Total: 142 Km
Turmi-Key Afer 82 Km
Key Afer –Woyto 40Km + 20 Km = 60 Km
Pensaba salir sin desayunar y hacerlo en Dimeka que estaba a
unos 27 Km de distancia. Pero Tigist estaba despierta, ya que esa mañana
también se iba una japonesa que había llegado el día anterior.
Me ofreció un buen café Etíope con unas tostadas que no pude rechazar.
Erich a esas horas normalmente también estaría en pie, pero estaba seguro de que no aparecería. Ya el día anterior se mostró huidizo y taciturno al enterarse de mi marcha. Hoy estaría todavía peor, y con más motivo para no aparecer en un momento tan triste.
Me ofreció un buen café Etíope con unas tostadas que no pude rechazar.
Erich a esas horas normalmente también estaría en pie, pero estaba seguro de que no aparecería. Ya el día anterior se mostró huidizo y taciturno al enterarse de mi marcha. Hoy estaría todavía peor, y con más motivo para no aparecer en un momento tan triste.
Yo también les había cogido un gran cariño tanto a Erich como a Tigist; habíamos compartido muy buenos momentos tomando café y fumando en pipa de agua. Casi era el único lugar de toda Etiopía en donde había parado para saborear algo de tranquilidad y amistad. El resto del viaje era dormir en algún lugar y seguir al siguiente destino. Pero Turmi era el centro operístico de cualquier salida para ver a las diferentes etnias que se concentran en la zona, por lo que te obligaba a parar y respirar un poco.
Estuve charlando con Tigist hasta mi partida. Me despedí con pena y todavía miré una vez más atrás cuando cruce la puerta metálica del Touris Hotel. Allí estaba Tigist despidiéndome con la mano.


Marché los primeros Kilómetros con un nudo en la garganta que poco a poco se fue disipando con el olor fresco de la mañana y los paisajes supremos que me ofrecía mi camino a Key Afer.
Me encontraba fuerte y no tardé demasiado en llegar a Dimeka después de devorar los primeros 27 Kilómetros. Se notaba que estaba descansado del día anterior gracias mi viaje en moto a Omorate para ver a los Dassanech.
Paré un rato en Dimeka a comprar agua y un zumo de mango. Pude ver a algunas mujeres que ya estaban vendiendo sorgo y mijo que depositaban en un pañuelo tendido en el suelo. Una de ellas era una Hamer que me miraba con recelo al verme con mi cámara.
Mientras bebía el zumo de mango puede observar a un joven apuesto que estaba apoyado en una estructura de madera. Llevaba un look increíble. No había visto nada parecido en todos mis días en Etiopía. Para mi cualquier espécimen, fuera del sexo que fuera, era susceptible de un buen retrato.
Llevaba una falda con dibujos burdeos y negros cuyo largo terminaba justo después de las rodillas. Lucía también unas sandalias asalmonadas que llevaba sin abrochar.
Una camisa blanca era la prenda elegida en su torso, llevaba
los últimos 5 botones desabrochados dejando entrever su ombligo. Otra especie
de camisa de manga larga blanca impoluta llevaba anudada al cuello.
También en el cuello llevaba varios collares , algunos rojos y
amarillos y otros de cuentas verdes. Uno de ellos era un collar abierto que
daba una vuelta al cuello para luego dejar caer uno de sus extremos hasta la
cintura.
Al fijarme mejor pude ver que tenía un collar más que cubría
tres centímetros la parte alta del cuello. Parecía una especie de hilo grueso
con muchísimas vueltas.
De su barbilla pendía una cadena de reloj metálico como
adorno, aparte de otro entero que lucía en la muñeca.
En su oreja derecha llevaba un pendiente cónico y plateado
por el exterior que dejaba caer por el interior de la misma un par de cadenitas
de unos 6 cm también plateadas
Por último llevaba un turbante flamantemente blanco con una
pequeña cenefa de colores verde y azul.
Impecablemente vestido e implacablemente lucido. Él lo sabía
porque vio como le miraba sorprendido, saqué mi cámara y le pregunté por gestos
si podía fotografiarle. El asintió y posó de manera magistral. Nada de
cohibirse o sentirse intimidado.
