Camino antiguo: 30 Km + Camino nuevo = 114 Km ; Total: 144 Km
Hoy era el día elegido para ver a los Karo. Para eso debería
ir hasta Korcho que estaba a 52 Km de Turmi según mi GPS. Luego resultarían más
por varios motivos.
Me levanté a las 6 de la mañana porque mi idea era ir y
volver en el día. Había preparado mi bici con las dos alforjas traseras, en
ella llevaba algo de comida, cámaras de repuesto para las ruedas, el hornillo
de gasolina, bastante agua, un chubasquero, un segundo maillot de manga corta y
la cámara con el trípode.
El día estaba despejadísimo y las nubes de la noche anterior habían desaparecido por completo.
Seguí las instrucciones de mi GPS como había hecho el día
anterior en mi recorrido de reconocimiento. Era un camino que salía de Turmi en
dirección Dimeka y que se desviaba después de 6 Km a la izquierda por otro
camino más estrecho y bonito.
Era el mismo recorrido de la tarde anterior, en el cual había
encontrado a algunos hamer afables y alguno que no tanto.
La diferencia estaba en que la noche anterior había llovido.
Esto hizo que el camino estuviera más pesado. Primero ligeramente pesado y
embarrado, para pasar a bastante embarrado en el segundo camino. Aquel camino
de color rojizo arcilloso que me llevó a la idílica laguna donde abrevaban las vacas.
La primera parte del camino general me pareció transitable y seguí hasta coger el camino estrecho con la esperanza que estuviera pasable. Pero pronto me di cuenta de que realizar los 52 Km por el camino arcilloso sería una tarea titánica. Pronto empezó a resbalar mi rueda trasera y a hundirse en el barro. No desistí porque el terreno era bueno y malo a intervalos. Un Kilómetro con terreno un poco mejor y otro con zonas empapadísimas donde avanzar me suponía un esfuerzo enorme.
Aún así lo intenté, no quería renunciar a la visita de los
Karo en bicicleta. Pero pronto me di cuenta con tristeza de que era una locura
y que después de 15 kilómetros bastante duros me quedaría muchísimo, con cruces
de ríos incluidos que estarían incluso bastante peor que estos inicios.
Así que después de 15 Kilómetros renuncié al camino y tuve que volver a Turmi con otros
15 de vuelta.
Cuando llegué a Turmi el sol estaba bastante alto y yo volvía cabizbajo a mis aposentos, pensando en otra manera de ir a Korcho.
Pasé por la calle principal de Turmi en dirección al Tourist
hotel y uno de los hombres que estaba
tomando café en uno de los bares me llamó a gritos. Inmediatamente le conocí.
El día anterior había estado tomando café en uno de los bares de en frente y yo
estuve allí saboreando una de aquellas tazas. Habíamos hablado de mi aventura
de ir a Korcho. Así que ahora me llamaba para indicarme el camino. El hombre había
resultado muy simpático el día anterior, era regordete y muy educado con los
turistas. Le había contado mi periplo ciclista hasta llegar a Turmi y él me había
escuchado con mucha atención.
Le dije que venía de del camino que iba a Korcho, pero que me había
vuelto porque estaba muy embarrado. El me dijo que yo había ido por el camino
antiguo y que el nuevo era mucho mejor.
¿El nuevo? ¡no sabía que hubiera un camino nuevo!
Me había bajado los track de Internet sin pensar que había
varias alternativas. Me baje el camino
antiguo entre los varios que vi. El antiguo era el más repetido. pero
seguramente porque era el que más tiempo llevaba allí. En cambio, con el camino nuevo apenas había habido tiempo para
que colgaran muchos tracks
No recordaba que había otra alternativa. Estaba tan
convencido de que lo que llevaba en mi GPS era lo correcto, que ni me imaginé
que había otra alternativa.
Resulta que el camino salía del mismo pueblo de Turmi en
vez de tirar a la izquierda después de avanzar 6 Km dirección Dimeka. El camino
nuevo tiraba a la izquierda desde el primer momento, y no solo eso, era muy
ancho y bastante bueno, igual que el camino principal a Dimeka, una especie de
autopista de los caminos.
También aparecerían otras trampas en este camino nuevo, ya que este se vuelve mucho más estrecho a partir del Km 31 donde hay que abandonarlo justo después de cruzar uno de los principales ríos del camino. No sólo es más estrecho a partir del Km 31, sino que durante 10 Km aparecen zonas arenosas tipo duna o de playa, donde es muy difícil circular en bicicleta. Para atravesar estos kilómetros hay que optar por una de estas medidas:
1- Desinflar las ruedas un poco para circular y que estas no
se hundan.
2- Bajarse y andar
3- Hacer un esfuerzo mayor pedaleando, todo un
palizón
4- Un mixto de las dos últimas.
Yo utilicé la cuarta alternativa, pedaleaba todo lo que podía con un gran esfuerzo de concentración para no perder velocidad y parar totalmente. Aun así tocaba echar el pie a tierra más de una vez cuando la arena podía conmigo.
Yo utilicé la cuarta alternativa, pedaleaba todo lo que podía con un gran esfuerzo de concentración para no perder velocidad y parar totalmente. Aun así tocaba echar el pie a tierra más de una vez cuando la arena podía conmigo.
Bueno, me estoy adelantando a mi recorrido! Vuelvo a la calle principal de Turmi y mi sorpresa por el camino nuevo.
Hacía un rato había renunciado a visitar a los Karo en bicicleta
y otra vez estaba en camino y encima con
un piso mucho mejor.
