viernes, 4 de enero de 2019

Los karo 144 Km (Turmi - Korcho-Turmi)




Camino antiguo: 30 Km + Camino nuevo = 114 Km ;  Total: 144 Km

Hoy era el día elegido para ver a los Karo. Para eso debería ir hasta Korcho que estaba a 52 Km de Turmi según mi GPS. Luego resultarían más por varios motivos.



Pero empecemos por el principio:
Me levanté a las 6 de la mañana porque mi idea era ir y volver en el día. Había preparado mi bici con las dos alforjas traseras, en ella llevaba algo de comida, cámaras de repuesto para las ruedas, el hornillo de gasolina, bastante agua, un chubasquero, un segundo maillot de manga corta y la cámara con el trípode.

El día estaba despejadísimo y las nubes de la noche anterior habían desaparecido por completo.
Seguí las instrucciones de mi GPS como había hecho el día anterior en mi recorrido de reconocimiento. Era un camino que salía de Turmi en dirección Dimeka y que se desviaba después de 6 Km a la izquierda por otro camino más estrecho y bonito.
Era el mismo recorrido de la tarde anterior, en el cual había encontrado a algunos hamer afables y alguno que no tanto.
La diferencia estaba en que la noche anterior había llovido. Esto hizo que el camino estuviera más pesado. Primero ligeramente pesado y embarrado, para pasar a bastante embarrado en el segundo camino. Aquel camino de color rojizo arcilloso que me llevó a la idílica  laguna donde abrevaban las vacas. 

La primera parte del camino general me pareció transitable y seguí hasta  coger el camino estrecho con la esperanza que estuviera pasable. Pero pronto me di cuenta de que realizar los 52 Km por el camino arcilloso sería una tarea titánica.  Pronto empezó a resbalar mi rueda trasera y a hundirse en el barro. No desistí porque el terreno era bueno y malo a intervalos. Un Kilómetro con terreno un poco mejor y otro con zonas empapadísimas donde avanzar me suponía un esfuerzo enorme.
Aún así lo intenté, no quería renunciar a la visita de los Karo en bicicleta. Pero pronto me di cuenta con tristeza de que era una locura y que después de 15 kilómetros bastante duros me quedaría muchísimo, con cruces de ríos incluidos que estarían incluso bastante peor que estos inicios.
Así que después de 15 Kilómetros renuncié al camino y tuve que volver a Turmi con otros 15 de vuelta.


Cuando llegué a Turmi el sol estaba bastante alto y yo volvía cabizbajo a mis aposentos, pensando en otra manera de ir a Korcho.
Pasé por  la calle  principal de Turmi en dirección al Tourist hotel  y uno de los hombres que estaba tomando café en uno de los bares me llamó a gritos. Inmediatamente le conocí. El día anterior había estado tomando café en uno de los bares de en frente y yo estuve allí saboreando una de aquellas tazas. Habíamos hablado de mi aventura de ir a Korcho. Así que ahora me llamaba para indicarme el camino. El hombre había resultado muy simpático el día anterior, era regordete y muy educado con los turistas. Le había contado mi periplo ciclista hasta llegar a Turmi y él me había escuchado  con mucha atención.
Le dije que venía de del camino que iba a Korcho, pero que me había vuelto porque estaba muy embarrado. El me dijo que yo había ido por el camino antiguo y que el nuevo era mucho mejor.

¿El nuevo? ¡no sabía que hubiera un camino nuevo!
Me había bajado los track de Internet sin pensar que había varias alternativas.  Me baje el camino antiguo entre los varios que vi. El antiguo era el más repetido. pero seguramente porque era el que más tiempo llevaba allí. En cambio, con el  camino nuevo apenas había habido tiempo para que colgaran muchos tracks
No recordaba que había otra alternativa. Estaba tan convencido de que lo que llevaba en mi GPS era lo correcto, que ni me imaginé que había otra alternativa.
Resulta que el camino salía del mismo pueblo de Turmi en vez de tirar a la izquierda después de avanzar 6 Km dirección Dimeka. El camino nuevo tiraba a la izquierda desde el primer momento, y no solo eso, era muy ancho y bastante bueno, igual que el camino principal a Dimeka, una especie de autopista de los caminos.

