sábado, 25 de mayo de 2019

Cataratas del Nilo Azul




Nada más despertarme me tome algunas galletas para desayunar, después desmonté la tienda, guardé el saco y puse todo en las alforjas y transportín. Se acababa el Sur y me esperaba el Norte con los monasterios del lago Tana, las cataratas del Nilo Azul, Lalibela y Gondar. Pronto dejé de pensar en ello, ya que  todavía me esperaba un largo viaje primero hasta Addis Abeba y después hasta Bahir Dar

Salí pedaleando del Parque Nacional de Nechisar todavía de noche. Llegué el primero a la parada del autobús, este estaba ya en su lugar de salida. La compañía que me  llevaría  desde Arba Minch a
Addis Abeba se llamaba Selam Bus.
Al cabo de unos minutos vinieron unos mozos de equipajes dando voces, me aproximo a ellos y les digo que tengo que llevar la bici dentro.
Me cobraron 165 Birr, unos 6,5 euros. La bici siempre penaliza y como casi siempre el precio parecía estar puestos a capricho de los mozos. No tuve más remedio que conformarme.
Aflojé el manillar de la potencia y la dejé recostada en un lateral de la zona de equipajes dentro de la tripa del autobús y junto a mis alforjas y demás bultos que llevaba en la bici.
En las alforjas y demás bolsas llevaba ropa, un aislante, el hornillo de gasolina, saco de dormir y un sinfín de cosas más. Con una de las gomas que utilizaba para atar los bultos al portaequipajes, até los mismos, que a su vez estaban atados al cuadro.
No quería sorpresas ni perdidas por si alguien se llevaba algo “sin querer” . Con este sistema por lo menos se lo ponía más difícil. Ya que deberían de llevarse una bici lastrada con bultos pegados al cuadro.


El viaje no fue muy cómodo, ya que a pesar de ser un autobús estilo europeo en tamaño, algunas butacas tenían poco espacio, sobre todo las de atrás, que era  donde me tocó al comprar el un único billete que quedaba el día anterior.
Así que fui bastante incómodo y apretado. Luego aprendería que uno debía intentar coger las primeras butacas de la parte delantera, que tenían todo el espacio del mundo para estirara las piernas. Por contra era el primer lugar donde en caso de accidente no sales vivo. Sobre todo viendo la cantidad de accidentes de tráfico que hay en Etiopía y como conducen los conductores de autobús.  Era una plaza cómoda pero un tanto arriesgada.

Después de alguna parada para comer y poco más, llegamos a Addis Abeba bastante tarde. En cuanto entramos en la capital estuvimos atascados más de una hora por el densísimo tráfico de la capital.
Al autobús le costó llegar a Meskal Aquare, que es desde donde salen y llegan todos los autobuses en Addis Abeba.


Tenía muchas cosas que hacer ese día y poco tiempo, así que decidí tomar un taxi hasta el hotel Nega Bonger para agilizar trámites en vez de ir pedaleando.
Todavía tenía que conseguir un billete para al día siguiente con destino a Bahir Dar, donde está el lago Tana, sus increíbles templos y donde nacen la fuentes del Nilo Azul y sus maravillosas cataratas.
Bahir Dar sería el centro neurálgico para mis visitas por el Norte.



































Otra de las cosas que debía hacer, era dejar mi bici y todos los bultos en el hotel Nega Bonger. Luego debería coger algo de ropa que había dejado en la consigna del hotel. Sólo me llevaría un pantalón corto, y uno largo, dos camisetas y alguna sudadera o chubasquero, aparte de algo de muda y utensilios de aseo básicos. Por supuesto mi cámara y trípode no podían faltar.
Y se me olvidaba, también llevaría mi pequeño saco de verano que apenas abultaba. Esencial si donde caía a dormir  no era el lugar más limpio del mundo.

Para poder llevar mi reducido equipaje, debería comprar una mochila de tamaño pequeño, unos 20 litros. Viajaría totalmente ligero y cómodo y con la libertad de sólo un bulto en comparación con mi viaje por el Sur, con 200000 mil bultos, las alforjas y la bici.