El problema era que ya llevaba 30 Km del antiguo entre ida y
vuelta. Entonces no me pareció
inconveniente alguno después del disgusto con el que volvía. Más tarde echaría
en falta las fuerzas que gasté contra el barro en las primeras horas de la
mañana.
Según comencé a pedalear me parecía una autopista de camino
comparado con los barros del anterior. Tenía muchos y grandes toboganes, pero
con buen firme y nada arcilloso, además era muy ancho; en muchas zonas el
camino tenía 6 metros o más.
Así que me dispuse a devorar kilómetros como si empezara de nuevo.
Apenas paré a hacer fotos durante este camino comparado con
lo que solía parar habitualmente. Ya había perdido mucho tiempo con el camino
antiguo a Korcho.
El camino era espectacular atravesando lechos de ríos secos
cada pocos Kilómetros, subiendo y bajando entre grandes arboledas que perimetraban el
camino.
De vez en cuando se atravesaban monos babuinos, otras veces estos estaban en los
márgenes de la carretera.
No era infrecuente encontrar también algún dik-dik cruzando el camino y saliendo
despavoridos al ver mi bicicleta. Estos cérvidos de tamaño pequeño ya los había
visto antes en Tanzania y Uganda.
También vi algunas gallinas de guinea muy típicas de Kenia y Tanzania.
También vi algunas gallinas de guinea muy típicas de Kenia y Tanzania.
En los primeros kilómetros estaba eufórico por haber encontrado un camino mejor que el antiguo. Además de tener un suelo regular, el sol lucia mucho, por lo que se endurecía por momentos.
Por allí pasaba un todoterreno o camión cada 80 minutos, por lo menos en el primer tramo del camino. Luego en la segunda parte después del kilómetro 31 ya no hubo un solo vehículo.
Crucé varios cauces secos de río. Justo antes de llegar, estos cauces se adivinaban por la ortografía; un gran tobogán en pendiente decreciente era el anticipo del lecho del río. Cuando atravesaba el cauce tocaba
subir el tobogán por el otro lado. Así varios cauces de río hasta que me tope
con uno que llevaba agua.
Pero antes de esto, la flora también había llamado poderosamente mi atención.
Un árbol precioso y maravilloso se repetía en los
márgenes del camino cada ciertos Kilómetros y siempre aparecía solo, como una rareza singular entre la vegetación del Valle del Omo. Era el árbol rosa del desierto o Adeniumobesum socotranum.
No era muy alto ya que medía entre un metro y cuatro, pero su tronco era
suave y regordete en la base para ir adelgazando en su parte alta, donde
crecían bellísimas flores rosáceas. Es un poco parecido a algunos pequeños
baobats pero con flores.
Era algo increíblemente particular entre la aridez del camino y el verdor
del resto de arboles.
Su nombre, que luego busque en Internet, terminaba en socotranum.
Rápidamente relacioné esta terminación con Socotra, donde las plantas que crecen allí parecen pertenecer
a la isla del fin del mundo.
Socotra forma parte de un archipiélago
que pertenece a Yemen. Se encuentra entre el mar Arábigo y el Golfo de
Adén en el océano Índico, frente a las costas del Cuerno de África, a 250 km al
este del cabo Guardafui y a unos 350 km al sureste de las costas del de
Yemen. Cientos de veces me he fascinado
con las plantas y árboles de Socotra. Más de una vez estuve mirando combinaciones de
vuelo para visitar esa isla única.
Resulta que esta planta
tenía el nombre de la isla, y es que en
la isla entre otras maravillas esta esta planta.
Estuve a punto de parar
varias veces a hacerle unas fotos, pero el tiempo perdido en el camino antiguo
me hizo dejarlo para más tarde y para cuando encontrara el árbol perfecto.
No quería perder tiempo
y se me hacía tarde para ir y volver en el día de la visita a los Karo.
Al final no hice ni una
foto de ese maravilloso árbol, algo de lo que me arrepiento muchísimo. Yo que
soy capaz de tirar unas fotos a alguien, despedirme y después de llevar unos
kilómetros volver porque creo que algo no retraté o quedó por mejorar o hacer.
Resulta que me dejé el árbol rosa del desierto sin retratar. Todavía no me lo
creo. Aunque siempre me quedará el recuerdo de su visión durante el camino.
En el Kilómetro 30 encontré un cauce de río totalmente inundado por las lluvias del día anterior. Los demás cauces que había cruzado se habían mantenido secos pero este era más ancho y profundo y recogería agua desde más lejos.
Justo en la orilla
había un camión parado, este me había adelantado minutos antes y el conductor
estaba de pie en la orilla esperando a que bajara el volumen de agua. Un niño
miraba el río entretenido junto al camionero. Espere unos 15 minutos a que bajara
algo el río. Después de ese tiempo había pasado de tener medio metro de
profundidad a ser poco más de un palmo. Así que aproveché para atravesar el río
con mí bici a cuestas.
Este medía unos 40
metros de ancho divididos en dos tramos que estaban separados por una pequeña
isla. Aquí si paré a filmar y tirar algunas fotos del lugar.
Después de atravesar el
río me tocaba subir una enorme cuesta de unos 300 metros. Tras esta cuesta venía
un poco de llaneo y se dejaba el camino ancho para meterse en uno que era mucho
más estrecho y que se desviaba hacia la derecha.
Enseguida me di cuenta
de la dureza del camino, ya que durante 10 Km aparecerían zonas arenosas
constantemente. Arena fina como de playa o río, a veces era muy densa y
profunda y solo andando era posible atravesarla. Otras veces era más fino su
grosor, pero me obligaba a pedalear con muchísima fuerza y concentrado para no
caerme, ya que la arena apenas me dejaba pasar de 6 o 7 Km por hora. Alguna vez desaparecía
la arena o era finísima la capa, pero el tramo duraba pocos metros y mi ilusión
de un camino mejor se desvanecía tan pronto como llegaban nuevas arenas.
