento el coche accidentado se apreciaban los golpes laterales en la chapa y los cristales rotos. Parecía que el chófer había perdido el control y este había dado varias vueltas de campana. Varios de los accidentados salieron despedidos y el coche cayó encima del joven muerto.

Alguien tomo su cartera del vaquero que llevaba para ver su documentación y avisar a la familia.

Estuvimos casi una hora hasta que nos fuimos. Ni un policía pasó. No hay policía de carretera en Etiopía. Ni uno vi en mis casi 2000 km por el Sur en bicicleta. Tampoco los vi por el Norte en mi viaje en colectivos o autobuses



Ya lo he dicho alguna vez. El mayor de los peligros de muchos países en desarrollo es la carretera. La conducción temeraria y casi suicida, con poco respeto a las normas de seguridad.

La consigna de los conductores de colectivos: “Cuanto más viajas más dinero ganas” va en su contra y en el de los viajeros.
Era una pena, un pobre inocente había perdido la vida de una manera estúpida.

Así que seguí mi camino hacia Bahir Dar, descartando totalmente ir a Gondar.

No tenía fuerza ni entusiasmo después de los visto. Contrataría la excursión a los monasterios del lago Tana para el día siguiente y descansaría de un día largo y duro.

Llegué cansado a Bahir Dar, me duché y comí un par de mazorcas callejeras, compré también dos mangos enormes y unas galletas.

Más descansado y con la tripa llena, conseguí recuperar algo el ánimo.

Me encontré en mi hotel con uno de los chavales que ofrecían viajes en  barco para ver los monasterios del lago Tana. Por 300 Birr quedamos a las 8:30 A. M. en el embarcadero. Le di 100 Birr como adelanto y le grabé en el móvil para que no me timara. El no puso objeción.

En realidad, estos precios de 300 birr los ofrecían intermediarios. Una vez en el barco no había que pagar el viaje en lancha por las islas, pero si había que pagar la entrada a los templos. 100 Birr (4 euros) por templo. Dado que eran unos cuantos, el desembolso no era desdeñable.

No es que sea muy caro, pero si lo es para Etiopía, sobre todo teniendo en cuenta que los etíopes pagaban sólo la cuarta parte.












Por otra parte, la visita a los templos del lago Tana era algo que esperaba con ilusión
El lago Tana es inmenso y con 2.156 km² es un mar de agua dulce. Teniendo en cuenta que Madrid capital tiene 605,77 Km cuadrados y Barcelona 101, estamos hablando de un lago de dimensiones monstruosas. En algunos lugares tiene un ancho de 75 km.

Tiene treinta y siete islas, casi todas con un monasterio. En algunas hay gente viviendo mientras que otras están desiertas.
Algunos monasterios están en penínsulas que sobresalen hacia el interior del  lago.
Muchos pueblos viven de la pesca en sus orillas y destacan sus barcas de papiro.

Uno tiene que decidir qué quiere ver, ya que ver todas es difícil y hay algunas más inaccesibles y muy alejadas. El tiempo que tengas te da las pautas para elegir. En mi caso no tenía demasiado tiempo, así que me decidí por la excursión que visitaba las islas cercanas a Bahir Dar.

Este viaje es suficiente para hacerte una idea de cómo son los templos de este lago y la espiritualidad que allí se vive junto un turismo todavía poco invasivo.


Cuando llegué al embarcadero y mientras esperaba la lancha, estuve haciendo fotos  de unos trabajadores que estaban descargando arena de un barco a paladas. 

El barco estaba bastante viejo y tendría unos 13 metros de eslora. Era azul con pintura carcomida y oxidaba y aun así lucía bonito. 

Me imaginaba la de barcos que se encargaban de conseguir arena del fondo del lago para usarla en las obras como mortero u otras aplicaciones.

La arena en las obras es cada vez más cara, sobre todo en países civilizados, que las compran a países en vías de desarrollo por millones de  toneladas, estos esquilman sus fondos para terceros.

China por ejemplo ha gastado más arena para la construcción en 4 años que Estados Unidos en un siglo.
 Este enlace habla de ello y el artículo no tiene desperdicio.