Quise preguntarle por su etnia y no creo que me entendiese
nada, pero sí imaginó lo que le preguntaba: “Bacha” me dijo señalándose
con el puño al pecho y con aire
orgulloso.
No dejaba de sorprenderme la variedad cultural de Etiopía, y eso que de momento sólo conocía el Sur.
Aprovechando sus dotes posadoras y desinhibidas le retrate
desde muy cerca. Cuando disparaba pude apreciar que era un claval muy joven. Su
color de piel era precioso y se sabía bien parecido, entre otras cosas porque
lo era. Una mirada noble y sincera ayudaban a construir un retrato Bacha
fascinante.
Terminé de beberme el zumo de mango, agradecido por sus azúcares que me daban fuerzas para continuar mi viaje a Key Afer.
No tenía demasiada prisa, ya que si llegaba demasiado pronto
a Key Afer, no estaría el mercado en su apogeo y apenas habría algunos puestos.
Seguí pedaleando tranquilamente hasta que cayeron unas gotas y tuve que ponerme el chubasquero, fue una lluvia de 10 minutos. Ni una gota más cayó en todo el día. De hecho luego el sol lució con excesiva fuerte y conforme avanzaba la mañana el calor se hizo notar.








Cuando llegue a Key Afer cerca de las 11 de la mañana, se adivinaba donde quedaba el mercado por el bullicio que se oía. Había que bajar una calle o camino enorme de tierra que salía de un costado de la carretera. El camino tenía algunas casas bajas en su comienzo y luego estaba completamente rodeado de frondosos árboles. El mercado quedaba a la derecha bajando ese camino justo antes de que este empezara a subir. Esa subida daba al camino una dimensión y visión sobrenatural, al ser un camino de tierra rojiza rodeado de verde y con un contenido maravilloso; diferentes hombres bannas y de otras etnias subían y bajaban el camino de acá para allá. Saqué mi cámara y dispare algunas fotos antes de ir al mercado.
Lo primero era dejar mi bicicleta y alforjas en algún lado seguro para poder ver el mercado con tranquilidad y sin el estorbo de la bici.
No fue fácil encontrar un sitio para ella. Primero pregunté
en un bar restaurante que había en plena carretera del Key Afer. El camarero o
jefe no estaba por la labor de cuidar mi bici. Además unos conductores de
todoterrenos que estaban aparcados fuera, empezaron a reprocharme que un
farangi debía de pagar para ver el mercado. Estos conductores pertenecían
a algunas agencias turísticas. Les
contesté que había pocos turistas en Etiopía en contraste con Tanzania y Kenia,
por el maltrato al turismo de algunos ciudadanos etíopes. Y me fui de allí
echando pestes.
Probé en un par de casas y nada. Al final encontré una especie de hostal de tercera donde me guardaron la bici y alforjas a cambio de algunos Birr. No recuerdo el precio, pero sí sé que no fue mucho, y también sé que cuando quise echar mano de mi chubasquero en Arba Minch, este ya no estaba. No sé si lo perdí en Konso u otro lado, pero lo más seguro es que me lo “hubieran desaparecido” en Key Afer.
Bueno, una vez dejada mí bicicleta y alforjas, cogí mi cámara y una pequeña mochila y me dirigí al mercado sin pasar por delante del bar restaurante, no sea que salieran a decirme algo los pesados de antes.
Bajé por aquel maravilloso camino que me llevaba hacia el mercado, asombrado por el colorido de las vestimentas de los individuos de diferentes etnias.
En realidad el mercado de Key Afer es principalmente el
mercado de los Banna, aunque también hay miembros de otras etnias como los
Hamer Ari, Arbore y Tsemay.
Según bajaba ese camino
pude ver el trasiego de hombres Banna con sus características faldas
cotas. Muchos llevaban chaleco de estilo occidental con una diadema de cuentas
coloridas en su cabeza. Sus sandalias estaban fabricadas con restos de neumáticos
y en sus manos el tradicional asiento de madera llamado borkota.