Así que me dispuse a tomar un taxi y me fue casi imposible indicarles el lugar a los taxistas, ya que estos no conocían el Hotel Nega Bonger.
El Nega Bonger era un hotel bueno (de cuatro estrellas) donde solo me alojaría el primer y ultimo día de mi viaje a Etiopía. Por eso era extraño que no lo conocieran.  Los taxistas no contaban con tecnología  de móviles modernos para mirar la dirección y, sólo si les indicaba el nombre del distrito podrían llevarme.
Por otra parte los taxis eran carísimos. Luego en mi tercera estancia por Addis, le cogería el tranquillo al metro de Addis, cuando descubrí que mi distrito era Akaki Kality, más conocido como Kality a secas. Pero de momento estaba tomando un taxi como un novato y negociando precios carísimos para lo que es Etiopía.






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Así que cuando apalabré un precio con un taxista que sí parecía conocer el hotel,  aproveché para preguntarle por un lugar donde comprar un billete para Bahir Dar, este taxista rápidamente me llevó al lugar indicado.
Nos dirigimos a un edificio de oficinas muy cerca de Merkal Square, y allí en una de sus plantas había varias agencias de autobús.
Dejé a taxista esperando en la puerta del edificio, con mi bici atada en el portabultos y una tarifa renegociada por esta visita inesperada de camino al hotel.

Quise sacar con Selan Bus pero no tenían billetes para al día siguiente. Así que me metí en otra oficina que se llamaba Abay Bus que también usaba autobuses grandes.
En esta última oficina les quedaban tres billetes para el autobús que saldría al día siguiente a las 6 de la mañana desde Merkal Square. La mujer que me atendió me dijo que el billete era para Gondar, aunque pasando por Bahir Dar. Así que Compré el billete por unos 400 Birr (16 euros) para Gondar aunque me quedara en Bahir Dar. Supongo que esto sería discutible, pero la diferencia eran dos Euros y ese día no era el día de regatear. Al menos no tenía ganas y estaba contento porque ya que había encontrado billete para el día siguiente.

Baje rápido al taxi  una vez conseguido el billete. Luego nos dirigimos al hotel.
Cuando llegamos al aparcamiento del hotel, salieron a recibirme varios mozos de equipajes y recepcionistas que ya me conocían por haberme visto marchar en bicicleta hacia el Sur. Me recibieron muy contentos y estaban encantados de verme sano y salvo, ya que antes de partir dudaban de mi cordura mental.
Me preguntaron por mi viaje y  les contesté que era maravilloso su país. Todo el Sur era increíble, toda la variedad de gente y tribus que vi eran algo extraordinario. Les dije también que esperaba que el Norte fuera igual de emocionante.
En sus rostros vi expresiones de orgullo al escuchar mis palabras, y es verdad que casi todo lo que recordaba  era maravilloso y bueno. Como casi siempre lo malo se empezaba a olvidar desde ya mismo. No les iba a contar que alguna vez los niños me apedrearon, porque no sería la sensación mayoritaria de un viaje donde todo salió casi perfecto.

Así que después de ser recibido con alegría en el Hotel Nega Bonger me dispuse a dejar mis enseres y coger otros.
Como he dicho anteriormente este hotel tenía 4 estrellas, y gracias a ello tenía garantizado que mi bici y demás equipaje estarían bien guardados en mi viaje a Norte.
Sabía que mi caja donde iba embalada la bici, estaría a salvo a mi vuelta. En un país donde una botella de plástico puede ser un tesoro, una caja de las dimensiones de la mía. podría ser usada para cualquier cosa en cualquier momento. Sin mi caja no podría volar con mi bici de vuelta a mi país.

Ya he contado alguna vez que un cicloturista debe velar por su bici y modo de empaquetarla. En este viaje no tuve apenas lujos, pero mi primer y ultimo día estuve en un hotel de amplias habitaciones, donde pude embalar y desembalar a gusto la bici. Algo que lleva bastante tiempo, ya que las ruedas van desarmadas, igual que el manillar, sillín portaequipajes, la pata de cabra, luces, espejo. Además la bici lleva cientos de bridas y protectores. Estos últimos hay que quitarlos con cuidado ya que deben usarse a la vuelta.
Luego hay que distribuir el equipaje;  el que va en las alforjas y el que va en las bolsas impermeables, colocar luego el hornillo de gasolina en doble bolsa aislante, la ropa…
 ¡En fin! que menos de tres horas no te las quita nadie








Pero ahora no me tocaba pasar la noche en este hotel, ya que no era ni mi primera ni mi última noche en Etiopía. Así que preparé lo que necesitaba de ropa y dejé el resto en la caja de la bicicleta, junto a las alforjas hornillo aislante y muchas cosas más.
Me cambié de ropa en la propia consigna, ante las risas de uno de los mozos. La bici la dejé encadenada a una estantería metálica que estaba también dentro de la Consigna.

