Forty Springs, Parque Nacional de Nechisar, Arba Minch
Al las 14:30 de la tarde llegué a Arba Minch. El puerto final que hay hasta llegar a las primeras estribaciones de la ciudad se me hizo muy duro después del palizón de todo el día. Así que llegué a Arba Minch hambriento y sediento.
Me dirigí en primer lugar al hotel Bekele Mola, donde había dejado parte de mi equipaje para ir más ligero por el Valle del Omo. Recuperé aquellas bolsas que llevaban alguna camiseta de más, chubasquero de repuesto, más calcetines y alguna sudadera. Hice bien en dejarlas en el hotel ya que me ahorré bastante peso viendo que no las necesitaría debido a la escasez de lluvias.
Aproveché mi estancia en el Bekele Mola para tomarme
un enorme plato de Espagueti con una
cerveza fresquita en el estupendo mirador al lago Abaya y Chamo.
Mientras comía tranquilamente no pude evitar
recordar mi primera visita a Arba Minch. Recordaba principalmente el lago Chamo
y sus enormes cocodrilos en crocodile Market, rememoraba también a los
pescadores que se hacían fuertes en ese lago infectado de hipopótamos y
cocodrilos. Mis primeras excursiones al Parque Nacional de Nechisar me vinieron
a la cabeza entre sorbo y sorbo de cerveza.
Antes me había tomado una botella de agua y un zumo
de mango, pero después de reponer líquidos esenciales tocaban otros más placenteros.
Proseguí mi comida recuperatoria y desesperada con una tortilla
francesa con verduras y queso. Para terminar con un café con leche de los pocos
que se podían tomar con el blanco elemento en Etiopía.
Mientras saboreaba el café utilice el W.F. del hotel
para ponerme en contacto con Marga y los chicos. En mi viaje a través del Valle del Omo apenas
había podido conectarme con ellos.
Hoy era el día en que me tocaba despedirme de este lugar. Había pasado muy buenos y relajantes momentos en
este hotel de vistas privilegiadas.



Después de dejar el Bekele Mola me deje caer por la
empinada cuesta que va del barrio Shecha (donde estaba el hotel) hasta la parte
baja de Arba Minch (barrio de Sikela).
Cuando llegué
allí ya era un poco tarde, ya que mi estancia en el Bekele se había extendido
bastante por mi necesidad de comer y descansar.
Así que,
esta vez en bicicleta, me baje a Sikela, donde se encontraba Forty Springs, mi
objetivo a visitar en esta segunda estancia en Arba Minch:
Arba
Minch, es el nombre amhárico de "Forty Springs". Lleva el
nombre de los innumerables pequeños manantiales que brotan justo en la base del
cerro de la ciudad.
Para llegar
a Forty Springs hay que ir al barrio de Sikela y buscar el camino de tierra que
da entrada al Parque Nacional de Nechisar. Allí hay una entrada y una caseta con
dos guardias La entrada vale 100 Birr (unos 4 euros). Esta entrada no
solo es para ver esos manantiales sino también para ver el Parque
Nacional de Nechisar. Este tiene cebras comunes, la gran gacela
(Swala Granti), el pequeño antílope dik dik, el gran kudú (otro gran antílope),
chacales, el mono vervet , jabalíes y también multitud de aves como
flamencos, el águila africana, Martínes pescadores, pelícanos y por supuesto
muchos cocodrilos e hipopótamos.
Podría seguir
en una lista interminable, pero para mí los dueños del parque eran los
Babuinos. Miles de ellos que están por todas partes, subiendo incluso a los
hoteles de los cerros para aprovecharse de los desechos de estos.
Como ya dije
en la anterior entrada de Arba Minch, se supone que debes tener entrada general
del Parque Nacional de Nechisar para ir a ver luego los cocodrilos de
Cocodile Market en el lago Chano.
Antes de
entrar en el Parque estuve comprando alguna bebida y algo para la cena. Además
aproveché para comprar un billete de autobús que me devolviera a Addis Abeba y
me permitiera aprovechar los nueve días que me quedaban viajando por el Norte de Etiopía.
Pregunté por
la oficina de Selam bus hasta que di con ella. Cuando entré me sorprendió que
fuera una oficina diminuta, siendo una compañía de autobuses grandes al estilo
europeo. Normalmente en Etiopía la gente viaja en autobuses muy pequeños o en
coches colectivos. Increiblemente tuve mucha suerte, ya que estos autobuses de
tamaño grande están muy cotizados y es necesario comprar los billetes con
tiempo, ya que sólo sale uno al día.
Cuando llegué
sólo quedaba una plaza para el trayecto Arba Minch- Addis Abeba, justo lo que
necesitaba, casi me dieron ganas de besar a
la chica que me atendió.
El autobús salía a las 5 de la mañana y su precio por unos 276 Birr (12 Euros). Así que después de comprar el billete, me fui en busca de un hotel que estuviera por los alrededores de la oficina para ver si encontraba una habitación medio
decente, ya que el autobús salía justo enfrente de esta.


