Turmi - Omorate - Turmi 142 Km en moto.
Había
quedado a las 7 de la mañana con el motorista, el lugar elegido era la misma
tienda de la esquina donde habitualmente compraba comestibles en Turmi.
Los 71 Km desde Turmi a Omorate y su vuelta los haría
en moto esta vez, necesitaba reponerme de la auténtica paliza del día anterior.
Había desayunado bastante bien pensando en reponer
alguno de mis muchos kilos perdidos el día anterior.
Estaba ilusionado y feliz ante mi visita a los
Dassanech.
El término Dassanech significa "gente del delta".
Los Dassanech (también
llamados Marille o Geleba ) son una etnia que habita en
diferentes zonas de Etiopía, Kenia y Sudán. Su residencia principal se
encuentra en el Sur del valle del Omo y en las riberas del lago
Turkana. En el 2007 había 48.067 dassanech , unas 1.481 son habitantes de
zonas urbanas.
Los 4 Kilómetros primeros correspondían a un camino
de tierra bastante bacheado, para luego pasar a ser una carretera
totalmente asfaltada en bastante buen estado.
El camino a Omorate se dividía en dos mitades. La
primera mitad era dirección Sur, en la segunda el camino tomaba dirección Oeste
hasta Omorate.
A pesar de ser una buena carretera, no había otra
población entre Turmi y Omorate. Sí debía vivir gente entre las dos poblaciones
ya que no era infrecuente ver a alguien andando por algún camino lateral o
pastoreando cabras.
El campo estaba precioso, pero según íbamos avanzando
cada vez era más árido y seco el terreno. Algunas lagunas artificiales hechas
por el hombre se encargaban de retener las preciosas aguas de las lluvias. Allí
muchos pastores llevaban a sus cabras a abrevar.
Por fin llegamos a la población de Omorate después de un viaje que se me hizo muy rápido comparado con las muchísimas horas del día anterior.
No fuimos directamente a ver a los Dassanech. Sabía dónde estaba
la aldea porque la había visto cientos de veces en Google Earth. Según el mapa
había que atravesar el río Omo por un puente que estaba un Kilómetro antes de
llegar a la población de Omorate.
En bicicleta hubiera optado por ese camino. Una vez pasado el
puente había que girar a la izquierda por un camino que después de un Kilómetro
llegaba a la aldea Dassanech.
Pero el motorista en vez de esta opción, optó por
seguir hasta el mismísimo pueblo. Llegamos hasta una zona de casas,
en unas sillas s estaban varios jóvenes sentados bebiendo cerveza,
entre ellos se supone que estaba el guía oficial.
El guía cruzó unas palabras con mi motorista y se dirigió a mi
después: " one thousand Birr" me soltó de golpe.
El día anterior había pagado 500 Birr (15 Euros) por ver a los Karo, 300 por la entrada a la aldea y 200 al guía) y hoy me pedían el doble. Sabía que estaba en sus manos, yo había llegado en moto y el motorista había hablado en amhárico (Amharic) con el guía antes de que este hablara conmigo, podían acordar precios a su antojo. Aún así intenté que el precio fuera el del día anterior, pero no hubo manera. Después de un buen rato negociando conseguí que el precio fuera de 750 Birr (22.5 Euros).
En realidad esto no era dinero comparado con lo que hubiera pagado en un viaje con agencia. Sabía que me "engañaban", pero yo también lo había hecho a mi manera, saltándome el sistema con sus agencias extrajeras o locales, sus todoterrenos de alquiler y hoteles de semilujo.
Había varios escalafones de dineral a pagar por una visita al valle del Omo o Norte de Etiopía:
1- El de una agencia extranjera o de tu propio país cuyos márgenes
son infinitos y por lo tanto carísimos. Una visita al Valle del Omo
y Norte de Etiopía puede salir por cerca de 4000 euros
2- Luego venía la agencia local de Addis Abeba, también bastante
caro pero mucho menos que la agencia extranjera.