También aparecerían otras trampas en este camino nuevo, ya que este se vuelve mucho más estrecho a partir del Km 31 donde hay que abandonarlo justo después de cruzar uno de los principales ríos del camino. No sólo es más estrecho a partir del Km 31, sino que durante 10 Km aparecen zonas  arenosas  tipo duna o de playa, donde  es muy difícil circular en bicicleta. Para atravesar estos kilómetros hay que optar por una de estas medidas:
1- Desinflar las ruedas un poco para circular y que estas no se hundan.
2- Bajarse y andar
3- Hacer un esfuerzo mayor pedaleando, todo un palizón
4- Un mixto de las dos últimas.
Yo utilicé la cuarta alternativa, pedaleaba todo lo que podía con un gran esfuerzo de concentración para no perder velocidad y parar totalmente. Aun así tocaba echar el pie a tierra más de una vez cuando la arena podía conmigo.

Bueno, me estoy adelantando a mi recorrido! Vuelvo a la calle principal de Turmi y mi sorpresa por el camino nuevo.












































En ese primer momento estaba encantado de retomar mi aventura.
Hacía un rato había renunciado a visitar a los Karo en bicicleta y otra vez estaba en camino  y encima con un piso mucho mejor.
El problema era que ya llevaba 30 Km del antiguo entre ida y vuelta. Entonces no me pareció inconveniente alguno después del disgusto con el que volvía. Más tarde echaría en falta las fuerzas que gasté contra el barro en las primeras horas de la mañana.

Según comencé a pedalear me parecía una autopista de camino comparado con los barros del anterior. Tenía muchos y grandes toboganes, pero con buen firme y nada arcilloso, además era muy ancho; en muchas zonas el camino tenía 6 metros o más.

Así que me dispuse a devorar kilómetros como si empezara de nuevo.
Apenas paré a hacer fotos durante este camino comparado con lo que solía parar habitualmente. Ya había perdido mucho tiempo con el camino antiguo a Korcho.
El camino era espectacular atravesando lechos de ríos secos cada pocos Kilómetros, subiendo y bajando entre grandes arboledas que perimetraban el camino.


De vez en cuando se atravesaban monos babuinos, otras veces estos estaban en los márgenes de la carretera.
No era infrecuente encontrar también algún dik-dik cruzando el camino y saliendo despavoridos al ver mi bicicleta. Estos cérvidos de tamaño pequeño ya los había visto antes en Tanzania y Uganda.
También vi algunas gallinas de guinea muy típicas de Kenia y Tanzania.


En los primeros kilómetros estaba eufórico por haber encontrado un camino mejor que el antiguo. Además de tener un suelo regular, el sol lucia mucho, por lo que se endurecía por momentos. 
Por allí pasaba un todoterreno o camión cada  80 minutos, por lo menos en el primer tramo del camino. Luego en la segunda parte después del kilómetro 31 ya no hubo un solo vehículo.

Crucé varios cauces secos de río. Justo antes de llegar, estos cauces se adivinaban por la ortografía; un gran tobogán en pendiente decreciente era el anticipo del lecho del río. Cuando atravesaba el cauce tocaba subir el tobogán por el otro lado. Así varios cauces de río hasta que me tope con uno que llevaba agua.


Pero antes de esto, la flora también había llamado poderosamente mi atención.
Un árbol precioso y maravilloso se repetía en los márgenes del camino cada ciertos Kilómetros y siempre aparecía solo, como una rareza singular entre la vegetación del Valle del Omo. Era el árbol rosa del desierto o Adeniumobesum socotranum.
No era muy alto ya que medía entre un metro y cuatro, pero su tronco era suave y regordete en la base para ir adelgazando en su parte alta, donde crecían bellísimas flores rosáceas. Es un poco parecido a algunos pequeños baobats pero con flores.

