domingo, 7 de abril de 2019

Forty Springs - Arba Minch II


Forty Springs, Parque Nacional de Nechisar, Arba Minch




Al las 14:30 de la tarde llegué a Arba Minch. El puerto final  que hay hasta llegar a las primeras estribaciones de la ciudad se me hizo muy duro después del palizón de todo el día. Así que llegué a Arba Minch hambriento y sediento.

Me dirigí en primer lugar al hotel Bekele Mola, donde había dejado parte de mi equipaje para ir más ligero por el Valle del Omo. Recuperé aquellas bolsas que llevaban alguna camiseta de más, chubasquero de repuesto, más calcetines y alguna sudadera. Hice bien en dejarlas en el hotel ya que me ahorré bastante peso viendo que no las necesitaría debido a la escasez de lluvias.

Aproveché mi estancia en el Bekele Mola para tomarme un enorme plato de Espagueti  con una cerveza fresquita en el estupendo mirador al lago Abaya y Chamo.

Mientras comía tranquilamente no pude evitar recordar mi primera visita a Arba Minch. Recordaba principalmente el lago Chamo y sus enormes cocodrilos en crocodile Market, rememoraba también a los pescadores que se hacían fuertes en ese lago infectado de hipopótamos y cocodrilos. Mis primeras excursiones al Parque Nacional de Nechisar me vinieron a la cabeza entre sorbo y sorbo de cerveza.

Antes me había tomado una botella de agua y un zumo de mango, pero después de reponer líquidos esenciales tocaban otros más placenteros. 
Proseguí mi comida recuperatoria y desesperada con una tortilla francesa con verduras y queso. Para terminar con un café con leche de los pocos que se podían tomar con el blanco elemento en Etiopía.

Mientras saboreaba el café utilice el W.F. del hotel para ponerme en contacto con Marga y los chicos. En mi viaje a través del Valle del Omo apenas había podido conectarme con ellos.
Hoy era el día en que me tocaba despedirme de este lugar. Había pasado muy buenos y relajantes momentos en este hotel de vistas privilegiadas.










Después de dejar el Bekele Mola me deje caer por la empinada cuesta que va del barrio Shecha (donde estaba el hotel) hasta la parte baja de Arba Minch (barrio de Sikela).
 Cuando llegué allí ya era un poco tarde, ya que mi estancia en el Bekele se había extendido bastante por mi necesidad de comer y descansar.

Así que, esta vez en bicicleta, me baje a Sikela, donde se encontraba Forty Springs, mi objetivo a visitar en esta segunda estancia en Arba Minch:

Arba Minch, es el nombre amhárico de "Forty Springs". Lleva el nombre de los innumerables pequeños manantiales que brotan justo en la base del cerro de la ciudad.

Para llegar a Forty Springs hay que ir al barrio de Sikela y buscar el camino de tierra que da entrada al Parque Nacional de Nechisar. Allí hay una entrada y una  caseta con  dos guardias La entrada vale 100 Birr (unos 4 euros). Esta entrada no solo es para ver esos manantiales sino también para ver el  Parque Nacional de Nechisar.  Este tiene cebras comunes, la gran gacela (Swala Granti), el pequeño antílope dik dik, el gran kudú (otro gran antílope), chacales, el  mono vervet , jabalíes y también multitud de aves como flamencos, el águila africana, Martínes pescadores, pelícanos y por supuesto muchos cocodrilos e hipopótamos.
Podría seguir en una lista interminable, pero para mí los dueños del parque eran los Babuinos. Miles de ellos que están por todas partes, subiendo incluso a los hoteles de los cerros para aprovecharse de los desechos de estos.

Como ya dije en la anterior entrada de Arba Minch, se supone que debes tener entrada general del  Parque Nacional de Nechisar para ir a ver luego los cocodrilos de Cocodile Market en el lago Chano.
Antes de entrar en el Parque estuve comprando alguna bebida y algo para la cena. Además aproveché para comprar un billete de autobús que me devolviera a Addis Abeba y me permitiera aprovechar los nueve días que me quedaban viajando por el  Norte de Etiopía.

Pregunté por la oficina de Selam bus hasta que di con ella. Cuando entré me sorprendió que fuera una oficina diminuta, siendo una compañía de autobuses grandes al estilo europeo. Normalmente en Etiopía la gente viaja en autobuses muy pequeños o en coches colectivos. Increiblemente tuve mucha suerte, ya que estos autobuses de tamaño grande están muy cotizados y es necesario comprar los billetes con tiempo, ya que sólo sale uno al día.
Cuando llegué sólo quedaba una plaza para el trayecto Arba Minch- Addis Abeba, justo lo que necesitaba, casi me dieron ganas de besar a  la chica que me atendió. 

El autobús salía a las 5 de la mañana y su precio por unos 276 Birr (12 Euros). Así que después de comprar el billete, me fui en busca de un hotel que estuviera por los alrededores de la oficina para ver si encontraba una habitación medio decente, ya que el autobús salía justo enfrente de esta.