3- En el tercer peldaño pasaba contratar una agencia en Arba Minch
(gran población dentro del Valle del Omo). Más barato que en Addis Abeba.
4- El cuarto nivel nos lleva a alquilar un coche con chofer que te
conduce hasta Turmi y Jinka y desde allí buscarte la vida para ver las tribus.
A Omorate en el mismo coche alquilado y a los karo alquilando un buen
todoterreno o en moto. A los Mursi una de las dos opciones anteriores.
5- Alquilar un coche sin chofer para llegar a Turmi y Jinka y
buscarte la vida allí.
6- Llegar en autobús hasta Arba Minch desde Addis Abeba y luego en
colectivos hasta Jinka y Turmi y allí buscarte la vida.
7 - Llegar en bicicleta desde Addis Abeba a Arba Minch, Jinka y
Turmi y allí buscarte la vida o incluso ver a alguna tribu en bicicleta.
Así que 22.5 euros por ver a los Dassanech no era mucho. Había
gastado también 500 Birr (15 Euros) en ir y volver de Turmi a Omorate (142 Km).
En total 37.5 Euros, que no es nada comparado con lo que vas a ver, sentir y
vivir viendo a esta gente.
Los Dassanach son tradicionalmente
pastores, pero en los últimos años se han pasado también a la agricultura.
Han perdido muchas de sus tierras
en Kenia en los últimos 50 años, sobre todo a ambos lados del lago Turkana. La
misma suerte han tenido en Sudán. Por todo ello sus cabezas de ganado (vacas,
cabras y ovejas) han disminuido drásticamente. Muchos de ellos se han visto
obligados a trasladarse a las orillas del río Omo donde intentan cultivar
suficientes cultivos para sobrevivir.
Cultivan sorgo, maíz, calabazas y
frijoles cuando el río Omo y su delta se inundan
En la estación seca sacrifican
cabras y vacas para obtener cuero y carne.
El sorgo lo utilizan para hacer una
especie de papilla y también se fermenta para fabricar su cerveza. El maíz se
come mayoritariamente tostado.
Después de pagar al guía nos dirigimos a una especie
de embarcadero por llamarlo de alguna manera, ya que lo único que lo
identificaba era unas canoas amarradas con unas cuerdas a la orilla. Estas
canoas estaban construidas en una sola pieza de un gran árbol, este había sido
vaciado de madera por arriba y le habían dado forma de quilla redondeada por
abajo.
En el momento en que íbamos a embarcar, llegaba otra
canoa de la otra orilla con una mujer y un niño. El niño llevaba el pelo
cortado al estilo punki, llevaba una tela colorida como falda y una camiseta de
algún equipo de fútbol local. La mujer lucía diversos collares y telas muy
vistosas.
En la misma canoa que nosotros íbamos a utilizar para cruzar a la otra orilla del río Omo, subió otra mujer con tres bidones amarillos. Se sentó delante de nosotros, el guía iba detrás de mí.
La mujer llevaba un brazalete de cuentas
que formaban la bandera de Kenia. Lucía bellas escarificaciones en su hombro
izquierdo, así como diferentes collares y pendientes. Un pañuelo rodeaba su
cuerpo a modo de vestido y su pelo era rojizo al tenerlo teñido de arcilla. Es
posible que fuera una dassanech de Kenia, ya que que en este país también había
miembros de esta etnia y por otra parte estábamos muy cerca de su frontera.
Justo en la otra orilla más niños esperaban para ayudar a descargar las embarcaciones a cambio de alguna propina.
En cuanto desembarcamos fuimos a pie hasta la aldea de los dassanech. Por el camino fuimos encontrando a los que seguramente eran también miembros de esa etnia.
La mayoría iban hacia río con bidones, a recoger agua
supongo. Un par de mujeres llevaban en sus cabezas una gran cantidad de ramas
con hojas verdes y frescas de alguna planta que no supe identificar.
Una de las mujeres que vimos iba con su bidón amarillo
y era muy guapa. Podría tener desde unos 16 a 18 años, pero aparentan más en
estas zonas de África por su desarrollo temprano.