Salí a la calle y compré en el mercado callejero de enfrente del hotel, una estupenda mochila negra tipo oficina de unos 20 litros por 200 Birr (8 Euros). Suficiente para mis pocos enseres en mi viaje al Norte.
Volví al hotel y metí las cuatro cosas que llevaría.

Cuando Salí del hotel me sentí tremendamente ligero; iba con mis pantalones cortos, mis zapatillas de trekking y una camiseta. El resto de mi equipaje era una mochila negra de pequeño tamaño y de cremalleras fuertes.

Me compré un par de mazorcas callejeras y un zumo de mango  que me supieron a gloria. Luego me dirigí a la zona de Merkal Square, ya que pretendía dormir cerca de la plaza para poder ir andando desde el hotel al punto de partida del autobús que me llevaría Bahir Dar.
Esta era la mejor elección, dado que el autobús partía a las 6 de la mañana.  No era cuestión de estar lejos de la plaza de Merkal Square para andar cogiendo taxis a las 5 de la madrugada, de los que por otra parte no me fiaba.

Así que tomé el taxi desde el hotel Nega Bonger hasta la plaza de Merkal Square. Una vez allí buscaría algún hotelillo o pensión.

Luego me movería por apenas un euro con el metro de Addis , pero en ese día de transición meteórica entre Arba Minch- Addis Abeba- Bahir Dar, todo fue muy rápido y práctico.  Cuanto antes estuviera descansando de mi viaje desde Arba Minch a Addis, antes y mejor estaría preparado para mi viaje a Bahir Dar. Aunque estos viajes me parecían fáciles en comparación con mis sudadas por el Sur.
Me costó bastante encontrar una pensión que estuviera bien de precio y que fuera medio decente, pero al final lo conseguí.
Cené algo en un bar donde pedí una tortilla francesa con pan y una cerveza. Pronto hice amigos tanto con el dueño como con un trío formado por una mujer y dos hombres que estaban bebiendo el bar. Echamos unas risas y luego me despedí.

Después de cenar estuve callejeando por la zona de la plaza cuando la noche iba entrando.
Cuando andaba distraído por la plaza, un joven de unos 13 años se puso a hacer el tonto delante de mí.  El chaval esbozó Una especie de “tururutururu” con gestos de manos incluidos, como si me hiciera burla y estuviera bobo . No le hice caso de primeras, pero a la tercera vez que le dije que me dejara en paz, otro de unos 10 años y desde mi otro flanco intentaba meterme en mano en los bolsillos.
Menos mal que me di cuenta pensé, pero ya era tarde, el niño ya había metido sus manos de uno de mis bolsillos y había sacado mis llaves de la habitación del hotel. Mi riñonera iba conmigo con su candado respectivo y era lo único que yo vigilaba, en los bolsillos no solía llevar nada. Pero ellos por si acaso habían hecho su actuación habitual. Cogí la muñeca del pequeño y tomé la llave que no les hubiera valido de mucho sin saber ellos donde me alojaba.  Por otra parte, lo importante lo llevaba encima.
Seguramente buscaban carteras o dinero en los bolsillos. Me sorprendió que me llegaran a meter la mano en el bolsillo, ya que me tengo por precavido.
Por lo menos me di cuenta a tiempo. Resultaba aquí robaban como en Madrid; uno distraía y otro actuaba. Le eche la bronca delante de otros transeúntes que miraban alucinados. Un hombre de mediana edad y con traje les empujó y les dijo algo como dejaran en paz a los turistas.

En todo el viaje, sólo aquí, en Adddis Abeba, pude comprobar que había algo de delincuencia en Etiopía. En muchos países lo peor está en las capitales.








Volví al hotel-pensión para descansar y acostarme lo más pronto posible. Pero el hotel resultó un lugar martirizante, donde no pequé ojo en toda la noche, ya que el hotel aparte de huéspedes por la noche, era una especie de club de alterne con la música a todo trapo. Y mi habitación estaba contigua a todo el jaleo; canciones, mujeres, hombres chillando. Todo esto hasta la tantas.

Intenté dormir pero no hubo manera,  incluso me entraron ganas de vomitar del martilleo constante de mis tímpanos al retumbar la cama por el alto volumen de los bafles. Dejé mi cama y me acosté en el suelo para reducir la vibración. Intenté descansar algo con las manos en los oídos para mitigar horrible ruido.

Creo que apenas descansé unos minutos en toda la noche. Así que a las 4:30  A. M. me duché ávido de salir de allí y puse camino a Merkal Square.