Estuve buscando habitación sin que ninguna me convenciera. Estaba mal acostumbrado ya que los últimos días había acampado o había estado el Tourist hotel muy tranquilo y cómodo.

En mi anterior estancia en Arba Minch me había alojado en el Bekele Mola, situado en la parte alta de la ciudad, en el barrio de Shecha, con unas grandes vistas a los lagos de Arba Minch. Ahora la parte de Sikela me parecía muy urbana y hostil.

Cuando cruzaba una calle hoy hablar español a mis espaldas. Tres mujeres de mediana edad hablaban animadas. Me presenté y estuvimos hablando un buen rato. Incluso nos tomamos luego un café en los agradables jardines del Arba Minch Tourist Hotel.
 Eran tres profesoras como me había imaginado en un principio. He desarrollado un sexto sentido para detectar profesores sólo de un vistazo ja ja.
Iban a realizar el recorrido por el Sur del que yo venía. Por su puesto iban con agencia y un chofer con su gran todoterreno.

Su plan del día siguiente era ver a los Dorze. Yo había visto alguna de sus construcciones típicas, pero ni fui a verlos ni esta ni la otra vez que estuve en Arba Mich.  Les dije que si yo podría ir con ellas a verlo. Para ello tendría que devolver el billete y sacarlo para un día después.

Ellas me dijeron que no había problemas. Así que me replanteé lo de devolver el billete. Pero cuando estábamos terminando el café el chofer apareció y al ser consultado por ellas se negó en redondo. Les hice ver, que si ellas querían podían insistirle, pero vi que era difícil. Para ellas era un chofer, guía, traductor en el que confiaban desde hacía días. Y no querían violentarle.  Así que yo tampoco insistí más. Me despedí de ellas y nos deseamos buen viaje mutuamente.

En realidad, tampoco estaba muy convencido de que quisiera ver a los Dorze, ya que implicaba utilizar un día más en el Sur y yo ya pensaba en el maravilloso contraste del Norte. Ya había visto mucha tribu, aldeas y poblaciones maravillosas. En realidad, yo ya quería ir al Norte a ver las maravillosas cataratas del Nilo Azul, o a Labibela y sus iglesias cavadas en roca; o ver Gondar o el maravilloso  lago Tana  con sus templos en las islas.

Y quería ir porque no me quedaban muchos días para ver todo aquello. Incluso aunque mi viaje en el Norte fuera sin bicicleta y usando autobuses y colectivos, apenas tendría 9 días, entre los cuales había que incluir la ida  desde Arba Minch a Addis Abeba y la ida y vuelta desde Addis Abeba a Bahir Dar.

Así que ya estaba bastante nervioso con lo que me perdería si no salía hacia el Norte cuanto antes. Por eso no me importó no ver a los Dorze y tener que perder un día más en el Sur. Ya había visto muchísimo. Empapándome de todo el Sur de la manera más directa posible, parando en muchos pueblos con mi bici, durmiendo en ellos, hablando con la gente y siendo apedreado por los niños alguna vez, ja ja.

En ese momento de reflexiones me di cuenta de mis ansias por ir al Norte y tomar ese autobús que saldría a las 5 de la mañana del día siguiente. Es más me di cuenta de que no necesitaba buscar hotel en Arba Minch. No quería dormir en la población, podía elegir otra alternativa más maravillosa. Así que se me ocurrió una idea un poco loca; acampar dentro del Parque Nacional de Nechisar.







En mi visita anterior a Arba Minch, pude comprobar como los guardas de la caseta de la entrada se iban a casa cuando eran las 6;30 de la tarde. Pude comprobarlo porque al salir del parque un poco tarde, ellos ya no estaban. Así que si entraba y volvía tarde o no volvía, nadie me echaría en falta. Además había comprobado como dentro del Parque vivía gente, no se dónde , pero el caso es que no era infrecuente encontrarte con moradores. Yo sería uno más ese día. 
Lo normal era encontrar niños recorriendo el Parque sin rumbo fijo o mujeres recogiendo leña.


Compré algo más de bebida y me dirigí al Parque  Nacional de Nechisar
Pagué mis 100 Birr (4 euros) por la entrada a los guardias y estos no se imaginaban que me quedaría allí toda la noche.
Recorrí el camino por la selva pedaleando tranquilamente. Lo recordaba precioso pero ahora lo era más con la llegada del ocaso. Algunos de los árboles que había visto desde el cerro del Bekele Mola, eran monstruosamente gigantes. ¡Algo increíble!  El bosque entero era densísimo, con un suelo cubierto de hojas que resaltaba su belleza.