La joven levaba un pañuelo a cuadros negros y naranjas
sobre la cintura que hacía de falda tipo masai. Tenía también varios brazaletes
y pulseras amarillas y rojas, además de bonitos collares; uno de ellos con
vueltas pegadas al cuello era azul marino, otro rojo que casi le llegaba al
pecho y otro del grosor de un pulgar y con forma cilíndrica que estaba
fabricado de multitud de cuentas más pequeñas que los anteriores. Llevaba
también una especie de fular azul marino sobre el hombro que tapaba su pecho
izquierdo, dejando el derecho al descubierto. Su pelo estaba cuidado con
diferentes trencitas embadurnadas de arcilla un poco más que el resto del
cabello.
Estos fueron mis primeros encuentros con los
dassanech.
Según caminábamos iba
recordando cosas que había leído de los dassanech. Los Dies, son la clase baja
de los Dassanech, son individuos que han perdido su ganado y su
forma de vida anterior. Viven a orillas del lago Turkana cazando cocodrilos y pescando.
Por lo visto hay mucha enfermedad a
lo largo del río Omo , malaria y tsetse entre otras.
El Dassanech habla su propio idioma que se llama Dassanech
Seguimos andando y pronto vimos el cercado de madera
que rodeaba la aldea de los dassanech. Las chozas estaban dentro de ese
perímetro.
Según avanzaba pude comprobar que las chozas dassanech
no eran sólo de madera y paja como las de los Karo. Aquí la mayoría eran de
chapas metálicas y madera a modo de largueros que sujetaban estas. También las
había de madera y ramas, pero eran las menos.
Al acercarme más vi que algunas aparte de chapas
metálicas, tenían trozos de madera de restos de construcciones o muebles viejos
y también incluían pieles de animales.
El perímetro de las chozas o cabañas estaba sujeto por fuertes cayados de madera que hacían que no se movieran la chapas hacia afuera.
Las mujeres dassanech son las encargadas de
construir las chozas
Otra particularidad común en todas, era que la parte
superior de las chozas estaban atadas y sujetas con cuerdas para darles más
consistencia y que no se volaran ante vientos fuertes.
Parecían Iglús tribales, con la misma forma pero con
diferentes materiales.
El pueblo Dassanech se encuentra dividido en ocho subgrupos con diferentes antecedentes históricos: Inkabelo, Inkoria, Naritch, Elele, Randal, Oro, Koro y Riele.
Durante
el siglo XIX, los Dassanech se incorporaron al Imperio etíope.
Entre
principios del siglo XX y los cuarenta del siglo XX, los dassanech fueron
guardianes de las fronteras etíopes; primero al servicio de Etiopía y luego al
de los italianos.
Pronto aparecieron los primeros niños que salieron de una de estas chozas al oír alboroto.
Eran pequeños; un niño desnudo de unos 6 años y otros
u otras dos de unos cuatro con faldillas de tela asalmonada y azulada.
Dos mujeres salieron de otra choza hecha casi
exclusivamente de ramas secas. Lucían preciosos collares con el rojo como
predominante. Una de ellas llevaba por falda una bonita tela morada y pistacho,
la otra llevaba una azul y amarilla. Las dos mujeres iban con el torso
completamente desnudo y lucían unas diademas de cuentas de diferentes colores.
Una de ellas llevaba zapatos construidos con restos de
neumáticos, mientras la otra iba descalza. Les pagué cinco Birr a cada una, ya
que les había tirado varias fotos.
El caché aquí era menor que el de los Mursi, pero no
era cuestión de regatear cuando me dejaban disparar lo que quisiera.
Pude hacerles fotos de cuerpo entero y de medio
cuerpo, aparte tomar primeros planos de sus rostros fascinantes.
Al retratar sus caras me fije en que llevaban el pelo
cuidadosamente trenzado, incluso una llevaba una horquilla.
Lucían las dos los mismos pendientes amarillos con
cuentas negras y blancas.