Gasté muchas fuerzas en
esta parte del camino. Era precioso a
pesar de todo y no eran infrecuente los enormes termiteros en forma de cono. Estos últimos eran
como grandes chimeneas surgidas del suelo.
A mitad de la parte arenosa del camino me encontré con dos motos que venían del poblado karo. Dos conductores etíopes pilotaban con maestría entre las arenas y llevaban cada uno a una holandesa en la parte de atrás. Hablé con ellas y ya venían de la visita completa a los karo. Les pregunté si quedaba mucho y me dijeron que unas dos horas. Me quedé un poco planchado, supongo que pensaban que mi medio de transporte era más lento que una moto, como así era. Aun así iba pensando que llegaría al poblado karo muy tarde y con una luz malísima para fotografía, como es tener el sol en lo más alto. ¡Es lo que tiene ir en bicicleta!
Cuando desaparecieron las arenas, aunque no del todo, fue un gran alivio. Los últimos Kilómetros hasta Korcho fueron más fáciles, incluso pude ver un rebaño de vacas guiado por un pastor y el que parecía ser su hijo.
Un poco después oí un sonido potente de motor. Allí, en medio de una "pista" de arena, que era mas bien un claro irregular, aterrizó un avión a camino entre avioneta y avión mediano. Salieron como unos 15 turistas que fueron recogidos por todotorrenos.
En poco tiempo aquello
quedó en silencio en cuanto despegó el avión y los coches se fueron.
Creo que debería haber
un lodge por allí o por lo menos a unos cuantos Kilómetros. Parecía un turismo para la
gente que viene con viajes directísimos y con poco tiempo. Casi creía que era
un espejismo; ¡apenas había visto gente en todo el camino y de repente aterriza
un avión relativamente grande casi a mi lado!
Por fin llegué a uno de los meandros del río Omo y lo que yo creía que era Korcho. Era en realidad un campamento de cazadores con algunas casas y cabañas pero sin nadie por allí.
Había una zona de árboles
centenarios justo a la orilla del formidable río, el sitio era espectacular
pero allí no estaban los Karo. Investigué entre las cabañas y casas hasta que
dos hombres salieron de estas.
Me preguntaron si quería
pasar la noche allí, cuando les dije que no, perdieron todo su interés en mi, metiéndose
en su casa otra vez y sin darme oportunidad de preguntarles.
En ese momento serían
las la 1:30 de la tarde y el calor era infernal. Estaba recalentado y
deshidratado del palizón y tenía una pájara física y mental. Apenas me quedaba
dos dedos de agua.
Como iba a pie, eché
pie en tierra y fui a su lado empujando la bicicleta. Estaba deslomado y
agotado y creo que no sabía cuánto. Se me hicieron eternos los 6 Km que todavía
quedaban a pata. El Hombre karo si se dio cuenta de mi bajón y me dijo un par de veces que me refrescara
con los enormes charcos que había en el camino, estos se habían formado con las lluvias de la noche
anterior. No le hice ni caso y pensé que decía sandeces.
Pero a la tercera vez
que me lo dijo le hice caso. Me arrodillé y me lavé la cara, la nuca y el
cuello y fue como una bendición. Estaba relativamente fresca comparado con mi
sesera que debía hervir. Llevaba 30 Km del antiguo camino y casi 50 del nuevo,
con terrenos muy duros y bastante calor. Fue como un renacer.
Uno se cree saber tanto
de hidratación como para no seguir un consejo tribal, y resulta que fue
maravilloso.
Un occidental piensa
que el agua de un charco es secundaria pero en estos lugares es valiosísima, incluso
si no la quieres hervir para beber, por lo menos refresca.
Así que desde entonces empecé
a mirarle de otra forma y seguir sus consejos, al fin y al cabo estaba en su
tierra y terreno. Dos kilómetros mas allá aparecieron nuevos charcos y yo
estaba acalorado otra vez, así que me iba arrodillar en uno para mojarme de
nuevo, pero el karo me dijo que en ese no.
Por lo visto tenía agua
más antigua y menos reciente, o yo que sé! El caso es que el karo sabía incluso
en que charcos había que refrescarse. En el que me indicó me refresqué e
incluso me mojé el torso entero, que gustazo.
Por fin llegamos a la
aldea Karo. Era uno de los lugares más bellos donde puede estar una tribu. La
aldea de Korcho estaba en lo alto de un cerro con vistas a una de las curvas
anaranjadas y sedimentosas del río Omo y toda la arboleda que lo rodea.
Es casi un lugar de
cuento al que las palabras y fotografías no hacen honor.
Pero antes de hacer la
visita a las chozas de los karo mi acompañante Karo me llevó a una casa de
ladrillos con una parte abierta y con sombra. Allí había un guía oficial con
unos cuantos karos. 500 Birr (unos 15
euros) tuve que pagarle para hacer la visita: 300 por la entrada a la aldea y 200 para el guia.
Supongo que fue una
casualidad que el guía estuviera allí, seguramente por las holandesas que
habían llegado antes en moto.
Cuando alquilas una
moto con conductor, este avisa a los guías para que se lleven su dinero.
Seguramente si no hubieran ido las holandesas ese día, no hubiera encontrado
guía y hubiera tenido que negociar directamente con los karo. El precio hubiera
sido el de las fotos sólo, pero también podían haberse puesto pesados con el número de estas. Nunca se sabe, sin
guía pueden envalentonarse y tratarte de otra manera.