¡Que gran  liberación sentí y como no me había ido antes!  ¡vaya mala suerte!

Así que llegué el primero al autobús de Abby bus. Esta vez me toco un asiento en primera fila. Donde descubrí que era el sitio más cómodo, por lo que en la vuelta de Bahir Dar a Addis Abeba, cogí otro asiento en primera fila.

Salimos todavía de noche y el autobús parecía no tener calefacción o por lo visto no la usaban.
En realidad este autobús viajaba hasta Godar, pero a mí ya me parecía un palizón 10 horas hasta Bahir Dar, como para seguir otras tres horas. Así que mi destino era Bahir Dar.

El viaje fue bastante más cómodo que el de Arba Minch a Addis Abeba. Varias paradas al principio para coger a algún pasajero que subiría a las afueras de Addis. Luego hasta que no llegamos al principio de las grandes montañas no paramos, y como apenas no había dormido, me hice medio viaje en los brazos de Morfeo.
Era espectacular los puertos que el autobús llegaba a pasar durante el viaje al Norte, tan montañoso y verde. Por el camino  vimos algunos babuinos en los márgenes de la carretera, al parecer esperan que les tiren algo de comer.

Tuvimos sol, lluvia y hasta cayo algo nieve en uno de los puertos. ¡Increíble la variedad climática en pocos Kilómetros!









En uno de los pueblos que paramos cuyo nombre no recuerdo, aprovechamos para comer en uno  de los restaurantes locales.  Allí me decidí a comer una injera, el plato típico de Etiopía. Este se come  acompañado de algunas verduras y un guiso de carne. La injera es como un crepe gigante  y fino realizado con teff, un cereal cultivado en Etiopía y Eritrea desde hace 4000 años. Es muy nutritivo y no tiene gluten. Es el grano de cereal más pequeño del mundo y tiene un aroma dulce y tostado . Ya lo había probado en el Sur y no me convenció. A mi que soy panadicto, este crepe-pan que tenía un sabor tan extraño no me satisfacía. Pero  no descartaba darle otra oportunidad.

En esa ocasión no me la terminé, ya que no me gustó demasiado.
Al salir del bar estuve deambulando por el pueblo. Vi de nuevo puestos donde se servían cafés ceremonialmente, con toda su parafernalia de plantas, humos y tazas.  Pude ver a gente vendiendo fruta en la calle. Eran actividades parecidas a las del Sur pero con otras vestimentas.

Continuamos el viaje en autobús con el verde de las montañas acompañándonos todo el rato. Todo era un manto verde de hierba. Nubes a ratos nos siguieron y dejaron pasar el sol para que viéramos mejor las pequeñas casas de madera  construidas o en construcción.
Todo el camino iba pasando ante mis ojos a gran velocidad. Pensaba que con mi bici ya me hubiera parado en más de un sitio. Por ejemplo en este prado donde unos 20 hombres hablaban en corro  debajo de un enorme árbol. Siempre había cosas curiosas en el camino, pero esta vez no podía elegir parar.
Cuando llegamos a lo alto de un puerto, el conductor decidió que era buen  momento para hacer aguas menores. Los hombres cerca, las mujeres cientos de metros más lejos.
Reanudamos el camino y un ayudante del chófer se dispuso a repartir botellas de agua gratis y algún bollo. Estos detalles ya los vi en otros países, como por ejemplo en los autobuses de Turquía
Cuando llegamos a Bahir Dar eran cerca de las seis de la tarde. Durante la última hora de viaje había estado dudando si bajarme en Gondar en vez de Bahr Dar, para aprovechar mi billete cuyo destino real era Gondar. Pero dado el palizón de autobús que llevaba, me mantuve firme en mi primera decisión.

El autobús entró en Bahir Dar y nos dejo en la calle principal de Giorgis Road, cerca de la estación de autobuses. Hay que aclarar que las estaciones de autobuses en muchas poblaciones grandes o pequeñas, no son más que un arenal con cuatro muros llenos de algún autobús pequeño y muchos coches colectivos tipo furgoneta o todoterreno
Pero el autobús  nos dejó en Giorgis Road, una  calle llena de edificios altos y modernos.

No me fue difícil encontrar un banco, allí estos abren por la tarde.
Entré en uno y quise cambiar a 100 Euros en una de las diferentes filas que había para que te entendieran.
Rápidamente el que me atendió llamó a la jefa que era una mujer. Esta me hizo pasar a la parte de los empleados y me sentó en una butaca enfrente de una mesa donde me atendería un empleado para mí solo.
100 euros y ser farangi era suficiente para que me trataran como a un rey.