Pasé luego a ver una choza abierta, esta sólo tenía
largos de maderas y un techo para dar sombra. Allí una madre cuidaba de sus
tres hijos. Uno de ellos estaba tumbado en una especie de esterilla negra y una
tela morada. Según el guía padecía malaria y por eso estaba tumbado y
convaleciente. Tenía fiebre en ese momento y al fijarme con más detenimiento me
pareció que no tenía muy buena cara.
Me quedé apenado ante esta situación. La malaria solo
tiene prevención y no cura, pero estos niños están totalmente expuestos al
mosquito que la transmite al no tener si quiera mosquiteras.
Les di algo más de dinero, pero seguramente poco
podrían hacer con él.
Según me dirigía a otra zona de la aldea me iba acordando de más constumbres de esta etnia:
Los hombres son circuncidados y las
mujeres sufren la ablación del clítoris. A pesar de que muchas mujeres
dassanech se van oponiendo a la mutilación sexual de sus niñas.
Esto sucede en
la Ceremonia “Dimi”. Es una de las ceremonias más importantes
que anualmente se celebran y en la que los protagonistas son los padres de las
niñas que van a sufrir la ablación del clítoris.
Una ceremonia que se hace cuando
las niñas tienen entre 8 y 10 años. Tras la ceremonia su estatus social será de
mayor reconocimiento, pasando a formar parte de los responsables de la
comunidad casi como un adulto más.
La fiesta del Dimi suele durar unas
seis semanas. Cada hombre que participa, proporciona unas cuantas cabezas
de ganado para ser matado y distribuido entre toda la aldea.
Seguí avanzando entre las chozas. Una mujer de mediana
edad llevaba un hermoso tocado hecho de ramas con semillas de Sorgo. En su
brazo izquierdo lucía pulseras metálicas plateadas, además llevaba
preciosos pendientes rojos además de bonitos collares.
Un poco más allá un trió de niños se presento con sus
mejores prendas. Eran dos niñas de unos 11 años, una de ellas llevaba a una
cabrita y a un niño de unos tres años en brazos. Los tres en conjunto eran
graciosos y tiernos.
El niño pequeño solo llevaba una camiseta a rayas pero
llevaba un original tocado de chapas amarillas encuerdadas. La chica que
llevaba a la cabra y al niño, tenía como falda una preciosa tela amarilla
albero con algunos dibujos bordados. Llevaba también una gran diadema sobre su
pelo bellamente trenzado. Debajo de su labio inferior colgaba una pluma de ave.
La otra niña llevaba una falda de tela azul y una fino
tocado del que colgaban los restos de una pulsera de reloj y un viejo
cortaúñas. Ya había visto otras veces como cualquier cosa puede valer para usar
como adorno en el Valle del Omo.
Otra mujer del estilo de las anteriores, apareció con
un niño crecidito en brazos. Llevaba múltiples pulseras cobrizas en su muñeca
derecha. El niño tan pronto posaba abrazado a su madre como lo hacía mamando, y
cuando lo hacía estiraba el pezón de su madre hasta los limites humanos más
imposibles. Casi me dolía a mí!
Luego hice alguna foto del interior de una cabaña.
Allí, sentado en el suelo, descansaba un hombre. No había mucho más un par de
pieles muy usadas de algún animal que hacían de esterilla y algunos bidones de
agua. Estaba casi en penumbra absoluta y solamente llevaba una tela
a modo de pantalón corto. El hombre estaba bastante delgado y no tenía pinta de
muy saludable. Después de darle los Birr correspondientes me despedí
con una sonrisa.
Fuera de la choza había otro dassanech más joven y
fornido. Llevaba una tela de rallas verdes y rojas a modo de falda, una diadema
o tocado amarillo y negro, y un collar de cuentas muy gruesas de una sola
vuelta en blanco y rojo. En su mano derecha llevaba la típica silla pequeña del
valle del Omo (borkota). Además llevaba una especie de espinilleras de cuero y
dos cintas de tela atadas por debajo de las rodillas.