Era algo increíblemente particular entre la aridez del camino y el verdor del resto de arboles.

Su nombre, que luego busque en Internet, terminaba en socotranum. Rápidamente relacioné esta terminación con Socotra, donde  las plantas que crecen allí parecen pertenecer a la isla del fin del mundo.

Socotra forma parte de un archipiélago que pertenece a Yemen.  Se encuentra entre el mar Arábigo y el Golfo de Adén en el océano Índico, frente a las costas del Cuerno de África, a 250 km al este del  cabo Guardafui y a unos 350 km al sureste de las costas del de Yemen. Cientos de veces me he fascinado con las plantas y árboles de Socotra.  Más de una vez estuve mirando combinaciones de vuelo para visitar esa isla única.
Resulta que esta planta tenía  el nombre de la isla, y es que en la isla entre otras maravillas esta esta planta.

Estuve a punto de parar varias veces a hacerle unas fotos, pero el tiempo perdido en el camino antiguo me hizo dejarlo para más tarde y  para cuando encontrara el árbol perfecto.
No quería perder tiempo y se me hacía tarde para ir y volver en el día de la visita a los Karo.

Al final no hice ni una foto de ese maravilloso árbol, algo de lo que me arrepiento muchísimo. Yo que soy capaz de tirar unas fotos a alguien, despedirme y después de llevar unos kilómetros volver porque creo que algo no retraté o quedó por mejorar o hacer. Resulta que me dejé el árbol rosa del desierto sin retratar. Todavía no me lo creo. Aunque siempre me quedará el recuerdo de su visión durante el camino.









En el Kilómetro 30 encontré un cauce de río totalmente inundado por las lluvias del día anterior. Los demás cauces que había cruzado se habían mantenido secos pero este era más ancho y profundo y recogería agua desde más lejos.
Justo en la orilla había un camión parado, este me había adelantado minutos antes y el conductor estaba de pie en la orilla esperando a que bajara el volumen de agua. Un niño miraba el río entretenido junto al camionero. Espere unos 15 minutos a que bajara algo el río. Después de ese tiempo había pasado de tener medio metro de profundidad a ser poco más de un palmo. Así que aproveché para atravesar el río con mí bici a cuestas.
Este medía unos 40 metros de ancho divididos en dos tramos que estaban separados por una pequeña isla. Aquí si paré a filmar y tirar algunas fotos del lugar.

Después de atravesar el río me tocaba subir una enorme cuesta de unos 300 metros. Tras esta cuesta venía un poco de llaneo y se dejaba el camino ancho para meterse en uno que era mucho más estrecho y que se desviaba hacia la derecha.

Enseguida me di cuenta de la dureza del camino, ya que durante 10 Km aparecerían zonas arenosas constantemente. Arena fina como de playa o río, a veces era muy densa y profunda y solo andando era posible atravesarla. Otras veces era más fino su grosor, pero me obligaba a pedalear con muchísima fuerza y concentrado para no caerme, ya que la arena apenas me dejaba pasar de 6 o 7 Km por hora. Alguna vez desaparecía la arena o era finísima la capa, pero el tramo duraba pocos metros y mi ilusión de un camino mejor se desvanecía tan pronto como llegaban nuevas arenas.

Gasté muchas fuerzas en esta parte del camino. Era precioso a pesar de todo y no eran infrecuente los enormes termiteros en forma de cono. Estos últimos eran como grandes chimeneas surgidas del suelo.