Despedí a mi amigo
karo que me acompaño y le di algo de dinero y mil gracias
("amasaaguinalo") por su ayuda
Antes de hacer la visita compré agua fría, me tomé también una cerveza y un enorme plato de espagueti. Sí, resulta que en esa casa de ladrillos tenían nevera, cocina y un cable fino y negro llevaba electricidad desde no sé dónde.
Supuse que allí recibían
a los todoterrenos llenos de turistas, les ofrecían bebida y comida y le
preparaban y aconsejaban para la visita. No sé si alguna vez llegó alguno en
bicicleta, pero para ellos yo era una fiesta.
Muchísimos niños me rodeaban y me miraban alucinados, tocaban mi bici pequeños y mayores y con mis alforjas rojas estaban anonadados.
Mientras comía y me reía
con algunos adultos karo, estuvieron montando algunos en mi bicicleta alrededor
de la casa. Supongo que estaba bastante cansado y baje la guardia, pero no me
causaron ningún desperfecto en mi "caballo"
Dentro observé que uno
de los karo tenía un kalashnikov. El hombre estaba pintado con las típicas
pinturas calizas blancas de los karo en la cara y torso. Pero algo en él le
daba aspecto de menos Karo y mas etíope, entre otras cosas su conversación
fluida con otros jóvenes miembros etíopes que allí había, uno de ellos era el
que regentaba la cocina.
Además llevaba un
calconcillo de los largos debajo de su faldilla tribal. Le dije que así no se
podía ser karo del todo. Pensé que si todos los karo eran así estaba apañado. Pero
por suerte los karo de la aldea resultaron mas auténticos, aunque con sus
pinceladas de modernidad, como llevar chanclas de plástico o la llave de la
puerta de su cabaña colgada al cuello.
Estuve un rato hablando con los jóvenes karo y etíopes más modernos. Los últimos preguntaron por el Real Madrid. En todo el viaje me habían preguntado por algo así, algo que sí ocurre en casi todos los países en cuanto dices que eres de Madrid.
Korcho, la aldea de los karo
Por fin nos entramos en
el poblado karo propiamente dicho. Había un cercado hecho de ramas de árboles
pero con varias entradas que marcaba las lindes de la aldea. El guía me acompañó
a la vez que un puñado de niños nos seguían. Fui hacia allá con mi bici al lado
para no perderla de vista, ya que mi bici allí era objeto codiciado para darse
repetidas vueltas y ya había tenido bastante.
Al primer sitio que me
llevo el guía era al cerro que daba al meandro del río Omo con unas vistas
impresionantes. Como he dicho antes es un lugar de cuento. La gran cantidad de
sedimentos que lleva el río le da un característico color anaranjado-marrón que
contrasta con la enorme arboleda verde. Esto no sería apreciable en todo su esplendor si la aldea no estuviera
elevada en ese fantástico mirador natural.
Algunos Karo se fueron
acercando al cerro mientras miraba asombrado el horizonte sobre el río Omo.
Ninguno de los poblados
que vi en Etiopía tenía unas vistas tan impresionantes como las de Korcho, ni
estaban tan lejos ni tan aislados como ellos. Es verdad que los Mursi no tenían
prácticamente ningún atisbo de materiales occidentales, mientras que los Karo podían
usar pantalones deportivos los niños y sandalias de plástico tanto adultos como niños.
El enclave era espectacular, justo donde terminaba una parte de la aldea de los karo. Era como una terraza con una altura de 80 metros sobre el río Omo, precioso con su anaranjado cobrizo en contraste con la masa densísima de arboles que lo bordeaba al otro lado.
Los karo sabían esto,
eran conscientes de la belleza del lugar. Sabían que casi todos los turistas y
visitantes querían una foto de ellos en ese "balcón"
Yo les hice fotos en toda la aldea pero no rechace esos primeros posados con tan bello fondo.
Una mujer con su hijo de unos tres años en brazos fue la primera en pasar ante mi cámara. Llevaba una llave de la puerta de su choza colgando del cuello. Las escarificaciones que tenía daban escalofríos ya que eran tremendas y casi todas en la parte frontal del torso, justo debajo del pecho.
Los karo se encuentran
hoy en día en peligro de extinción y apenas son unos 1000.
La diferentes luchas
con tribus vecinas han ido disminuyendo su población.
A continuación se acercaron cuatro niños karo con flores y frutos adornado sus cabezas. Tres de los
niños podían tener unos 10-11 años y uno de ellos de un año de edad, era cogido
en brazos por el más alto. Vestían telas de flores, cuadros y cuero. Sus caras
estaban pintadas de blanco con rayas o puntos al estilo Karo.
Eran bastante simpáticos
así que me hice alguna foto con ellos y mi bicicleta.
Dos de ellos llevaban chanclas de plástico. Normalmente se las hubiera hecho quitar para la foto, pero mi cansancio era todavía grande y aunque haciendo fotos estaba en un estado de latencia que me permitía acelerar mi metabolismo y no sentir esa fatiga del todo, inconscientemente si me afectaba.
Otro inconveniente a la
hora de fotografiar era que a esa hora el sol estaba en lo más alto por lo que
me ofrecía sombras duras y marcadas; el peor momento para fotografiar. Algo que
lamenté en un principio, pero no con el tiempo.
Y es que curiosamente
uno de los recuerdos más fuertes e intensos que tengo de Etiopía, es el de
aquel viaje a la aldea de los karo desde Turmi y su vuelta en bicicleta. Una sensación de estar vivo como nunca y en
un lugar como aquel.