Me dispuse luego a buscar un hotel. Me alojé en uno bastante grande con diferentes tipos de habitaciones. Yo cogí una de la mejores con vistas a la calle Giorgis y al embarcadero del lago Tana. Me salió por 10 Euros. Seguramente había hoteles más lujosos, pero yo estuve bien y a gusto en este.

Al salir del hotel se me acercaron dos chavales ofreciéndome posibilidades para ver los templos del lago Tana. Mi intención era verlos, pero no tenía prisa, además no quería agobios. Así que les di largas y salí a cenar. Durante la cena en una terraza pizzeria, se me acercó otro bastante pesado al que tuve que despachar. Luego dos chicas se me hicieron amigas y cenaron conmigo. Eran simpáticas y amables, pero resultaron ser amigas del anterior y querían hacer de gancho. Todo un coñazo aguantar a estos pesados del lago Tana. Ofrecían excursiones por unos 300 Birr que incluían la visita de ciertos monasterios del lago Tana (unos 12 euros).

De momento no quise saber nada. Mi misión al día siguiente era visitar las fuentes del Nilo azul y sus espectaculares cataratas.
Esa tarde desde la ventana del hotel pude apreciar como una gran tormenta acechó Bahar Dar. Estas nubes venían del mismo lago, provocadas por la evaporación de este ante la exposición al sol durante el día.
Hay que recordar que Bahir Dar está a la misma orilla del lago Tana. Este lago tiene 3500 kilómetros cuadrados de extensión. Madrid capital tiene 604,3 km², ósea que el lago Tana es seis veces más grande que Madrid o 34 veces más grande que Barcelona.
Este patrón de sol por la mañana y tormentas por la tarde se repetía casi a diario en el Norte.


A la mañana siguiente me levanté temprano y a las 8:00 ya estaba cogiendo un autobús hacia Tissisat, que está a 30 Km al Este de Bahir Dar.
Este es un pequeño pueblo desde donde parte el pequeño trekking que se hace para ver las cataratas del Nilo Azul.

Cuando monté en el autobús, me fijé en lo que pagaban los demás al cobrador, normalmente un chaval dedicado exclusivamente a eso.  Al final yo terminaba pagando la misma cantidad de dinero que los nativos y no había lugar a dudas. En este caso el viaje costaba 15 Birr, unos 60 cm de euro por 30 Km.

El pueblo de Tissisat  es pequeñito un con gran encanto. Tiene su mercado y la población local son gente del mundo rural, apreciable por sus  indumentarias que podrían ser de la Edad Media, si no fuera por algunas prendas más modernas. Los hombres suelen ir en pantalones cortos y una especie de manta-tela sobre los hombros. Las mujeres con sus vestidos y chales por la espalda y cabeza.
A su vez, el pueblo estaba lleno de burros y sus aperos. Parecía un pueblo del medievo en casi todo. Por supuesto las calles estaban sin asfaltar, al igual que el camino de 30 Kilómetros que conduce de Bahir Dar a Tissisat. Muchas de las casas de Tissisat eran de adobe.

Me quedé absorto nada más bajar del autobús viendo aquello. Había visto culturas antiquísimas por el Sur. Pero el Norte estaba dispuesto a dejarme con la boca abierta.

No pensaba ver las cataratas sin pagar la entrada, pero por si acaso alguien me dijo que las oficinas estaban en una zona concreta.
La entrada para ver algo tan majestuoso era irrisoria; 50 Birr (dos euros).
Dejé mi mochila en la oficina con  la sudadera dentro. Me llevé la cámara y el trípode. Tenía en mi GPS el recorrido circular para ver las cataratas. Pero sin consultarlo me lo sabía de memoria de todas las veces que lo había visto en Google Earth.

En mi camino fui dejando el pueblo en dirección al puente de piedra. Mientras andaba en su dirección, me fui cruzando con la población que venía al mercadillo a comprar o vender mercancía.
También pude apreciar a un grupo de hombres sentados a la entrada de una casa de adobe donde parecía que se vendían sacos de harina. En la puerta esperaban varios pollinos para ser cargados.