Era curioso como alternaban sus faldas, collares, tobilleras
y diademas tradicionales, con cazadoras vaqueras o camisetas modernas. Era como
si hubieran perdido algo de sus orígenes pero conservaran otros.
Algunos hombres Bannas llevaban un gran gorro tipo chistera
de color chillón, lo que les daba un aspecto más exótico todavía.
La variedad era descomunal y era bastante difícil distinguir
a los bannas de los Tsemay. Sólo el detalle del barro en el pelo de los
primeros les distinguía, mientras que los segundos eran partidarios de usar
horquillas en sus pelos, aunque no siempre.
Mientras contemplaba a los primeros Banna, pensaba en sus características y orígenes:
Esta tribu se ubica a lo largo del río Omo al Norte del lago
Turkana, en el extremo Sureste de Etiopía, muy cerca de las fronteras con
Kenia, Uganda y Sudán. Habitan sobre todo las poblaciones de Key-Afer y Jinka.
Se dedican sobre todo al pastoreo; sobre todo
grandes rebaños de vacas y en menor cuantía de cabras y ovejas. Cultivan
también en menor medida sorgo, maíz y sésamo
Son seminomadas, en parte por la hostilidad de las tierras
donde viven.
Practican la apicultura con eficiencia, cuya
miel utilizan como intercambio en los mercados.
Viven en viviendas inestables y fáciles de desmontar. Sus
casas forman un circulo y dentro está el ganado por la noche, que es cuidado
por los jóvenes solteros.
Actualmente son unos 35.000 individuos repartidos entre los ríos Omo y la población de Woito. Comparten la lengua de los Hamer al pertenecer a la misma familia y por
lo tanto se pueden casar entre ellos.
Los hombres recorren muchos Kilómetros con sus rebaños
durante la estación seca para encontrar pastos fértiles.
Su estructura social se basa en edades, donde los
ancianos están en la cima de la pirámide. A estos los dirige un Biltta o jefe
espiritual.
Las mujeres en cambio están un escalafón por detrás de cualquier
hombre.
Al igual que los Hamer, los adolescentes son circuncidados y
las niñas sufren la ablación
Van siempre armados por sus numerosas contiendas por los terrenos
y el pastoreo, no siendo infrecuente las matanzas.
Al igual que los Hamer, los jóvenes realizan el ritual “salto
del toro” (con alguna diferencia) para entrar en la edad adulta.







Cuando giré a la derecha para dejar el camino, apareció ante
mí un arcoíris de mercado; la variedad de colorido en vestimentas de las
diferentes etnias casi saturaba las pupilas del visitante.
Así como en el mercado hamer de Turmi abundaban los marrones, negros y ocres, aquí abundaban azules, amarillos , rojos, verdes… Todo estaba maravillosamente multicolorido. Incluso los pañuelos o rafias donde depositaban la mercancía en el suelo ayudaban a darle vistosidad al mercado..
De un solo vistazo era fácil apreciar a muchas mujeres Albore con su semicalabaza en la cabeza vendiendo en muchos puestos ropa o alimentos. Daba gusto poder distinguir algo a primera vista después de lo difícil que se había puesto distinguir a otras etnias.
Una choza se levantaba a un lado del mercado con su techo pajizo y sus paredes de azul cobalto. A su lado algunos hombres vendían grandes machetes y cuchillos. Allí curioseaban varios la mercancía.
Me crucé con un banna que llevaba una chistera chillona de color entre rojo-rosado y verde. No pude evitar hablar con él y tirarle un par de fotos. Llevaba una camisa amarilla de corte occidental y un par de pendientes de aro de considerable tamaño. Su mirada era fuerte y decidida. Me despedí de él y seguí oteando el mercado.
Me parecía increíble la belleza y el ambiente que había. Ya he escrito en muchos de mis blogs mi debilidad por los mercados de cualquier país. Pero aquí, en el valle del Omo, un mercado era una experiencia sublime y conmocionante. Uno estaba medio aturdido de tantas sensaciones y estímulos visuales a la vez. No sólo era el lugar, también el color y el olor a tierra africana y por supuesto la gente. ¡Pero qué gente! ¡qué caras, qué cuerpos, qué visión sublime!