A mitad de la parte arenosa del camino me encontré con dos motos que venían del poblado karo. Dos conductores etíopes pilotaban con maestría  entre las arenas y llevaban cada uno a una holandesa en la parte de atrás. Hablé con ellas y ya venían de la visita completa a los karo. Les pregunté si quedaba mucho y me dijeron que unas dos horas. Me quedé un poco planchado, supongo que pensaban que mi medio de transporte era más lento que una moto, como así era. Aun así iba pensando que llegaría al poblado karo muy tarde y con una luz malísima para fotografía, como es tener el sol en lo más alto. ¡Es lo que tiene ir en bicicleta!


Cuando desaparecieron las arenas, aunque no del todo, fue un gran alivio. Los últimos  Kilómetros hasta Korcho fueron más fáciles, incluso pude ver un rebaño de vacas guiado por un pastor y el que parecía ser su hijo.


Un poco después oí un sonido potente de motor. Allí, en medio de una "pista" de arena, que era mas bien un claro irregular, aterrizó un avión a camino entre avioneta y avión mediano. Salieron como unos 15 turistas que fueron recogidos por todotorrenos.
En poco tiempo aquello quedó en silencio en cuanto despegó el avión y los coches se fueron.
Creo que debería haber un lodge por allí o por lo menos a unos cuantos Kilómetros. Parecía un turismo para la gente que viene con viajes directísimos y con poco tiempo. Casi creía que era un espejismo; ¡apenas había visto gente en todo el camino y de repente aterriza un avión relativamente grande casi a mi lado!


































Por fin llegué a uno de los meandros del río Omo y lo que yo creía que era Korcho. Era en realidad un campamento de cazadores con algunas casas y cabañas pero sin nadie por allí.
Había una zona de árboles centenarios justo a la orilla del formidable río, el sitio era espectacular pero allí no estaban los Karo. Investigué entre las cabañas y casas hasta que dos hombres salieron de estas.
Me preguntaron si quería pasar la noche allí, cuando les dije que no, perdieron todo su interés en mi, metiéndose en su casa otra vez y sin darme oportunidad de preguntarles.
En ese momento serían las la 1:30 de la tarde y el calor era infernal. Estaba recalentado y deshidratado del palizón y tenía una pájara física y mental. Apenas me quedaba dos dedos de agua.

Salí del campamento y llegué al camino de nuevo. Allí me encontré con un miembro de los Karo muy alto y amigable que me indicaba por donde se iba a la aldea karo. Había que tomar el camino, cruzar un afluente del Omo y acertar cuando se dividía el camino en alguna zona, además de alejarme del río de nuevo. Al ver que no me aclaraba, en parte por mi poca claridad mental y en parte por lo enredoso de las indicaciones decidió acompañarme.

Como iba a pie, eché pie en tierra y fui a su lado empujando la bicicleta. Estaba deslomado y agotado y creo que no sabía cuánto. Se me hicieron eternos los 6 Km que todavía quedaban a pata. El Hombre karo si se dio cuenta de mi bajón y me dijo un par de veces que me refrescara con los enormes charcos que había en el camino, estos se habían formado con las lluvias de la noche anterior. No le hice ni caso y pensé que decía sandeces.
Pero a la tercera vez que me lo dijo le hice caso. Me arrodillé y me lavé la cara, la nuca y el cuello y fue como una bendición. Estaba relativamente fresca comparado con mi sesera que debía hervir. Llevaba 30 Km del antiguo camino y casi 50 del nuevo, con terrenos muy duros y bastante calor. Fue como un renacer.
Uno se cree saber tanto de hidratación como para no seguir un consejo tribal, y resulta que fue maravilloso.
Un occidental piensa que el agua de un charco es secundaria pero en estos lugares es valiosísima, incluso si no la quieres hervir para beber, por lo menos refresca.
Así que desde entonces empecé a mirarle de otra forma y seguir sus consejos, al fin y al cabo estaba en su tierra y terreno. Dos kilómetros mas allá aparecieron nuevos charcos y yo estaba acalorado otra vez, así que me iba arrodillar en uno para mojarme de nuevo, pero el karo me dijo que en ese no.
Por lo visto tenía agua más antigua y menos reciente, o yo que sé! El caso es que el karo sabía incluso en que charcos había que refrescarse. En el que me indicó me refresqué e incluso me mojé el torso entero, que gustazo.