Fui dejando el pueblo en dirección Este para hacer el trekking circular de unos 5 Km que recorría las cataratas.
Al alejarme del pueblo pude ver mucha gente que venía hacia el mercado de Tissisat desde el campo. Mujeres con sus niños y sus burras cargadas hasta arriba, otras iban solas o en pareja. Algunas con sus mercancías en la cabeza.
Mientras observaba a estas mujeres apareció una manada de doce o más burros llevados por solo dos hombres. Los asnos iban cargados cada uno de ellos, con muchos sacos. Los pobres pollinos obedecían a sus dueños y a sus varas, siempre atentas a sus flaquezas.
Un niño, amasaba a un lado del camino, mazorcas para venderlas a los transeúntes.
Un hombre con turbante sentado en el suelo extendía su mano pidiendo algo.
Casi todos los hombres llevaban turbantes y un cayado para andar.

Pronto llegué al encantador puente hecho de muchas piedras de esa zona montañosa. Tenía unos ocho ojos, pero sólo pasaba el agua en ese momento por tres de ellos. Por lo visto fue un puente construido por un constructor portugués en 1626 por orden del emperador Sunseyos.
Hice alguna foto con mujeres pasando a través del puente con sus burros y sus sacos en la cabeza. Casi todas llevaban su cruz de cristianas en el pecho. Alguna llevaba en la cabeza la tartera de mimbre típica de Etiopía.

Pude asomarme al río Abay desde el puente y vi sus aguas sedimentosas y marrones.
Empecé a subir la loma que me llevaba a las cataratas.
Me fui cruzando con varios hombres con burros y cayados. Calmaban su sed con cantimploras de calabaza que llevaban atadas a la cintura.

Volvieron a pasar muchas mujeres con burros cargados con sacos, acompañadas de niños. Al parecer los niños solo eran de estas, ya que los hombres no llevaban ninguno. Esto último se repite en muchas partes del mundo.

Un chaval de unos 20 años me había seguido a pesar de decirle con insistencia que quería hacer ese trekking solo. Él no se dio por enterado  y seguía detrás de mí. Si me paraba, él se paraba. Si arrancaba a andar, él también andaba. Estaba harto porque para mí era un momento especial que quería disfrutar solo ¡y no había manera! Incluso enfadándome con él, no parecía claudicar.
Le dije que no le necesitaba, pero al parecer estaba acostumbrado a salirse con la suya.

Me olvidé de él y llegué a lo alto de la loma desde donde se ven las cataratas.

Fue un momento especial, algo increíble. Me sentí maravillado y sorprendido. Sabía que en alguna época del año apenas caía un hilillo de agua, y pensaba que podría encontrarme con algo así. Pero allí estaban las cataratas del Nilo Azul a rebosar. ¡Algo bueno tendría el hecho de venir en época de lluvias!
 Y milagro, lo que no pudieron mis palabras y mis enfados para librarme de mi pesado  seguidor, lo lograron mis fotografías . Empecé a retratar el paisaje del derecho y del revés, conmigo y sin mí, pasando gente con burros y sin ellos, con mujeres andando delante de las cataratas y con hombres, desde lo alto de una loma y desde más abajo. Encaramando algún árbol y terraplén, tumbado en el suelo.
Podía estar horas haciendo fotos sin moverme del sitio.  No fue tanto, pero ese tiempo fue suficiente para que mi perseguidor se fuera, harto de esperar a un turista  tan pesado.




El agua marrón y sedimentosa caía por tres lados diferentes de la catarata, pero uno de ellos iba con muchísimo caudal y fuerza. Las cataratas estaban acompañadas del esplendor de un verde casi irreal de las praderas y montañas.
Etiopía seca es lo que casi todo el mundo se imagina, cuando la realidad es que el Sur es bastante verde y el Norte es verdísimo y frondoso.
Pasó una hora hasta que pasaron unos turistas detrás de mí, eran de Etiopía  y Egipto. Tres hombres y una mujer. No hubo ningún turista más esa mañana en las cataratas del Nilo Azul.

Puse el trípode en una loma y esperé a que pasara la población local con sus burros y enseres en la cabeza, quería retratar las cataratas con alguna referencia de aquella gente.

Cuando me asomé a la parte de la cascada que más fluía, vi que la parte de abajo era hermosa y frondosa. Abajo había unas vacas que costaba verlas debido a la intensa neblina que provocaba el agua en suspensión al caer con tanto caudal y fuerza. Las cataratas hacían honor a su nombre en amhárico Tis Abay (agua humeante).

El agua caía en una hondonada unos 45 metros con un rugido enorme. Era emocionante estar allí 399 años después de que fueran descubiertas por el sacerdote español Pedro Páez Jaramillo.