Estuve
buscando habitación sin que ninguna me convenciera. Estaba mal acostumbrado ya
que los últimos días había acampado o había estado el Tourist hotel muy
tranquilo y cómodo.
En mi
anterior estancia en Arba Minch me había alojado en el Bekele Mola, situado en la
parte alta de la ciudad, en el barrio de Shecha, con unas grandes vistas a los
lagos de Arba Minch. Ahora la parte de Sikela me parecía muy urbana y hostil.
Cuando
cruzaba una calle hoy hablar español a mis espaldas. Tres mujeres de mediana
edad hablaban animadas. Me presenté y estuvimos hablando un buen rato. Incluso
nos tomamos luego un café en los agradables jardines del Arba Minch Tourist Hotel.
Eran tres profesoras como me había imaginado
en un principio. He desarrollado un sexto sentido para detectar profesores sólo
de un vistazo ja ja.
Iban a
realizar el recorrido por el Sur del que yo venía. Por su puesto iban con
agencia y un chofer con su gran todoterreno.
Su plan del
día siguiente era ver a los Dorze. Yo había visto alguna de sus construcciones
típicas, pero ni fui a verlos ni esta ni la otra vez que estuve en Arba Mich. Les dije que si yo podría ir con ellas a
verlo. Para ello tendría que devolver el billete y sacarlo para un día después.
Ellas me
dijeron que no había problemas. Así que me replanteé lo de devolver el billete. Pero
cuando estábamos terminando el café el chofer apareció y al ser consultado por
ellas se negó en redondo. Les hice ver, que si ellas querían podían insistirle,
pero vi que era difícil. Para ellas era un chofer, guía, traductor en el que
confiaban desde hacía días. Y no querían violentarle. Así que yo tampoco insistí más. Me despedí de
ellas y nos deseamos buen viaje mutuamente.
En realidad,
tampoco estaba muy convencido de que quisiera ver a los Dorze, ya que implicaba
utilizar un día más en el Sur y yo ya pensaba en el maravilloso contraste del
Norte. Ya había visto mucha tribu, aldeas y poblaciones maravillosas. En realidad,
yo ya quería ir al Norte a ver las maravillosas cataratas del Nilo Azul, o a Labibela
y sus iglesias cavadas en roca; o ver Gondar o el maravilloso lago Tana con sus templos en las islas.
Y quería ir
porque no me quedaban muchos días para ver todo aquello. Incluso aunque mi
viaje en el Norte fuera sin bicicleta y usando autobuses y colectivos, apenas
tendría 9 días, entre los cuales había que incluir la ida desde Arba Minch a Addis Abeba y la ida y
vuelta desde Addis Abeba a Bahir Dar.
Así que ya
estaba bastante nervioso con lo que me perdería si no salía hacia el Norte
cuanto antes. Por eso no me importó no ver a los Dorze y tener que perder un
día más en el Sur. Ya había visto muchísimo. Empapándome de todo el Sur de la
manera más directa posible, parando en muchos pueblos con mi bici, durmiendo en
ellos, hablando con la gente y siendo apedreado por los niños alguna vez, ja ja.
En ese
momento de reflexiones me di cuenta de mis ansias por ir al Norte y tomar ese
autobús que saldría a las 5 de la mañana del día siguiente. Es más me di cuenta
de que no necesitaba buscar hotel en Arba Minch. No quería dormir en la
población, podía elegir otra alternativa más maravillosa. Así que se me ocurrió
una idea un poco loca; acampar dentro del Parque Nacional de Nechisar.


En mi visita
anterior a Arba Minch, pude comprobar como los guardas de la caseta de la
entrada se iban a casa cuando eran las 6;30 de la tarde. Pude comprobarlo
porque al salir del parque un poco tarde, ellos ya no estaban. Así que si
entraba y volvía tarde o no volvía, nadie me echaría en falta. Además había
comprobado como dentro del Parque vivía gente, no se dónde , pero el caso es
que no era infrecuente encontrarte con moradores. Yo sería uno más ese día.
Lo
normal era encontrar niños recorriendo el Parque sin rumbo fijo o mujeres
recogiendo leña.
Compré algo
más de bebida y me dirigí al Parque Nacional de Nechisar
Pagué mis
100 Birr (4 euros) por la entrada a los guardias y estos no se imaginaban que
me quedaría allí toda la noche.
Recorrí el
camino por la selva pedaleando tranquilamente. Lo recordaba precioso pero ahora
lo era más con la llegada del ocaso. Algunos de los árboles que había visto
desde el cerro del Bekele Mola, eran monstruosamente gigantes. ¡Algo
increíble! El bosque entero era densísimo, con un suelo cubierto de hojas
que resaltaba su belleza.
Los primeros
niños que me encontré estaban colgados de unas enormes lianas que atravesaban
el camino. Jugaban a balancearse de un lado a otro, a veces en solitario, otras
de dos en dos. Se lo pasaban estupendamente y reían como locos. Con ellos
estaba una adolescente que venía de recoger leña y parecía divertirse viendo el
espectáculo.