Por fin llegamos a la aldea Karo. Era uno de los lugares más bellos donde puede estar una tribu. La aldea de Korcho estaba en lo alto de un cerro con vistas a una de las curvas anaranjadas y sedimentosas del río Omo y toda la arboleda que lo rodea.
Es casi un lugar de cuento al que las palabras y fotografías no hacen honor.

Pero antes de hacer la visita a las chozas de los karo mi acompañante Karo me llevó a una casa de ladrillos con una parte abierta y con sombra. Allí había un guía oficial con unos cuantos karos. 500 Birr  (unos 15 euros) tuve que pagarle para hacer la visita: 300 por la entrada a la aldea y 200 para el guia.
Supongo que fue una casualidad que el guía estuviera allí, seguramente por las holandesas que habían llegado antes en moto.
Cuando alquilas una moto con conductor, este avisa a los guías para que se lleven su dinero. Seguramente si no hubieran ido las holandesas ese día, no hubiera encontrado guía y hubiera tenido que negociar directamente con los karo. El precio hubiera sido el de las fotos sólo, pero también podían haberse puesto pesados con el número de estas. Nunca se sabe, sin guía pueden envalentonarse y tratarte de otra manera.

Despedí a mi amigo karo que me acompaño y le di algo de dinero y mil gracias ("amasaaguinalo") por su ayuda











Antes de hacer la visita compré agua fría, me tomé también una cerveza y un enorme plato de espagueti. Sí, resulta que en esa casa de ladrillos tenían nevera, cocina y un cable fino y negro llevaba electricidad desde no sé dónde.

Supuse que allí recibían a los todoterrenos llenos de turistas, les ofrecían bebida y comida y le preparaban y aconsejaban para la visita. No sé si alguna vez llegó alguno en bicicleta, pero para ellos yo era una fiesta.

Muchísimos niños me rodeaban y me miraban alucinados, tocaban mi bici pequeños y mayores y con mis alforjas rojas estaban anonadados.
Mientras comía y me reía con algunos adultos karo, estuvieron montando algunos en mi bicicleta alrededor de la casa. Supongo que estaba bastante cansado y baje la guardia, pero no me causaron ningún desperfecto en mi "caballo"

Dentro observé que uno de los karo tenía un kalashnikov. El hombre estaba pintado con las típicas pinturas calizas blancas de los karo en la cara y torso. Pero algo en él le daba aspecto de menos Karo y mas etíope, entre otras cosas su conversación fluida con otros jóvenes miembros etíopes que allí había, uno de ellos era el que regentaba la cocina.
Además llevaba un calconcillo de los largos debajo de su faldilla tribal. Le dije que así no se podía ser karo del todo. Pensé que si todos los karo eran así estaba apañado. Pero por suerte los karo de la aldea resultaron mas auténticos, aunque con sus pinceladas de modernidad, como llevar chanclas de plástico o la llave de la puerta de su cabaña colgada al cuello.


Estuve un rato hablando con los jóvenes karo y etíopes más modernos. Los últimos preguntaron por el Real Madrid. En todo el viaje me habían preguntado por algo así, algo que sí ocurre en casi todos los países en cuanto dices que eres de Madrid.



Korcho, la aldea de los karo

Por fin nos entramos en el poblado karo propiamente dicho. Había un cercado hecho de ramas de árboles pero con varias entradas que marcaba las lindes de la aldea. El guía me acompañó a la vez que un puñado de niños nos seguían. Fui hacia allá con mi bici al lado para no perderla de vista, ya que mi bici allí era objeto codiciado para darse repetidas vueltas y ya había tenido bastante.