Era el primer hombre dassanech relativamente joven que
veía en la aldea.
Una niña de unos 6 o 7 años había cogido otro manojo
de ramas de sorgo y también lo llevaba en la cabeza como la mujer mayor que
antes lo llevaba. Las ramas iban atadas con un trozo de tela. La niña llevaba
una gran tela rojiza de cintura a tobillos. Esta tenía un buen boquete en su
parte de abajo, pero aun así estaba muy guapa. Se había sentado en uno de los
cercos de madera que limitaba la aldea y parecía un pequeño gnomo encaramado.
Poco después tres mujeres se me ofrecieron para una
foto grupal. Me pedían 100 Birr por foto. Como llevaban a 6 niños, el grupo
ascendía a 9 y era muy numeroso.
Ya en otras fotos grupales con los Mursi había
comprobado que se podía regatear; acordamos 50 Birr y por supuesto tiré
bastantes fotos.
Las mujeres se reían bastante cuando les tiraba un
plano corto o cuando quería colocarlas. Era bueno que se rieran y se tomaran
todo un poco a guasa, ya que en de esta manera se relajaban y eran más fáciles
de fotografiar y además sin pedir más dinero.
Casi apelotonados posaron para mí todo el grupo.
Alguna incluso se agachada como en un equipo de fútbol para no tapar a las
otras. No paraban de hablar y de reír.
Al final le dije al guía que me hiciera una foto con
ellas. Me hizo varias que cortaban los pies o cabeza de alguien, así que le
enseñé como las quería y consiguió hacer una decente.
Seguí deambulando por la aldea y un movimiento
repetitivo llamó mi atención. Dos mujeres sentadas sobre una piel de cabra
quitaban el pelo a esta con dos machetes enormes. Lo pasaban una y otra vez de
delante a atrás y el pelo iba saliendo.
Cada una tenía a un niño sentado en sus piernas e
incluso uno de ellos participaba en el curtido de la piel. Una de ellas también
llevaba un buen ramo de ramas de sorgo en la cabeza.
A la derecha de las curtidoras de piel, dos chicas
adolescentes posaban con telas rojizas de cintura a tobillos mientras que su
torso iba desnudo. En sus cabezas llevaban una borkota a modo de adorno; las
típicas sillas de madera del valle del Omo. Estaban impecables y verdaderamente
parecía un tocado más que una silla.
Una de ellas llevaba una bonita diadema de cuentas
amarillas y negras, aparte llevaban grandes collares rojizos de muchas vueltas
junto con alguno más pequeño de color negro, verde y amarillo. Las sillas
quedaban como una especie de cornamentas de madera que les daba un toque
distinguido a modo de reinas tribales. ¡Muy guapas!
Llevaba ya un buen rato haciendo fotos en la aldea
dassanech y cada vez se reían más conmigo y yo con ellos. A estas alturas ya me
seguía un regimiento de mujeres y niños a donde fuera.
En otro lado de la aldea apareció otra vez la mujer a
la que su hijo estiraba su pezón mas allá de los limites, estaba con su niño y
una compañera que obtenía harina del grano frotando una piedra pequeña contra
una grande.
Y otra vez las niñas que llevaban las cabritas habían
cambiado sus tocados de cuentas por más sillas de madera, emulando a las
mujeres mayores. Y no solo eso, llevaban también bajo las sillas una diadema de
chapas de cerveza. No tendrían nada que envidiar a los sombreros de Ascot.
Todas las chapas tenían un agujero en el
centro e iban atravesadas por una cuerda, todo un trabajo de reciclaje.
Una niña pequeña apareció por detrás de mi, tendría
cuatro años más o menos y llevaba encima de ella un niño más pequeño, eran
enternecedores. Los dassanech querían llamar mi atención para que les hiciera
fotos y yo no podía dejar de hacerlas, en parte por mi interés y en parte por
no decepcionarles.
Unas madres que estaban detrás de mí, al ver que le hacía fotos a un niño encaramado encima de una niña, pusieron a sus hijos encima de ellas para posar.