Poco a poco empezó a aparecer más gente por el cerro. Primero les saludaba y se sorprendían, ya que esperaban que fuera directamente a hacerles fotos.
Los Karo estaban
acostumbrados a que aparecieran los turistas bastante temprano y no a esas
horas, así que al principio el pueblo parecía desierto, pero como uno pagaba
religiosamente sus fotos a 5 birr, hicieron acto de presencia más y más karos.
Entre unos y otros no
pude dejar de retratar a los niños que corrían vertiginosamente por la pendiente
arenosa que bajaba hacia el río. Después de una vertiginosa carrera hacían
mortales entre grandes risas.
Una mujer mayor con un
bonito tocado de plumas me toco el brazo mientras retrataba a los niños
saltando. Quería posar para mi, así que me puse a ello. Esta llevaba un tornillo atravesando su labio inferior. Sabía que utilizaban palos de madera pero desconocía esta modernidad.
Luego le toco a mi amigo del kalashnikov
que era el que más pinturas blancas tenía de todos. Las pinturas son de piedra
caliza y son símbolos de haber conseguido un logro valorado en la tribu, como
haber matado a un rival de otra tribu o un gran animal. También son símbolos de
belleza tanto para hombres y mujeres, al igual que las escarificaciones.
Una mujer con aspecto
de tener niños más mayores, posaba con uno de unos dos años mamando. Tenía tres
collares de cuentas de semillas con
tantas vueltas que parecía imposible; eran unas 40 vueltas aproximadamente. Su
falda era de un delicado cuero de algún animal. También lucía grandes pulseras metálicas
y plateadas.
Luego llego otra muy
joven con un niño de unos 3 años y unos ropajes de cuero muy finos y bellos;
una falda de cuero y otra piel que la cubría a ella y al niño. Se adornaba
también con muchísimas cuentas y vueltas de collar y una cara pintada con
puntitos blancos con mucho acierto. Se la acababa de pintar porque todavía tenía
gotitas blancas por el brazo y pecho. Al igual que al anterior mujer, tanto
esta como el niño tenían el pelo parcialmente afeitado.
Debajo de un árbol una
mujer se afanaba en un trabajo repetido que no identifiqué. Así que me acerqué a
ver de qué se trataba. La mujer amasaba grano y creaba su harina frotando una
piedra que parecía de granito pulida, contra otra más grande.
La harina extraída que
iba consiguiendo con gran esfuerzo, la metía en un recipiente hecho de calabaza.
La mujer vestía una falda preciosa con tela de rayas y cuadros de colores, su
torso estaba desnudo y tenía tres collares de tres colores (negro blanco y
rojo) de infinitas vueltas.
Un poco más allá una madre
muy joven amamantaba a su bebe. Tanto la madre como el niño eran muy guapos y
la escena era conmovedora y bella. El niño mamaba con fuerza y parecía que con
gran placer. El bebe estaba protegido con una suave y bonita tela amarilla y
azul.
Fueron pasando mas madres con sus bebes y apenas vi hombres. Supongo que al llegar tan tarde en mi viaje en bicicleta estarían pastoreando.
Aun así dos de ellos
estaban prestos a aparecer por allí luciendo sus kalashnikov orgullosos. Algunos
niños con tocados de frutas en la cabeza posaron junto a ellos, lo que ayudo a
suavizar la dureza de las armas.
Seguía pensando que
aquellas armas no tenían ni una bala, pero ellos se sentían tan poderosos y
orgullosos con ellas que eso era secundario. He leído en algún lugar que el
gobierno les proporciona esas armas para que cuiden la frontera con Kenía de
los invasores. Todo es posible, pero para mí es más una pose y el estatus
sublime que les da el llevar ese arma al hombro.
Una mujer de mediana edad se apareció por detrás, tenía la cara bastante curtida, lo que le hacía aparentar más años de lo que seguramente tenía. Se me acercó con un tocado un tanto especial; aparte de sus "12000" vueltas de collar, de la parte de arriba de su cabeza se descolgaban ristras de hojas de algún arbusto o árbol. Estas eran gruesas y endurecidas como conchas e iban unidas unas a otras por cuerdas. Al tener hojas de diferentes colores, que iban desde el anaranjado al marrón, estas le daban un aspecto un tanto especial, incluso siniestro. También llevaba una hilera de cinco chapas entre las hojas. Parecía en su conjunto una bruja con su nariz aguileña incluida.
Otra mujer cuya única vestimenta
era una falda de cuero, aventaba el grano para separar la paja. Su método
consistía en pasar el grano de un recipiente de calabaza a otro. Tenía los ojos
inyectados en sangre y sus pechos estaban secos como brevas deshidratadas.
Contrastaba con las karo que vendrían después, mucho más fuertes y llenas. Seguramente
la mujer pudiera estar enferma o simplemente tenía ese aspecto de la vida dura
que llevaba.
Los karo en un principio fueron ganaderos pero se vieron obligados a emigrar por la sequía y se convirtieron en agricultores. Cosechan judías, sorgo y maíz. También pescan en el río Omo y recolectan miel. Siguen teniendo cabras, como pude ver en la aldea. También a las afueras de Korcho se pueden ver a hombres Karo pastoreando rebaños de cabras.
Seguí recorriendo los
rincones del poblado hasta llegar a una cabaña de paja. En su puerta una mujer
joven, fuerte y sonriente mostraba orgullosa a su bebe.
Aparte de los collares típicos
Karo, tenía una especie de diadema hecha de cuentas pequeñas de collar. De esta
diadema colgaban dos tiras de cuero trenzadas de las que salían varias hileras
de cuerdas con cuentas. El niño estaba rollizo y había salido igual de fuerte
que su madre.