Al primer sitio que me llevo el guía era al cerro que daba al meandro del río Omo con unas vistas impresionantes. Como he dicho antes es un lugar de cuento. La gran cantidad de sedimentos que lleva el río le da un característico color anaranjado-marrón que contrasta con la enorme arboleda verde. Esto no sería apreciable en todo su esplendor si la aldea no estuviera elevada en ese fantástico mirador natural.

Algunos Karo se fueron acercando al cerro mientras miraba asombrado el horizonte sobre el río Omo.

Ninguno de los poblados que vi en Etiopía tenía unas vistas tan impresionantes como las de Korcho, ni estaban tan lejos ni tan aislados como ellos. Es verdad que los Mursi no tenían prácticamente ningún atisbo de materiales occidentales, mientras que los Karo podían usar pantalones deportivos los niños y sandalias de plástico tanto adultos como niños.

El enclave era espectacular, justo donde terminaba una parte de la aldea de los karo. Era como una terraza con una altura de 80 metros sobre el río Omo, precioso con su anaranjado cobrizo en contraste con la masa densísima de arboles que lo bordeaba al otro lado.
Los karo sabían esto, eran conscientes de la belleza del lugar. Sabían que casi todos los turistas y visitantes querían una foto de ellos en ese "balcón"

Yo les hice fotos en toda la aldea pero no rechace esos primeros posados con tan bello fondo.

Una mujer con su hijo de unos tres años en brazos fue la primera en pasar ante mi cámara. Llevaba una llave de la puerta de su choza colgando del cuello. Las escarificaciones que tenía daban escalofríos ya que eran tremendas y casi todas en la parte frontal del torso, justo debajo del pecho.


Los karo se encuentran hoy en día en peligro de extinción y apenas son unos 1000.
La diferentes luchas con tribus vecinas han ido disminuyendo su población.

A continuación se acercaron cuatro niños karo con flores y frutos adornado sus cabezas. Tres de los niños podían tener unos 10-11 años y uno de ellos de un año de edad, era cogido en brazos por el más alto. Vestían telas de flores, cuadros y cuero. Sus caras estaban pintadas de blanco con rayas o puntos al estilo Karo.
Eran bastante simpáticos así que me hice alguna foto con ellos y mi bicicleta.

Dos de ellos llevaban chanclas de plástico. Normalmente se las hubiera hecho quitar para la foto, pero mi cansancio era todavía grande y aunque haciendo fotos estaba en un estado de latencia que me permitía acelerar mi metabolismo y no sentir esa fatiga del todo, inconscientemente si me afectaba.
Otro inconveniente a la hora de fotografiar era que a esa hora el sol estaba en lo más alto por lo que me ofrecía sombras duras y marcadas; el peor momento para fotografiar. Algo que lamenté en un principio, pero no con el tiempo.
Y es que curiosamente uno de los recuerdos más fuertes e intensos que tengo de Etiopía, es el de aquel viaje a la aldea de los karo desde Turmi y su vuelta en bicicleta.  Una sensación de estar vivo como nunca y en un lugar como aquel.








Poco a poco empezó a aparecer más gente por el cerro. Primero les saludaba y se sorprendían, ya que esperaban que fuera directamente a hacerles fotos.

Los Karo estaban acostumbrados a que aparecieran los turistas bastante temprano y no a esas horas, así que al principio el pueblo parecía desierto, pero como uno pagaba religiosamente sus fotos a 5 birr, hicieron acto de presencia más y más karos.

Entre unos y otros no pude dejar de retratar a los niños que corrían vertiginosamente por la pendiente arenosa que bajaba hacia el río. Después de una vertiginosa carrera hacían mortales entre grandes risas.

Una mujer mayor con un bonito tocado de plumas me toco el brazo mientras retrataba a los niños saltando. Quería posar para mi, así que me puse a ello. Esta llevaba un tornillo atravesando su labio inferior. Sabía que utilizaban palos de madera pero desconocía esta modernidad.