 “La arena es hoy el recurso natural más demandado del mundo, después del agua y por delante de los combustibles fósiles. Se ha convertido en un bien muy cotizado, imprescindible para las civilizaciones modernas. “Nuestra sociedad está literalmente ­construida sobre arena”, reconoce Pascal Peduzzi, jefe de la Unidad de Cambio Global y Vulnerabilidad del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente”

Mientras pensaba en esto, no deje de fotografiar aquel generoso esfuerzo de los obreros sin un elevador siquiera.

Había visto en frente del hotel de Bahir Dar, como otro edificio en obras se elevaba y los que transportaban la arena a la planta más alta eran mujeres. Había una polea que llevaba arena hasta las plantas altas, pero los dos últimos pisos requerían un porteo manual. Este último lo hacían mujeres subiendo escaleras.

Salí de mis pensamientos en cuanto apareció la lancha y su conductor. Subimos unas diez personas que visitaríamos las islas y sus templos ese día. Casi todos eran etíopes menos una pareja estadounidense.

La lancha se puso en marcha en dirección a la isla donde se encontraba el monasterio de Entos Eyesu.

Fue la primera visita a una de las islas. 
El edificio que albergaba el monasterio era bastante corriente con paredes de piedra moderna y techo anaranjado de chapa. No se parecía en nada a los que veríamos luego con techo de brezo y madera.

Este monasterio era vulgar por fuera pero por dentro era increíble, con fabulosos iconos, trípticos coloreados y unas pinturas religiosas tipo naif que representaban  a Jesucristo, la Virgen María, ángeles y santos de todo tipo.

Algunos peregrinos se postraban en el suelo y boca abajo ante los dibujos. Los suelos estaban alfombrados y uno debía andar descalzo dentro de los monasterios.











Fuera de los monasterios había monjes etíopes, estos son  cristianos ortodoxos y se dedican a meditar, rezar o atender a los turistas. Mostraban también reliquias y manuscritos antiquísimos de incalculable valor a todo el que quisiera verlos.

Cuando desembarcamos me tocó desembolsar 100 Birr por entrar al monasterio. Cada monasterio costaba eso para los extranjeros. Mientras los etíopes 25 Birr. Cuatro euros no eran demasiado dinero, pero era caro para Etiopía. Más si ya había pagado antes 300. Creí que en esa suma iba todo. 

Al parecer sólo iba la lancha. En fin, tocó resignarse. De esas veces que crees que te han tomado el pelo y no hay nada que hacer.



Después de ver este monasterio, fuimos a visitar en un recorrido en lancha de casi 40 minutos, el monasterio de Azewa Mariam, situado en la península de Zewa.

 De los que vi, fue el que más me gustó. No sólo por el monasterio en sí, sino por el entorno del mismo en una frondosa zona de vegetación y con diferentes embarcaciones de papiro, de las que tanto había leído y deseaba ver.

Justo en las orillas del embarcadero había una mujer con sus hijos tendiendo la ropa lavada en las ramas de los árboles. Una de las niñas jugaba encima de una barca de papiro que estaba varada en la orilla.
No pude evitar tirar unas cuantas fotos y la niña pareció encantada.

Durante el recorrido a pie hasta el monasterio, había bastantes puestos donde vendían todo tipo de cosas relacionadas con los monasterios, desde pinturas, pulseras con cruces, colgantes, pañuelos religiosos...
También vendían otras objetos sin relación con los monasterios. De uno de ellos me encapriché y terminé comprándolo de vuelta al embarcadero.

Cuando llegamos al monasterio me encantó su estructura de madera, cáñamo y brezo en el tejado. El interior era de una belleza barroca preciosa. Sobrias columnas de madera, suelo enmoquetado de alfombras de diferentes colores, paredes de adobe, techo de caña debajo del brezo, paredes empapeladas con las telas pintadas de motivos religiosos del Nuevo y Viejo Testamento, todo con influencias Bizantinas.
Enormes puertas de madera daban paso al interior.







Al ser el monasterio circular, un gran pasillo periférico recorría todo el exterior y las diferentes puertas iban dando acceso a la parte central.
La luz exterior pasaba con cierta dificultad al interior, lo que confería al monasterio una atmósfera de luz tenue y casi mágica.
Un par de campanas de considerable tamaño colgaban de una biga de madera del pasillo exterior. No había detalles que no llamaran la atención en aquel monasterio.