Allí estaba yo con la boca abierta extasiado y embobado.
Salí de mi letargo contemplativo y seguí
paseando por el mercado de Key Afer.
Un poco más allá de la choza azulada se extendía en el suelo una gran tela naranja de rafia de dos por cuatro. Esta mostraba sus artesanías típicas del valle del Omo. Allí estaban las famosas tarteras redondeadas de piel, que eran de gran belleza y de las que terminaría adquiriendo una en el Norte de Etiopía. Aquí de momento tenía que conformarme con mirar, ya que todavía me quedaba la vuelta hasta Arba Minch en bicicleta y no podía comprar nada voluminoso.
También abundaban multitud de pulseras y diademas de cuentas
coloridas y otras confeccionadas en
cueros. Adornos confeccionados con conchas de río, cantimploras de calabaza, cueros
curtidos para vestimenta e incluso collares hamer arcillosos.
El puesto parecía estar sin atender, pero justo a su
lado cuatro niños jugaban subidos en un carrito confeccionado
completamente en madera incluida su rueda. Seguramente era el carro usado para
traer el material a vender desde sus aldeas.
Unos metros más allá me encontré con un Tsemay, se que lo era porque me lo dijo él, sino hubiera supuesto que podía haber sido de cualquier etnia.
Este vestía con falda negra y camiseta de tirantes también negra. Llevaba sandalias de neumático como casi todos por allí. Lucía multitud de pulseras y tobilleras, algunas por debajo justo de las rodillas y otras por encima justo de los codos, además de las que llevaba en muñecas y tobillos.
Llevaba también collares y diadema de cuentas. De uno de los
collares colgaba una especie de rebaba grande a modo de babero hecho de multitud
de cuentas de colores. También llevaba un cinto de cuentas a juego con las
tobilleras y pulseras. La verdad es que estaba muy bien conjuntado.
De uno de sus collares colgaba la cadena metálica de reloj
que tanto gustaba en el Valle del Omo. Todo su pelo estaba trenzado en pequeñas
coletillas tipo rastafari.
Me despedí también de él, resulto ser bastante simpático.
Según me alejaba recordé algo que había leído acerca de los Tsemay
Los Tsemay proceden del sudoeste de Etiopía. Pertenecen a la familia Cushitic del este de las tierras bajas, de la que también forman parte el Dassanatch y el Arbore.
La mayoría se encuentra en la ciudad de de
Woito, que está situada entre la carretera Konso-Jinka y al norte del río Woito
(Weyt´o).
Hablan un idioma del Cusitico Oriental llamado
Tsamai,
Los Tsemay son predominantemente seguidores de
su religión étnica que cree que las estrellas masculinas y femeninas crearon el
mundo.
Los Tsemay practican la agricultura y
pastoreo. Utilizando las orillas del río Weyt´o, para el cultivo de sorgo, mijo
y algodón. Al igual que la tribu Hamer y Banna, los niños Tsemay que desean
casarse y entrar en la edad adulta tienen que completar con éxito el famoso
ritual del “salto del toro”.









Pude fijarme como casi todas la mujeres arbore vendían sorgo, mijo o alubias. Normalmente se sentaban juntas y extendían sus metros cuadrados de rafia en el suelo, donde colocaban las mercancías. Eran como un una zona de cascos de calabazas reunidas al ser muy fáciles de identificar.
Pasé luego a una zona donde se vendían gran
cantidad de verduras que parecían acelgas o algo similar. Sobre todo abundaban
vendedoras hamer, arbore y otras con vestimentas occidentales. Probablemente no
pertenecían a ninguna tribu.
También se supone que en este mercado de Key
afer había miembros de la tribu Ari. Seguramente los fotografié y vi, pero no supe
distinguirlos de las demás etnias .
Había visto algunas fotos de los Ari en
Internet y vi que algunos llevaban horquillas coloridas como adornos en el
pelo, pero también los banna podían llevarlas. No se trataba de ir preguntando
a todos los que fotografiaba, así que di por hecho que algunos eran Banna y
otros Ari.