Luego le toco a mi amigo del kalashnikov que era el que más pinturas blancas tenía de todos. Las pinturas son de piedra caliza y son símbolos de haber conseguido un logro valorado en la tribu, como haber matado a un rival de otra tribu o un gran animal. También son símbolos de belleza tanto para hombres y mujeres, al igual que las escarificaciones.




Una mujer con aspecto de tener niños más mayores, posaba con uno de unos dos años mamando. Tenía tres collares de cuentas de semillas con tantas vueltas que parecía imposible; eran unas 40 vueltas aproximadamente. Su falda era de un delicado cuero de algún animal. También lucía grandes pulseras metálicas y plateadas.

Luego llego otra muy joven con un niño de unos 3 años y unos ropajes de cuero muy finos y bellos; una falda de cuero y otra piel que la cubría a ella y al niño. Se adornaba también con muchísimas cuentas y vueltas de collar y una cara pintada con puntitos blancos con mucho acierto. Se la acababa de pintar porque todavía tenía gotitas blancas por el brazo y pecho. Al igual que al anterior mujer, tanto esta como el niño tenían el pelo parcialmente afeitado.

Debajo de un árbol una mujer se afanaba en un trabajo repetido que no identifiqué. Así que me acerqué a ver de qué se trataba. La mujer amasaba grano y creaba su harina frotando una piedra que parecía de granito pulida, contra otra más grande.
La harina extraída que iba consiguiendo con gran esfuerzo, la metía en un recipiente hecho de calabaza. La mujer vestía una falda preciosa con tela de rayas y cuadros de colores, su torso estaba desnudo y tenía tres collares de tres colores (negro blanco y rojo) de infinitas vueltas.


Un poco más allá una madre muy joven amamantaba a su bebe. Tanto la madre como el niño eran muy guapos y la escena era conmovedora y bella. El niño mamaba con fuerza y parecía que con gran placer. El bebe estaba protegido con una suave y bonita tela amarilla y azul.




Fueron pasando mas madres con sus bebes y apenas vi hombres. Supongo que al llegar tan tarde en mi viaje en bicicleta estarían pastoreando.
Aun así dos de ellos estaban prestos a aparecer por allí luciendo sus kalashnikov orgullosos. Algunos niños con tocados de frutas en la cabeza posaron junto a ellos, lo que ayudo a suavizar la dureza de las armas.

Seguía pensando que aquellas armas no tenían ni una bala, pero ellos se sentían tan poderosos y orgullosos con ellas que eso era secundario. He leído en algún lugar que el gobierno les proporciona esas armas para que cuiden la frontera con Kenía de los invasores. Todo es posible, pero para mí es más una pose y el estatus sublime que les da el llevar ese arma al hombro.


Una mujer de mediana edad se apareció por detrás, tenía la cara bastante curtida, lo que le hacía aparentar más años de lo que seguramente tenía. Se me acercó con un tocado un tanto especial; aparte de sus "12000" vueltas de collar, de la parte de arriba de su cabeza se descolgaban ristras de hojas de algún arbusto o árbol. Estas eran gruesas y endurecidas como conchas e iban unidas unas a otras por cuerdas. Al tener hojas de diferentes colores, que iban desde el anaranjado al marrón, estas le daban un aspecto un tanto especial, incluso siniestro. También llevaba una hilera de cinco chapas entre las hojas. Parecía en su conjunto una bruja con su nariz aguileña incluida.

Otra mujer cuya única vestimenta era una falda de cuero, aventaba el grano para separar la paja. Su método consistía en pasar el grano de un recipiente de calabaza a otro. Tenía los ojos inyectados en sangre y sus pechos estaban secos como brevas deshidratadas. Contrastaba con las karo que vendrían después, mucho más fuertes y llenas. Seguramente la mujer pudiera estar enferma o simplemente tenía ese aspecto de la vida dura que llevaba.