Un monje se encargó de mostrar reliquias como capas, gorros y manuscritos antiguos.
Algunos monjes mayores paseaban fuera del monasterio con una cruz de madera en la mano. Parecían meditar, pero también estaban pendientes de los turistas.













A la vuelta desandamos el camino de puestecitos hacia el embarcadero. Me había encaprichado de una especie tartera de cuero. Las había visto en el Valle del Omo, pero no pude comprarla ya que allí iba en bicicleta todavía y era un trasto bastante grande.

Eran de forma cilíndrica y con una tapa también de cuero que se asemejaba en forma a una cazuela de perfil bajo.

Se supone que servía para llevar la comida en su interior. Había visto como las usaban los Hamer en el Valle del Omo. Allí llevaban lo necesario para alimentarse un día cuando se alejaban de sus casas para ir a los lejanos mercados o donde se terciara.

La tartera estaba deliciosamente elaborada a mano y tenía una tapa que se sujetaba con cordeles de cuero. A su vez estaba acabada con un asa para llevarla colgada, además de diferentes adornos muy refinados con cordeles recorridos por cuentas diminutas y doradas y otras mayores en rojo u negro. Era toda una obra maestra y representaba un recuerdo increíble tanto del Norte como del Sur de Etiopía.

Estuve regateando un buen rato sin conseguir casi rebaja. Me fui de allí con la esperanza de que vinieran a ofrecérmelo más barato, como así fue, pero el ofrecimiento me llegó 200 metros después a través de un niño que había enviado el vendedor. Me tocó volver para poder comprarlo.

Satisfecho me volví a la zona del embarcadero con mi recompensa.


Después de un  tiempo recorriendo el monasterio y de los diferentes regateos, ya que también compré algunas pulseras, estuve haciendo fotos de los alrededores.









Despues de la agradable visita a la peínsula de Zewa, la lancha puso rumbo al  monasterio de Debre Mariam.
Allí, antes de la visita preceptiva al monasterio, tuvimos tiempo para comer y descansar. Incluso pude navegar en una barca de papiro.

Nada más desembarcar, un niño pasó remando y recorriendo el lago en una embarcación de papiro. En su barca llevaba pasto fresco seguramente para ganado.
Era increíble, pero resulta que una barca de este tipo duraba entre tres y cuatro meses antes de pudrirse, por lo que había que fabricarse una cada cierto tiempo. Al parecer se fabricaba bastante rápido y el material no escaseaba. Así que su caducidad no era primordial.

En un lado del embarcadero un grupo de mujeres vendían fruta fresca y de muy buen ver que descansaba en grandes barreños de plástico. Casi todo eran plátanos y mango.
Algunas estaban atendiendo el puesto con sus hijos y casi todas se protegían del sol con un paraguas. Formaban un grupo multicolor y alegre.

 Poco después nos dispusimos a comer en una especie de porches hechos de madera. Allí por un módico precio comeríamos pescado (tilapia) del lago Tana y frito en enormes sartenes. Estaba delicioso y bien presentado con pan fresco, un limón y una lima para acompañar.

 Después de comer estuve haciendo fotos a una barca de papiro, esta estaba en una de las orillas del embarcadero. El dueño de la embarcación apareció de repente y me invito a montar. Me enseño como debía manejar la pértiga en profundidad y como esta misma servía de remo cuando el agua tenía apenas dos palmos. 
Estuvimos haciendo prácticas cerca de la orilla.
Fue un rato muy divertido y al final le di algo de dinero al hombre que había estado muy amable y paciente conmigo.












Allí también había monjes en el exterior, pero no parecía haber mucha gente.  Por lo visto, el monasterio estaba en obras, así que no se podía visitar por dentro. Sólo podíamos verlo desde fuera, aunque me las arreglé para que me abrieran una ventana y pude ver la parte interior.

Su techo a pesar de ser de chapa verde, tenía debajo un armazón de madera y brezo. También su interior estaba hecho con madera y paredes de adobe. Por supuesto no faltaban sus famosas pinturas religiosas y algunos instrumentos musicales como tambores coloridamente decorados.

Por fuera observé como algunos niños jugaban tranquilamente. Luego estuve examinado con detenimiento las plantas de papiro que crecían en los alrededores del monasterio.

