Después de fotografiar a alguno y alguna que seguramente lo era, recordé algo de lo que había leído acerca de los Ari:
Hay unos 100000 Aris que viven en la frontera
Norte del Mago National Park y los montes de Jinka. Es uno de los grupos
étnicos más ricos de la región por sus grandes posesiones de ganado (vacas, cabras, ovejas, incluso caballos) y aves de corral (pollos)
En sus tierras altas tienen cultivos que otras
tribus no tienen, como trigo, café, algodón. centeno,
guisantes, judías y bananas. Aunque lo que le da más beneficios son el café,
algodón y trigo.
Sus
mujeres se dedican a la artesanía
Seguí paseando por el mercado, pisando su tierra rojiza. Tuve suerte ya que esta parecía arcillosa y estaba seca. Podría haber tenido un día lluvioso y todo hubiera sido más calamitoso, incluso el ambiente de risas y charlas que había entre muchos bannas se hubiera diluido con la lluvia.
Entre las etnias del mercado apareció de repente un grupo occidental organizado. Eran unos 10 y un guía les daba instrucciones. Pronto empezaron a moverse por el mercado de Key Afer. Casi todos permanecían unidos y sólo un par de ellos se separaban algo. No me molestaban, pero después de casi no ver ningún occidental por el Sur de Etiopía se me hacia raro compartir el mercado con ellos.
De todas formas mi visita estaba llegando a su fin.
Un grupo de mujeres banna sonreían mientras hablaban en medio del mercado. Era fascinante ver sus ropas de colores chillones, sus faldas de telas rojas azules y amarillas y sus paraguas también de colores llamativos que utilizaban para protegerse del sol y de la lluvia.
Sus diademas de colores y sus pelos cuidadosamente
rastafaris (ya comente en su momento que el origen de los rastas viene de
Etiopía) les daban un aspecto precioso y singular.
Casi todas llevaban tobilleras de cuentas de colores y
pulseras del mismo material, además de pulseras color cobrizo.
Hablaban distendidas y contentas y se sabían guapas.
Normalmente los mercados son lugares para socializar y donde
es fácil que los jóvenes de uno y otro sexo se conozcan.
Los mercados es lo mejor del Sur de Etiopía. Incluso es más interesante ver a los diferentes grupos étnicos en ellos, que verlos en sus propias aldeas.
En más de una de esas aldeas los encuentras después de comer
o nada más levantarse. Se muestran al turista pero casi de una manera obligada
y poco natural. Mientras que en los mercados están felices de vender comprar,
hablar con otros. Es su vía de escape, es su cine y su teatro en el Valle del
Omo. Están deseando que llegue el día de mercado con gran ilusión
Así que cuando los ves
en cualquier mercado, están felices y contentos de estar allí. En ellos,
el turista puede verles en su momento de mayor diversión y con expresiones de
felicidad y naturalidad. Por lo que los mercados y sus gentes es lo más
autentico del Valle del Omo.






Estaba pensando que era la hora de terminar mi visita al mercado de Key Afer, por lo que fui desandando el camino.
Me crucé con dos mujeres hamer que vendían forraje para el ganado. Luego pasé por una zona donde se vendían muchas artesanías , incluidas pequeñas estatuas de madera.
Una mujer mayor vendía grandes vasijas de barro que todavía
tenían el color negro del proceso artesanal de haber sigo cocidas al fuego.
Posó para mí con las que parecían sus nietas después de unas risas.
Un poco más allá, otra mujer mayor vendía grandes platos fabricados en arcilla cocida y las típicas cafeteras de arcilla de Etiopía. La mujer no tenía ningún rasgo étnico. Vestía falda larga de flores, chaqueta roja y un pañuelo normal en su cabeza. Parecía despedir serenidad por cada uno de sus poros, acostumbrada al turista como nadie.
En otro puesto cercano a la salida al camino grande, un banna vendía calzoncillos de colores y camisetas variadas. Incluso había alguna camiseta de equipo de fútbol.
Una mujer Arbore de gran belleza puso su mano delante de su cara para que no le fotografiara. Le dije que “Konyo sit” (mujer bonita) y se me echo a reír a carcajadas. Al final conseguí hacerle un buen retrato, aunque tuve que esperar algunos minutos a que se le pasara el ataque de risa, ya que cada vez que apuntaba mi cámara a su rostro se desternillaba de risa.