A su lado apareció otra
mujer también bastante grande y fuerte con un niño de unos 4 años al que tenía
metido dentro de su sayo de cuero. Este estaba adornado por unas cuentas en su
periferia. La mujer también llevaba falda de cuero y una diadema como la anterior.
Se adivinaba que dentro
del poblado había clases y jerarquías.
La de las pieles con
conchas llevaba un palo de madera clavado debajo del labio inferior a modo de
adorno.
Los hombres Karo se casan con las mujeres de su misma tribu, pero también lo hacen
con los hamer con los que se llevan bien. Un hombre Karo puede casarse con
tantas mujeres como pueda mantener.
Tienen en común con los
hamer la ceremonia del salto de toro.
El sol estaba en todo lo alto y me esforzaba por orientar a los karo a mi favor para obtener la mejor luz, pero muchas veces era imposible y la dureza de las sombras a esas horas exageraba los contrastes.
Otra mujer karo apareció
con un bebe minúsculo y de ojos preciosos le llevaba sujeto a su lado y en
paralelo a ella con un solo brazo. Una preciosa tela envolvía su cuerpo y su
cabeza. La madre estaba en sintonía con el niño, ya que llevaba el pelo muy
corto y los dos parecían pelones. Llevaba unas pieles preciosas de vaca color marrón y blanco en la que no faltaban conchas decorativas.
Les tiré unas fotos a
los dos y alguna al bebe en solitario.
Seguí atravesando el
poblado entre chozas de madera y paja, más mujeres con sus niños salieron a mi
paso, casi todas con sus mejores telas o capas de piel.
Un niño de unos 11 años
llevaba a otro de dos sobre su hombro. El mayor lucía también dos collares de
varias vueltas, uno blanco y otro negro. Aparte llevaba la cara pintada de
blanco con diferentes dibujos al estilo karo. El pequeño me miraba muy
sorprendido y con los ojos muy abiertos. Este también tenía dos collares uno de
cuero y otro de cuentas, pero cada uno de sólo dos vueltas.
Unos metros más allá un grupo de niños jugaban saltando encima de un gran charco y otros tantos aparecían jugando en su reflejo.
Más lejos aún, una mujer cambiaba el grano de un cuenco a otro mientras una cabrita pasaba por detrás y un niño que parecía su hijo la observaba.
Todo eran escenas preciosas en un lugar idílico. Aún así me encontraba algo cansado del viaje y de un sol de justicia, por lo que iba pensando en terminar mi visita.
Ya me había recorrido
casi todo el poblado, cuando detrás de mi aparecieron dos niñas que parecían
mellizas.estas tendrían la misma edad además de tener la misma talla y
volumen. Llevaban ambas una corona de flores rosas más una diadema de vainas de
plantas acuosas color rojizo. Una de ellas llevaba dos plumas en cada tocado y
la otra solo llevaba plumas en las vainas. Aparte de sus collares respectivos
al estilo karo, llevaban también una flor pegada en la parte baja del labio
inferior. Esta iba pegada por el vértice de la copa y de manera invertida.
Estaban preciosas y espectaculares y lo sabían
ya que posaban para mí con autentico encanto.
Un chico y una chica ya
adolescentes vinieron con otros tocados floreados. No eran tan bonitos como los
anteriores, pero venían con gran ímpetu y no podía dejar de hacerles fotos.
No todo lo que
fotografiaba me apetecía hacerlo. Pero
para ellos era una manera de ganar algo de dinero. Además no hubiera sido capaz de no fotografiar
a alguien por qué no me hubiera gustado su aspecto. Hubiera sido como una
ofensa y un insulto para ellos y para mi corazón.
Eran buena gente y solo
querían lucirse y algo de dinero.
La mayor de las
adolescentes llevaba una gran piel de
vaca con conchas y un niño cogido en su interior. Un pequeño de unos cuatro
años vino andando y se unió al trio.
A estas alturas el guía
había desaparecido viendo que no le necesitaba y que era capaz de prolongarme
por el poblado bastante tiempo.
Tiré alguna foto más de los niños que jugaban en los charcos y decidí que era momento de irme.
Era bastante tarde y todavía
me quedaban 57 km de vuelta.
Compré dos botellas de
agua de litro y medio y me bebí un cerveza fresca antes de partir.
Tomé mi bici y empecé a
volver por el camino polvoriento por donde antes había caminado con el karo que
me acompañó al poblado.
Tuve que volver 400
metros para atrás al notar que no tenía mis gafas de sol. Justo 400 metros
mas atrás estaban al lado de un charco. Las llevaba en la cabeza y se habían caído
con un bache. A esas alturas cada metro de más era una carga más.
Puse el GPS para
orientarme y encontrar el camino de vuelta a la zona arenosa sin equivocarme. Sólo
tenía que mirar el track del día de hoy pero en sentido inverso.
Cuando llegué a la zona
arenosa serian las 3 y pico de la tarde. Aquí tan al Sur y con el calentón que
llevaba de día (30 +57=87 Km) me empecé a sentir bastante cansado. Comencé a
beber agua y a pesar de que quise racionar esta, pronto tenía menos de medio
litro. No sé porqué narices solo compre tres litros. Tenía que haber comprado 5
litros mínimo
Mientras bebía decidí
hacerme una foto con uno de los enormes termiteros del camino.
Un pastor de cabras
Karo se acerco a verme. Apenas había visto hombres en el poblado de Korcho y
supuse que estaban con el ganado.