Los primeros niños que me encontré estaban colgados de unas enormes lianas que atravesaban el camino. Jugaban a balancearse de un lado a otro, a veces en solitario, otras de dos en dos. Se lo pasaban estupendamente y reían como locos. Con ellos estaba una adolescente que venía de recoger leña y parecía divertirse viendo el espectáculo.
Estuve un rato observándoles y tomando alguna foto. Luego seguí mi camino en aquel bosque maravilloso. A esas horas ya no había coches ni motos, ya que el parque cerraba, lo que daba una gran sensación de quietud y tranquilidad.
Quería darme tiempo para acampar cuando no quedara ni un alma por allí, pero todavía había bastante luz y sería posible que me viera alguien montar la tienda así que seguí pedaleando.


En mi  primera incursión al Parque de Nechisar por la zona de Forty Springs, no vi ninguno de los manantiales.
Cuando pagas la entrada para Forty Spring tienes acceso al camino que va a los manantiales, pero antes hay un cruce. Si vas por el otro camino te adentrarás en la parte más profunda del Parque Nacional de Nechisar. Este no sería mi caso, ya que  quería quedarme cerca de la zona de los manantiales.
Después de un rato de maravillarme con el bosque y sus tremendos arboles, escuché gritos de niños. Miré hacia el lugar del que procedían y vi que eran tres niños de unos 10 años de edad. Ser acercaron caminando desde la espesura del bosque y repitieron Forty Springs unas cuantas veces. Querían que fuera con ellos y me iban a enseñar los manantiales. Así que les seguí. 

E de decir que yo no tenía ni idea de que era eso de Forty Springs. Muchas de las cosas que iba a ver en el Sur la había leído antes en Internet, me había documentado sobre las tribus y otros detalles de la propia Arba Minch, pero de Forty Spring ni papas. 
Así que cuando esos niños me llevaron a los manantiales fue una sorpresa maravillosa. Les había seguido por un sendero relativamente estrecho, de repente un claro en el bosque permitió que viera una especie de laguna con el agua cristalina. Los niños se quitaron la ropa y empezaron a bañarse locos de alegría. Se tiraban al agua desde desde el mismo borde de tierra que daba límite a las aguas. Luego se cansaron y empezaron a tirarse desde diferentes troncos caídos que había en las orillas. Por último se subieron a las ramas altas de los árboles y se lanzaron sin miedo alguno.
Estuve con ellos un buen rato disparando fotos y divirtiéndome con su gracia. Luego vino otro chaval adolescente que también se animó a bañarse a ver a los pequeños.
Estaban acostumbrados a hacer esto con los turistas y sin ellos. Pero con los primeros tenían asegurada una propina que me pareció de lo más justo. Ellos desplegaban toda su alegría y generosidad y parecían pasárselo realmente bien.
Al final del baño estaban amoratados del frío, sobre todo el más pequeño. El agua estaba relativamente fresca y el sol ya se había ido.

En realidad el espectáculo de Forty Springs consistía en ver a los pequeños disfrutando de los manantiales, más que la visita a los mismos.








Me despedí de los niños y seguí pedaleando algo más, ya sin rumbo fijo. De repente empezaron a salir de la parte derecha del camino familias enteras de babuinos que cruzaban el camino al lado izquierdo, no sé si su destino serían los manantiales. Esto ya lo había visto la primera vez que dejaba el Parque nacional de Nechisar; parecía que todas las tardes al caer el sol, los babuinos volvían a sus refugios a dormir.

Escogí un lugar oculto dentro del bosque debajo de un árbol con lianas, Allí planté la tienda e hice el mono un rato antes de cenar, colgándome por las ramas y lianas.

Cuando se hizo de noche todavía seguía acalorado  de mis trepas a los arboles, así que me dirigí a los manantiales que  los niños me habían enseñado y me di un baño refrescante. No estuve más de un minuto, pero al salir estaba medio helado, en parte por el baño y en parte porque la temperatura ambiente había bajado bastante. 
Me sequé con mi mini toalla como pude y me puse bastante ropa. Luego me metí en mi saco tan a gusto. Tarde un rato en entrar en calor, pero luego incluso tuve que quitarme algo de ropa.

Salí al exterior y me preparé algo de cenar. No tardé mucho en meterme en la tienda otra vez , ya que a esa hora había mucho tráfico de mosquitos.

Dentro del saco me fui relajando poco a poco. Era fantástica la sensación de dormir en aquella selva.  Puse 5 alarmas sobre a las 4:00 de la mañana. No fuera a ser que me durmiera y perdiera el autobús a Addis Abeba.
Según cogía el sueño oía a los babuinos con sus ruidos característicos, estos me acompañaron toda la noche con un eco maravilloso. Estaba tan cansado que no pensé en que pudieran venir a acecharme. Era poco probable ya que aquí en Etiopía, todos los animales temen mucho a los hombres. Ya que estos los tratan bastante mal en general.

Y entre ecos de babuinos y algunas aves que no identifiqué, me fui dejando caer en un sueño profundo.
Peec peec peec peec!!! me senté sobresaltado. La alarma de reloj sonaba, ya eran las 4:00 y mi sensación era  la de que me acababa de acostar.




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