Estuve un
rato observándoles y tomando alguna foto. Luego seguí mi camino en aquel bosque
maravilloso. A esas horas ya no había coches ni motos, ya que el parque cerraba,
lo que daba una gran sensación de quietud y tranquilidad.
Quería darme
tiempo para acampar cuando no quedara ni un alma por allí, pero todavía había
bastante luz y sería posible que me viera alguien montar la tienda así que
seguí pedaleando.
En mi primera incursión al Parque de Nechisar por la zona de Forty Springs, no vi ninguno de los manantiales.
Cuando pagas
la entrada para Forty Spring tienes acceso al camino que va a los manantiales,
pero antes hay un cruce. Si vas por el otro camino te adentrarás en la parte
más profunda del Parque Nacional de Nechisar. Este no sería mi caso, ya que quería quedarme cerca de la zona de los
manantiales.
Después de
un rato de maravillarme con el bosque y sus tremendos arboles, escuché gritos
de niños. Miré hacia el lugar del que procedían y vi que eran tres niños de
unos 10 años de edad. Ser acercaron caminando desde la espesura del bosque y
repitieron Forty Springs unas cuantas veces. Querían
que fuera con ellos y me iban a enseñar los manantiales. Así que les
seguí.
E de decir que yo no tenía ni idea de que era eso de Forty Springs.
Muchas de las cosas que iba a ver en el Sur la había leído antes en Internet,
me había documentado sobre las tribus y otros detalles de la propia Arba Minch, pero de Forty Spring ni
papas.
Así que cuando esos niños me llevaron a los manantiales fue una sorpresa
maravillosa. Les había seguido por un sendero relativamente estrecho, de
repente un claro en el bosque permitió que viera una especie de laguna con el
agua cristalina. Los niños se quitaron la ropa y empezaron a bañarse locos de
alegría. Se tiraban al agua desde desde el mismo borde de tierra que daba
límite a las aguas. Luego se cansaron y empezaron a tirarse desde diferentes troncos
caídos que había en las orillas. Por último se subieron a las ramas altas de
los árboles y se lanzaron sin miedo alguno.
Estuve con
ellos un buen rato disparando fotos y divirtiéndome con su gracia. Luego vino
otro chaval adolescente que también se animó a bañarse a ver a los pequeños.
Estaban
acostumbrados a hacer esto con los turistas y sin ellos. Pero con los primeros
tenían asegurada una propina que me pareció de lo más justo. Ellos desplegaban
toda su alegría y generosidad y parecían pasárselo realmente bien.
Al final del
baño estaban amoratados del frío, sobre todo el más pequeño. El agua estaba
relativamente fresca y el sol ya se había ido.
En realidad el espectáculo de Forty Springs consistía en ver a los pequeños disfrutando de los manantiales, más que la visita a los mismos.

Me despedí de los niños y seguí pedaleando algo más, ya sin rumbo fijo. De repente
empezaron a salir de la parte derecha del camino familias enteras de babuinos
que cruzaban el camino al lado izquierdo, no sé si su destino serían los
manantiales. Esto ya lo había visto la primera vez que dejaba el Parque
nacional de Nechisar; parecía que todas las tardes al caer el sol, los babuinos
volvían a sus refugios a dormir.
Escogí un lugar oculto dentro del bosque
debajo de un árbol con lianas, Allí planté la tienda e hice el mono un rato
antes de cenar, colgándome por las ramas y lianas.
Cuando se hizo
de noche todavía seguía acalorado de mis
trepas a los arboles, así que me dirigí a los manantiales que los niños me habían enseñado y me di un baño
refrescante. No estuve más de un minuto, pero al salir estaba medio helado, en
parte por el baño y en parte porque la temperatura ambiente había bajado
bastante.
Me sequé con mi mini toalla como pude y me puse bastante ropa. Luego
me metí en mi saco tan a gusto. Tarde un rato en entrar en calor, pero luego
incluso tuve que quitarme algo de ropa.
Salí al exterior
y me preparé algo de cenar. No tardé mucho en meterme en la tienda otra vez ,
ya que a esa hora había mucho tráfico de mosquitos.
Dentro del
saco me fui relajando poco a poco. Era
fantástica la sensación de dormir en aquella selva. Puse 5 alarmas sobre a las 4:00 de la mañana.
No fuera a ser que me durmiera y perdiera el autobús a Addis Abeba.
Según cogía
el sueño oía a los babuinos con sus ruidos característicos, estos me
acompañaron toda la noche con un eco maravilloso. Estaba tan cansado que no
pensé en que pudieran venir a acecharme. Era poco probable ya que aquí en
Etiopía, todos los animales temen mucho a los hombres. Ya que estos los tratan
bastante mal en general.
Y entre ecos
de babuinos y algunas aves que no identifiqué, me fui dejando caer en un sueño
profundo.
Peec peec
peec peec!!! me senté sobresaltado. La alarma de reloj sonaba, ya eran las 4:00 y
mi sensación era la de que me acababa de
acostar.
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