La mujer era en realidad una muchacha joven con su
correspondiente semicalabaza en la cabeza. Esta estaba finamente labrada y
teñida del mismo color que el pelo arcilloso de la mujer. Llevaba pendientes de
cuentas azulados y collares con cuentas con predominio de rojo, verde y amarillo. Sobre los hombros
llevaba un pañuelo negro y blanco a modo de chal. Su mirada era hipnotizante en unos ojos que
parecían inyectados de sangre y cansancio.
Justo antes de dejar el mercado me crucé con un joven Banna al que convencí a base de Birr para que posara para mí. No había gastado casi nada en este mercado para tirar fotos; muchas fueron robadas con discreción y otras me fueron concedidas por mi simpatía. Pero alguna la conseguí con Birrs.
Este joven banna no tendría más de 16 o 17 años. Como casi
todos llevaba sandalias confeccionadas con restos de neumático. Llevaba una
falda de tela a rayas rosa y azulada con una camiseta beige de cuello rojizo.
También se adornaba con dos muñequeras de 10 cm de ancho en cada brazo, justo a la
altura de los bíceps, estaban confeccionadas con cuentas con predominio de colores azul y rojo. En su muñeca
izquierda llevaba anudado un pañuelo rosado.
Una diadema roja y negra coronaba su cabeza que llevaba
prácticamente rasurada por completo, salvo en la parte delantera-superior y
central de su cabeza, donde asomaba algo de pelo.
En su brazo derecho asomaba una cicatriz de alguna antigua
herida.
Era un ejemplar fuerte y de belleza exótica. Parecía un velocista en contraposición al tipo de morfología que se ve por aquí.
Era un ejemplar fuerte y de belleza exótica. Parecía un velocista en contraposición al tipo de morfología que se ve por aquí.
Me dirigí a por mi bicicleta y alforjas y compré algo de pan, galletas y bastante
agua para el camino. Después me comí unos espaguetis en un establecimiento
cercano al hostal donde me habían guardado la bici.
Cuando terminé de comer me dispuse a recorrer mi primera etapa de camino de regreso hasta Arba Minch.
Recorrería 110 km hasta Konso y luego otros 85 Km hasta Arba
Minch, esperaba hacerlo en dos días. De momento en el primero de ellos salía con algo de retraso del punto de
partida. Eran las 13:20 horas cuando
empecé a bajar el puerto de Key Afer.
Ya llevaba un buen palizón ese día, pero me encontraba
fuerte y sobre todo eufórico de haber
podido ver muchas de las bellezas del
valle del Omo.
Esa tarde intentaría llegar a Woito (woyto) que estaba a 40 km de Key Afer, e incluso si estaba fuerte haría algunos Kilómetros más. Luego fueron bastantes más, ya que me hice 60Km casi de una tacada. Eso sí casi todo asfaltado, lo que facilitaba el avance bastante.
En mi pedaleo por el Valle del Omo dirección Woyto, pensaba en el origen del nombre que daba nombre a este valle:
Resulta que en la cuenca del Valle del Omo y en la del río
Awash se han encontrados los restos de los homínidos más antiguos del planeta
("Lucy" y "Ardi", con 3.5 y 4,4 millones de años de
antigüedad). Se han hallado igualmente homínidos
pertenecientes a los géneros "homo" y "australopithecus",
También han aparecido aquí los cráneos más antiguos de homo
sapiens (195000 de años) de toda la tierra.
En 1980 el bajo Valle del Omo fue declarado por la por la
UNESCO como Patrimonio de la Humanidad, debido las valiosísimas riquezas
arqueológicas y su enorme variedad étnica en la zona.
Esa noche dormiría tranquilamente en mi tienda; la había montado en una zona tranquila unos 20 km después de pasar Woyto.
Mis últimos pensamientos antes de caer en un profundísimo sueño, eran acerca de un calidoscopio de colores que se formaba en mi cabeza al recordar vagamente el maravilloso mercado de Key Afer.


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