No voy a juzgar a esta gente por dejarse hacer fotos a cambio de dinero. He oído hablar de prostitución fotográfica y otros adjetivos variados. Ellos se ganan su sobresueldo haciendo esto. Sin turistas es posible que algunas de su tradiciones y vestimentas no tuvieran sentido. Incluso es posible que ciertas tribus desaparecieran. No viven exclusivamente del turismo, pero si es una parte considerable de sus ingresos.
Después de un rato sin ver casi hombres, aparecieron
unos cuantos de repente: Tres estilizados y fuertes dassanech se acercaron al
tumulto. Venían de algún cometido fuera de la aldea.
Los tres llevaban telas coloridas a modo de faldillas,
dos de ellos las sujetaban con cinturón de estilo militar comprado en algún
mercado. Lo que más destacaba eran sus piernas kilométricas. Es increíble la
cantera inagotable de atletas que pueden tener los etíopes.
Los últimos grandes atletas españoles de fondo salían
de zonas rurales como Palencia o León. Hoy en día esto se ha perdido
prácticamente, sobre todo con la llegada de un confort absoluto en las casas y
un sedentarismo infantil cada vez mayor. En Etiopía los grandes fondistas salen
de zonas rurales donde la vida es durísima. Ves mujeres cargando 50 kilos de
leña sobre su espalda a la vez que suben andando un puerto de montaña, y lo
hacen sin pestañear pero con una cara curtida por 10000 trabajos así.
Para ellos correr es como la vida, el dolor y
sufrimiento está en su tareas cotidianas. Es más, si destacan sólo tendrán que
correr, descansar y comer, una vida súper cómoda comparada con su mera
existencia en Etiopía.
Lo mas increíble es que los atletas de Etiopía salen de zonas rurales, pero estas están medio civilizadas comparadas con las tribus del Valle del Omo. Si los atletas que escogieran o seleccionaran los sacaran de estas tribus, serían todavía mejores y más brutalmente tolerantes al dolor. Estos son unas bestias pardas, cuya planta del pie es un callo casi como la pezuña de un caballo.
Aquí tenía a tres ejemplares extraordinarios de los dassanech. Llevaban collares con varias vueltas igual que las mujeres, alguno incluso por debajo de las rodillas. Aparte de diademas llevaban una especie de cofia o gorro hecho de lo que parecía cáñamo teñido y trenzado de diferentes colores, coronado por una pluma. Dos de ellos llevaban bonitos pendientes. Uno de ellos los llevaba metálicos y con una cadena color plata. Este mismo llevaba pulseras cobrizas en una de sus muñecas y un reloj en la otra, seguramente solo como adorno.
Uno de ellos iba descalzo, los otros llevaban
sandalias fabricadas con restos de neumático.
En un momento determinado señalaron con el brazo por detrás de mi. Venía otro hombre dassanech pero este era bastante más alto que los otros. Dijeron que era "the giraffe man". Y realmente era alto y poderoso. Incluso su facciones le acompañaban, ya que tenía una mandíbula particularmente cuadrada y su cara tenía una expresión endurecida.
Llevaba también espinilleras de cuero de forma cónica
y una semifalda de rallas verticales roja y azul.
Cuando se puso delante de mí, los demás hombres
desaparecieron. Parecía que el hombre jirafa estaba acostumbrado a posar solo y
tenía un estatus diferente. Al igual que alguno de los anteriores hombres
dassanech, llevaba un collar amarillo más amplio que se iba ciñendo al cuello
conforme subía hacia el mismo y la barbilla. El final del collar cambiaba
a color rojo conforme subía.
Aproveché semejante ejemplar de dassanech para hacerme una foto junto a él.
Ya pensaba en irme cuando apreció una mujer con una falda de cuero y una gran lanza de dos metros, llevaba un gran collar rojo y amarillo y otro más pequeño en negro. Su pelo estaba trenzado y decorado con arcilla en sus puntas. Además una bonita corona de cuentas recogía y adornaba su cabello.