Aquí tenía la
confirmación. El pastor era bien parecido y llevaba sandalias de neumático y
una tela azul como falda que sujetaba con un ancho cinturón. Diferentes
collares y pulseras adornaban cuello, brazos, muñecas y tobillos. Llevaba el
pelo cortado y sujeto con diferentes quiquis en la cabeza, el más destacado estaba en parte
alta de la cabeza.
Seguí pedaleando y empecé a pelearme con la zona arenosa. Intenté ser fuerte y hacer de una tacada y sin parar los máximos metros posibles, pero a los 4 Km de los 10 que tenía la zona arenosa, empecé a estar muy fatigado. Así que me senté debajo de un arbusto sudando como una bestia y me puse a beber algo de agua.
A los 5 minutos pasaron
dos muchachos en una moto. Pararon al verme ahí sentado a un lado del camino y
resudado. Llevaban una enorme botella de agua. Les pedí algo de beber y me dieron toda la botella, encima estaba
fresca, "amasaaguinalo won"(gracias tío) les grité cuando se fueron.
Menos mal, porque en
ese momento estaba recocido. Había tomado decisiones erróneas varias veces
durante el día. Me tenía por meticuloso, pero después de la ida debería haberme
quedado en el poblado de los Karo o en el campamento de cazadores que estaba a
5 km de este.
Debía haber comprado más
de dos litros de agua. Algo que no hice confiado en el final de mi visita y en la euforia
de la vuelta.
Ninguno de los días que
estuve en bicicleta cometí errores, pero está claro que cuando no estas "fino"
por estar deshidratado, el cuerpo lo acusa y viene un error detrás de otro.
Cuando salí por fin de
la zona arenosa me pareció que el trayecto final que me quedaba estaba chupado,
ya que solo quedaba el camino "facil" de arena. En realidad aquí
llevaba 113 Km ese día por terrenos terribles y me quedaban 31. Parecía fácil
porque yo había hecho tiradas mucho mayores otras veces y con mas carga, ya que
hoy solo llevaba las alforjas de atrás y con poco peso.
Pero todo era engañoso.
Los primeros 30 km del camino antiguo habían sido muy pesados, puesto que durante
20 km me había peleado con el barro hasta que vi que era inviable y renuncié. También
había tenido mi pelea titánica con las arenas dunosas y el calor descomunal.
No pensé en esto cuando
me quedaban 30 Km de un camino firme pero lleno de enormes toboganes y cruces
de río.
Todavía con fuerzas
crucé el río que por la mañana me obligo a esperar para que bajara su
profundidad, ahora apenas 15 centímetros. Me hice algunas fotos y grabé algo de
vídeo. En este punto apenas me quedaba agua, que había agotado en mi lucha feroz
con las dunas. Pero en el agua arenosa del río que cruzaba, me refresqué la cabeza
y parte del cuerpo. Llené una de las botellas que tenía vacía con el agua
embarrada del río para refrescarme y echármela por la cabeza cuando me
recalentara. Los consejos del Karo con los charcos no habían caído en saco
roto.
Empecé a subir
toboganes y a bajar algo menos porque había mas subida que bajada en la vuelta.
Según iba aumentando el número Kilómetros mi ritmo era mas y mas lento. Me comí una última
barrita de cereales y chupe algo de queso parmesano de una sopa liofilizada que
tenía para preparar, pero como apenas me quedaba agua, no pude hacerla.
Me quedaban 20 Km y decidí
guardar el GPS para no mirar lo que me quedaba. Cuando me fuera acercando a
Turmi y viera en la distancia alguna luces de la población, sabría que prácticamente
habría llegado a mi destino.
Pasó un coche más y les
pedí agua. Era una ranchera y podía haberles pedido que me llevaran, pero mi
orgullo me lo impidió. Fue una tontería porque estaba reventado. Aun así me
dieron algo de agua que me vino fenomenal.
Pronto se hizo de noche y encendí las luces de mi bicicleta.
Estaba vacío y sin
fuerzas, no me quedaba ni un gramo de energía ni glucógeno alguno en los músculos.
Ni siquiera algo de grasa en mi cuerpo para tirar de ella. Creo que nunca
estuve tan vacío de energías en mi vida. Ni siquiera cuando corrí maratones . Entonces
estaba súperentrenado y cuando hice 2h:20 las limitaciones no fueron de energía.
Aquí estaba vacío, ya noche profunda y agotado. Había ido pedaleando Km tras Km sin pensar en lo que me quedaba. Pensaba "uno más, otro más" y así esperando que apareciera alguna luz de Turmi. Pero no fue así y lo peor es que todavía tenía la impresión de que quedaba lo suficiente como para ser un tormento.
Algunas subidas de
aquellos toboganes finales las había hecho a 6 km hora por lo que de vez en
cuando llevé la bicicleta caminando, que era la misma a la que pedaleaba.
Agotado, sediento y
cansado decidí parar en el margen del camino y sentarme allí. Tumbé la bici,
apagué las luces y me senté. Luego vi que estaba tan a gusto que me tumbé
mirando aquel maravilloso cielo estrellado. En un silencio absoluto y bendito,
sólo salpicado del algún búho o lechuza.
No recuerdo haber cerrado los ojos, pero si haber ido quedándome más y más inconsciente allí tumbado en aquella la tierra del camino en pleno Valle del Omo.
Creo que estuve como
una hora dormido. Pero esa hora fue como una bendición. Desperté con mas energía y dispuesto a terminar el camino. Todavía
agotado pero con mas ánimo.
Hubiera podido dormir
allí arropado con el chubasquero que llevaba. Aunque hubiera pasado una noche
horrorosa de sed y seguramente algún babuino podría haber sentido curiosidad
por mi.