Cuando miraba las cataras del nacimiento del Nilo Azul, pensaba que en este río estuve 30 años antes y cientos y cientos de kilómetros después, en el maravilloso Nilo de Egipto. Pensaba en el recorrido de río Abay desde el Enorme lago Tana (de 3500 Kilómetros cuadrados) hasta llegar a Jartum en Sudan y encontrase con el Nilo blanco. Luego de unirse a este y seguir su recorrido hasta Egipto desembocando en el Mediterráneo.


Mientras observaba la fuerza del agua al caer, pensaba que también había tenido la oportunidad de conocer el Nilo Blanco y las cataratas Murchison en Uganda 2009.
Tantos recuerdos del Nilo  y tan maravillosos…

Curiosamente el descubridor "oficial" de las fuentes del Nilo Azul, es un escoces que lo hizo 152 años después de nuestro misionero español.

Me senté un rato a disfrutar del espectáculo majestuoso, observando a los transeúntes que venían o iban al pueblo pasando por delante de mí.
Antes había estado ocupado en tirar fotos y algo de vídeo, pero ahora disfrutaba sin realizar ninguna actividad.

Estaba asimilando ese momento fascinante. No había ningún turista, toda la catarata del Nilo Azul era para mí. Las vacas estaban ajenas al estruendo del agua, acostumbradas a esa rutina auditiva. Una hidroeléctrica cercana había hecho que el caudal en época de sequía hubiera disminuido bastante. Menos mal que era época de lluvias y había caudal para la catarata y para la hidroeléctrica.

Proseguí mi camino hasta llegar al puente colgante que cruza uno de los ramales de un afluente del río Abay. Este afluente no viene del lago Tana, sino que viene de las montañas del Noreste.

El puente colgante era como los que había visto en Nepal. Madera en el suelo y cables y alambres lateralmente.
Estuve tirando alguna foto de los etíopes que transitaban por él. Luego crucé yo y me asomé a ver sus aguas anaranjadas-marrones, ricas en sedimentos.

Tomé algunas fotos más cerca del salto mayor de la catarata, con las vacas abajo y la espesa neblina de agua en suspensión.

Después de cruzado el puente, pasé al lado de la parte alta del salto de la catarata. Allí había una pequeña casa de adobe con una mujer sentada en su exterior.
Al lado del comienzo del salto, estaba una japonesa liándose un enorme  porro. Parecía que vivía allí temporalmente. También había una hamaca entre dos árboles. Estaba puesta de tal manera, que si uno se sentaba en ella, se podía sacar una foto con el salto detrás. Parecía un saca-dinero de turistas. Pero al parecer, en ese momento no había nadie a su cargo. No creo que fuera la japonesa la que llevara el negocio.

Me dirigí a la choza y pedí permiso a la casera para poder fotografiarla. Le dije que era una mujer bonita (konyo sit) y entre risas accedió.
La mujer llevaba un vestido azul y tenía tatuada parte del cuello y la cara. Es normal en cristianas ortodoxas de Etiopía tatuarse motivos religiosos. Esta mujer llevaba tatuada unas rallas verticales en el cuello y tres cruces en la cara; una en la nariz y dos al lado de cada ojo. Llevaba también un pañuelo para cubrirse la cabeza. Resulto una mujer afable y sencilla.

Proseguí mi camino circular en dirección al pueblo de Tissisat. Debería para ello cruzar el río Abay otra vez. Esto se hacía a través de un barquero dedicado a ello.
Mientras esperaba la barca me encontré con tres muchachitas que jugaban en un maizal. Todas Llevaban en el cuello alguna cruz o imagen de La Virgen. Alguna llevaba la que podría ser la llave de su casa, también en el cuello. Se morían de la risa al hablar con ellas y tirarles fotos a cambio de propina. Las tres tenían vestidos azules, alguno mas roto y otro más nuevo.




Cuando llegó el barquero aparecieron más pasajeros, aldeanos etíopes que esperaban pasar. En el centro del río había una isla, resquicio de un antiguo meandro. Allí los niños cruzaban hasta ella con enormes cámaras de ruedas de camión. Parecían pasárselo de miedo.

El precio del cruce en barco fue de 20 Birr, unos 85 céntimos de Euro.