Antes
de irme entré en una cabaña más para ver alguna otra por dentro. Allí, una
mujer que antes había fotografiado, descansaba con un niño. Ella llevaba
una pluma pegada debajo del labio inferior como adorno. La choza parecía mucho
más acogedora que la que había visto anteriormente. Una luz suave y
amable entraba entre las pieles de animales que perimetraban su
exterior. Una grande y bonita esterilla cubría el suelo de toda la
cabaña, mientras varias telas hacían de zonas divisorias. En vez de bidones de
plástico para guardar agua, había dos cantimploras fabricadas en calabaza
y cuero; de esas tan bonitas que había visto en el mercado hamer de Turmi.
Me despedí con la mano de todos, sobre todo de los niños que seguían despidiéndose de mi en la distancia subidos a sus chozas.
Cruzamos de nuevo el río en la canoa. Me despedí del guía y me reencontré con mi motorista.
Este tenía interés en comprar algo, así que subí a la
parte de atrás de la moto y nos internamos mas en el pueblo. Intentó comprar
pescado en varios establecimientos hasta que lo consiguió. Seguramente el que
venía a Omorate aprovechaba para comprar pescado fresco al estar el río tan
cerca.
Pasamos por el mercado de Omorate. Estuve apenas unos minutos por allí. No sé por qué no me quede más tiempo. Supongo que todavía andaba algo agotado del día anterior.
Volví con el motorista hacia Turmi. Por el camino paramos a ver los pastores de cabras y vacas que habíamos visto en un lago junto a estas al venir a Omorate. Eran muchas por lo que había bastantes pastores.
Algunos de los pastores aprovechaban para bañarse en el lago o para comer en sus orillas. Muchos de los pastorcillos eran niños y se acercaron con curiosidad a vernos.
Uno de los hombres que había por allí llamo
mi atención por su indumentaria y aspecto diferente. Llevaba una tela que hacia
de faldilla verde a rayas y en sus brazos lucía varias pulseras cobrizas. Pero
lo que más llamaba la atención eran sus múltiples y ordenadas escarificaciones
que mostraba su torso desnudo.
Realmente eran bellas, después de algunas horrorosas que había
visto en el Valle del Omo, estas eran una obra maestra.
El motorista habló con el hombre y este le dijo algo. Por lo visto era un cazador y cada pieza cobrada era una escarificación. Al parecer tenía esquilmado a toda la población de animales de la zona.
No sé si sería exactamente como me lo explico el
motorista pero desde luego parecía un cazador.
Llegué a Turmi con mucho tiempo para disfrutar de una
tarde tranquila
Esa tarde me dediqué a pasear por Turmi, comer y cenar
bien y estar con mis amigos. Erich andaba triste por mi marcha al día
siguiente y no había aparecido en principio, por lo
que sólo estuve con su hermana Tigist y la hamer camarera.
Más tarde Erich salió algo más animado y todos nos tomamos un café de los de
Etiopía, con ceremonia incluida.
Hablamos de muchas cosas y nos reímos más. Incluso
sacaron una pipa de agua que nos fumamos entre mejores conversaciones y más
risas.
Al día siguiente saldría temprano dirección Key Afer. Había mercado allí y era uno de los más bonitos según había oído.
Así que me despedía de Turmi, tan especial y único. Cuatro casas en realidad pero en un lugar único y donde se descansa entre visita y visita de tribus. Y como lo que se ve, se vive y se siente es tan especial cuando se visita estas tribus, uno regresa a Turmi con el alma alegre y anonadado por lo visto. Por eso Turmi es el sosiego y el lugar donde uno asimila las conmociones del día, por eso Turmi se percibe especial aunque no lo parezca. O a lo mejor sí lo es, con todos sus hamer como parte importante de su población con sus trajines de ir y venir desde sus poblados.
Un
Turmi tan perdido y tan al Sur del Valle del Omo, con caminos que te
llevan por parajes únicos y con gente de otro mundo.
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