Pedaleando despacito
pero con el aire fresco de la noche recorrí los 10 km que supuse me faltaban. Empecé
a ver las luces de Turmi varios Kilómetros antes. Cada vez veía las luces más cerca
pero no llegaba nunca.
Por fin entre en Turmi
y me dirigí directamente a la tienda de la esquina donde habitualmente compraba bebidas y
comestibles. Pedí casi sin poderme bajar de la bici un zumo de mango de un
litro que me bebí de un trago ávido de liquido y azucares.
El tendero y un hombre
que hablaba con él me preguntaron are you ok? debería de tener la mismísima
cara de el agotamiento. Estuve sentado en las escaleras de madera del
establecimiento unos 20 minutos bebiendo agua y zumos de mango.
Cuando me recuperé algo después de comer alguna galleta y seguir bebiendo, mi cabeza empezó a ver con más claridad. Me dio tiempo a sopesar mis prioridades del día siguiente.
Pensé que me debería
dar algo de descanso, así que hablé con uno de los motoristas que había allí
aparcados.
Apalabramos un precio para visitar a los Dassanech. Quedamos allí mismo para el día siguiente a cambio de 500 Birr. Iría en su moto en la parte de atrás durante esos 70 km de ida y otros de vuelta hasta Omorate. Esta vez iría como las holandesas que me encontré visitando a los karo. Podría a haber descansado un día y luego visitar a los Dassanech; hubiera descansado en Omorate una noche después de esta experiencia, más otro día que hubiera necesitado para volver. Pero esto me trastocaría bastante el viaje. No tenía tantos días. Así que estaba decidido, al día siguiente iría en moto a Omorate. Iría cómodo y rápido y me vendría muy bien para recuperarme del palizón de aquel día.
Apalabramos un precio para visitar a los Dassanech. Quedamos allí mismo para el día siguiente a cambio de 500 Birr. Iría en su moto en la parte de atrás durante esos 70 km de ida y otros de vuelta hasta Omorate. Esta vez iría como las holandesas que me encontré visitando a los karo. Podría a haber descansado un día y luego visitar a los Dassanech; hubiera descansado en Omorate una noche después de esta experiencia, más otro día que hubiera necesitado para volver. Pero esto me trastocaría bastante el viaje. No tenía tantos días. Así que estaba decidido, al día siguiente iría en moto a Omorate. Iría cómodo y rápido y me vendría muy bien para recuperarme del palizón de aquel día.
Compré algunas galletas
más para después y me fui al Tourist hotel.
Cuando llegué al hotel era muy tarde y hacía mucho tiempo que era noche cerrada. En cuanto entré pude ver la cara de preocupación de Erich; por lo visto estaba esperándome desde hacía bastante tiempo. Había estado pensando que me había pasado cualquier cosa, por lo que se alegró bastante por mi regreso sano y salvo.
Les conté por encima mi peripecia del día y pedí que me prepararan una tortilla rápida con lago de pan mientras me duchaba.
Después de la ducha y la cena apenas hablé casi nada con Erich y su hermana Tigist, ni tampoco con la hamer que trabajaba allí. Vieron que estaba agotado y les dije que me iba a la cama.
Y así hice. Creo que no tarde ni un segundo en dormirme. Eso sí, durante la noche me desperté varias veces a beber agua y comer galletas. Necesitaba llenar el depósito.
Mientras comía galletas
pensaba que mañana me esperaba otra aventura.
Y algo más:
Esa misma noche, entre buche y buche de agua desperté sobresaltado con la imagen del árbol rosa del desierto o Adeniumobesum socrotranum, ese que no había retratado y del que en esta página he puesto sólo un enlace de otras fotos de Internet.
Y desperté con el árbol en mi cabeza y en la cabeza de las niñas Karo gemelas.
Me levanté de un salto a mirar las fotos de mi cámara y compararlas con la flor del árbol rosa del desierto buscada en el Internet de mi teléfono. Y SÍÍÍÍ, eran las mismas flores.
No había retratado ese maravilloso árbol pensando que a la vuelta y con más tiempo lo haría. Pero resulta que a la vuelta se me hizo tarde y de noche y tampoco pude retratarlo como se merece. El resultado fue el de mi lamento e impotencia.
Pero resulta que había retratado su esencia y de la manera más bella. Las niñas karo utilizaban diferentes flores para adornarse y preparar sus tocados. Pero las más bellas eran las del árbol rosa del desierto, y más aún el tocado a modo de diadema que llevaban aquellas niñas preciosas y casi idénticas.
Y algo más:
Esa misma noche, entre buche y buche de agua desperté sobresaltado con la imagen del árbol rosa del desierto o Adeniumobesum socrotranum, ese que no había retratado y del que en esta página he puesto sólo un enlace de otras fotos de Internet.
Y desperté con el árbol en mi cabeza y en la cabeza de las niñas Karo gemelas.
Me levanté de un salto a mirar las fotos de mi cámara y compararlas con la flor del árbol rosa del desierto buscada en el Internet de mi teléfono. Y SÍÍÍÍ, eran las mismas flores.
No había retratado ese maravilloso árbol pensando que a la vuelta y con más tiempo lo haría. Pero resulta que a la vuelta se me hizo tarde y de noche y tampoco pude retratarlo como se merece. El resultado fue el de mi lamento e impotencia.
Pero resulta que había retratado su esencia y de la manera más bella. Las niñas karo utilizaban diferentes flores para adornarse y preparar sus tocados. Pero las más bellas eran las del árbol rosa del desierto, y más aún el tocado a modo de diadema que llevaban aquellas niñas preciosas y casi idénticas.
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