 A la vuelta en lancha, como casi todas las tardes en Bahar Dar, unas nubes negras formadas por la enorme evaporación durante el día, estaban dispuestas a recorrer el camino inverso hacia el suelo.

Pronto la luz de cielo casi desapareció y predominó un color amarillento grisáceo en las aguas del lago Tana.
Era un paisaje precioso, ya que las aguas amarillas estaban techadas por enormes nubes grises y negras. Era un espectáculo espectacular y amenazante. Esos cielos tremendistas que a mí me gustan tanto...


Justo al llegar al puerto empezó a llover con fuerza. Estuve un rato a cubierto hasta que hubo una pausa suficiente para poder llegar al hotel.

Después de un rato de descanso y algo de comida, salí inmediatamente al lugar donde se venden los tickets para Addis Abeba. Tenía billete para al día siguiente por la mañana, pero decidí retrasarlo un día más para poder ver Gondar.




Pensaba salir al día siguiente para Gondar, pero era un palizón ir y volver a Gondar en un día. Así que decidí ir esa misma tarde. Claro que eso no lo decidí de inmediato, sino no me hubiera entretenido en hacer fotos del mercado que había cerca de lugar donde salían los autobuses para Addis.

 Ya había visto algunos mercados de Etiopía, algunos como el de Key Afer o Turmi Inigualables por su encanto tribal, o el de Bulbulla por su toque rural  y virgen de turistas.

Esta era bastante normal comparado con los otros. Pero a la vez no podía dejar de ser sublime comparado con cualquier mercado conocido en Europa. 

Allí mismo, delante de mis narices, una mujer hablaba tranquilamente con otra compradora mientras que con una mano sujetaba un par de gallinas vivas recién compradas que colgaban cabeza abajo.



Un poco más allá un vendedor ofrecía tiernas hierbas que se utilizan como base y adorno  para el ritual del café.

Enfrente, multitud de mujeres vendían toda clase de frutas, verduras y hortalizas, creando un colorido complementado con sus vestidos también llamativos. Cebollas, tomates, pimientos, patatas, mazorcas de maíz, huevos depositados en enormes barreños,  zanahorias y lo que uno quisiera encontrar. Casi siempre esparcido en el suelo y protegido de este por una alfombra de rafia.









Casi todo eran vendedoras y algunas llevaban pequeñas balanzas para pesar la mercancía. 

Una mujer daba el pecho a su pequeño mientras esperaba vender su mercancía de patatas.

Un hombre se paseaba con un cayado de madera llevado al hombro. De él colgaban de cada extremo un montón de gallos y gallinas, más o menos la misma cantidad en cada extremo del palo para poder caminar equilibrado. Los gallos y gallinas ni se movían a pesar de estar vivos, parecían resignados a su suerte.



Luego de terminar de deleitarme con el mercado me dirigí a un banco a cambiar 50 euros en Birr. Necesitaba algo de liquidez en moneda local.

De allí me dirigí a la estación de colectivos en un arrebato. Pensé que no era tarde todavía para ir a Gondar, ya que serían como las cuatro y media de la tarde.

Apalabré una plaza en  furgoneta colectiva y les dije que antes tenía que ir a por mí mochila al hotel. 

Me dijeron que sin problemas, es más, el ayudante del conductor me acompaño para saber dónde estaba mi hotel  e irme a buscar después. No querían perder ni un solo cliente y menos si era farangi.

Al  recepcionista del hotel le dije que esa noche no me quedaba, pero que me quedaría al día siguiente a la vuelta de Gondar. Llegamos a un acuerdo para pagar una noche y media en vez de dos. Ya que ese día había estado ocupando la habitación aunque no hubiera estado casi allí.
Recogí mi pequeña mochila y les dejé la enorme, preciada y tribal tartera de cuero para poder viajar cómodo.









Cuando salí del hotel, me encontré en la misma puerta el colectivo  que estaba esperándome para ir a Gondar con los demás pasajeros ya dentro.

Todo un poco precipitado, pero había que aprovechar el poco tiempo que tenía por el Norte.

Quedaban pocas horas de luz, ya que Salí de Bahir Dar a las 5 de la tarde, así que a mitad de camino nos anocheció. Pero antes pude comprobar el precioso paisaje entre montañas que había desde Bahir Dar a Gondar en las casi tres horas de viaje.



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