Cuando llegué  de nuevo a Tissisat, el mercado estaba más animado. Había muchos puestos donde los aldeanos vendían los productos de su huerta. Al ser más tarde el mercado estaba en ebullición y era mas apetecible y vistoso verlo.
Muchos productos de la huerta eran vendidos y estaban depositados en telas en el suelo. Las mujeres que vendían estos productos, llevaban paraguas a modo de sombrilla para protegerse del fuerte sol.
De nuevo me crucé con varios burros, que en las zonas rurales eran vitales para llevar grandes cargas.
Una de la vendedoras tenía en el suelo una especie de chile o cayena etíope. Casi todas las mujeres llevaban pañuelos o telas en la cabeza.

Pasé luego al lado de una casa construida en adobe y en cuya entrada había extendidas varias telas negras de rafia con montañas de harina en ellas. Al lado había sacos repletos de harina.
Un hombre se afanaba con una jarra de plástico verde, recogiendo harina para llenar un saco.
Parecía un lugar donde se vendiera esta. No sabía si era de trigo o maíz o Teff, pero era una estampa maravillosa. Sobre todo por la mujer que prensaba un saco de harina con un enorme cayado de madera. Era preciosa y me miró con cierto temor cuando decidí disparar sin pensarlo. Vestía una falda azul clarito y una camiseta azul cielo, aparte de un pañuelo blanco en la cabeza.
¡Maravillosas imágenes del mundo rural!

Estuve un buen rato por el pueblo y podría haber estado muchísimas horas disfrutándolo, ya que todo era fantástico y diferente.
Esto es viajar, salir de lo cotidiano y sumergirse en lo diferente, es lo que abre los sentidos y las mentes a otras maneras de vivir. Quizá las mismas que las nuestras hace muchos años. Algo único que sólo se ofrece cuando uno se desplaza a otros lugares.

Un poco más allá unas casas coloridas de rojos, amarillos y verdes, esta vez de ladrillo, llamaron mi atención. Ya que allí había como unos 12 burros amarrados y con su carga en el lomo. Una mujer lavaba la ropa en un barreño. Mientras varios hombres ajustaban la carga a los burros.

Llegué a las oficinas donde se sacaba la entrada para ver las cataratas y recogí mi mochila.

Todavía  me dio tiempo a ver más pueblo mientras esperaba el autobús.

Unos niños se me ofrecieron a lavar mis zapatillas de trekking que estaban embarradas por el discurrir del circuito en torno a las cataratas. Fue un día bueno y de bastante sol, pero seguramente los barros que pillé eran de las lluvias que se producían por las tardes.
 Estos tenían un cubo con agua y un trapo y me dejaron las zapatillas superlimpias por 10 Birr, un poco menos de medio Euro. Así que les di también mi botella de zumo de mango que con tanta ansia miraban.

Pronto llegó el autobús y subí para recorrer los 30 Km a Bahir Dar.

Mientras volvía, pensaba en el coste de ver las cataratas del Nilo azul.
En total 110 Birr (4,40 euros). Los dos trayectos de autobús por 15 cada uno, suman 30 Birr, la entrada a las cataratas 50 Birr, 20 del cruce en barco y 10 de limpieza de calzado.
Increíblemente barato  e increíblemente maravilloso.


Cuando llegué al hotel de Bahir Dar, me duché y salí a comer unos buenos espaguetis. Todavía tenía que recuperar mucho peso de mi azaroso viaje en bicicleta por el Sur.

Por la tarde me acerqué al embarcadero de lago Tana. Allí me enrolé en una embarcación de etíopes que iban a visitar el monasterio más cercano del lago Tana, saliendo desde Bahir Dar.

Tenía guardado otro día de mi viaje por el Norte para ver más templos, pero como en ese momento salía un barquito con turistas al precio de 100 Birr, aproveché para echarle un vistazo al templo de Debre Marian.
Este estaba tristemente cerrado por obras. Sólo lo vimos por fuera y un poco del pasillo circular que lo rodea en su exterior.



El paseo en barco estuvo bien. Justo a la vuelta se formaron unas nubes tenebrosas que luego descargaron con fuerza.
Mas adelante me embarcaría en una excursión de medio día por los templos del lago Tana.
Cuando desembarcamos busque algún lugar donde comprar un chubasquero ya que increíblemente me lo había dejado en Addis Abeba y eso que tenía dos.
Anduve intentándolo en varias tiendas pero o eran carísimos, de unos 30 a 50 euros o directamente no tenían. Al final cené y renuncié por el momento a chubasquero.

Me fui a la cama pronto y ya que al día siguiente madrugaría para viajar a Lalibela, donde me esperaban sus maravillosas iglesias de piedra excavadas en roca.




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