Los karo en un principio fueron ganaderos pero se vieron obligados a emigrar por la sequía y se convirtieron en agricultores. Cosechan judías, sorgo y maíz. También pescan en el  río Omo y recolectan miel. Siguen teniendo cabras, como pude ver en la aldea. También a las afueras de Korcho se pueden ver a hombres Karo pastoreando rebaños de cabras.








Seguí recorriendo los rincones del poblado hasta llegar a una cabaña de paja. En su puerta una mujer joven, fuerte y sonriente mostraba orgullosa a su bebe.
Aparte de los collares típicos Karo, tenía una especie de diadema hecha de cuentas pequeñas de collar. De esta diadema colgaban dos tiras de cuero trenzadas de las que salían varias hileras de cuerdas con cuentas. El niño estaba rollizo y había salido igual de fuerte que su madre.
A su lado apareció otra mujer también bastante grande y fuerte con un niño de unos 4 años al que tenía metido dentro de su sayo de cuero. Este estaba adornado por unas cuentas en su periferia. La mujer también llevaba falda de cuero y una diadema como la anterior.
Se adivinaba que dentro del poblado había clases y jerarquías.
La de las pieles con conchas llevaba un palo de madera clavado debajo del labio inferior a modo de adorno.

Los hombres  Karo se casan con las  mujeres de su misma tribu, pero también lo hacen con los hamer con los que se llevan bien. Un hombre Karo puede casarse con tantas mujeres como pueda mantener.
Tienen en común con los hamer la ceremonia del salto de toro.




El sol estaba en todo lo alto y me esforzaba por orientar a los karo a  mi favor para obtener la mejor luz, pero muchas veces era imposible y la dureza de las sombras a esas horas exageraba los contrastes.

Otra mujer karo apareció con un bebe minúsculo y de ojos preciosos le llevaba sujeto a su lado y en paralelo a ella con un solo brazo. Una preciosa tela envolvía su cuerpo y su cabeza. La madre estaba en sintonía con el niño, ya que llevaba el pelo muy corto y los dos parecían pelones. Llevaba unas pieles preciosas de vaca color marrón y blanco en la que no faltaban conchas decorativas.
Les tiré unas fotos a los dos y alguna al bebe en solitario.

Seguí atravesando el poblado entre chozas de madera y paja, más mujeres con sus niños salieron a mi paso, casi todas con sus mejores telas o capas de piel.

Un niño de unos 11 años llevaba a otro de dos sobre su hombro. El mayor lucía también dos collares de varias vueltas, uno blanco y otro negro. Aparte llevaba la cara pintada de blanco con diferentes dibujos al estilo karo. El pequeño me miraba muy sorprendido y con los ojos muy abiertos. Este también tenía dos collares uno de cuero y otro de cuentas, pero cada uno de sólo dos vueltas.


Unos metros más allá un grupo de niños jugaban saltando encima de un gran charco y otros tantos aparecían jugando en su reflejo. 
Más lejos aún, una mujer cambiaba el grano de un cuenco a otro mientras una cabrita pasaba por detrás y un niño que parecía su hijo la observaba.






Todo eran escenas preciosas en un lugar idílico. Aún así me encontraba algo cansado del viaje y de un sol de justicia, por lo que iba pensando en terminar mi visita.

Ya me había recorrido casi todo el poblado, cuando detrás de mi aparecieron dos niñas que parecían mellizas.estas tendrían la misma edad además de tener la misma talla y volumen. Llevaban ambas una corona de flores rosas más una diadema de vainas de plantas acuosas color rojizo. Una de ellas llevaba dos plumas en cada tocado y la otra solo llevaba plumas en las vainas. Aparte de sus collares respectivos al estilo karo, llevaban también una flor pegada en la parte baja del labio inferior. Esta iba pegada por el vértice de la copa y de manera invertida. Estaban preciosas  y espectaculares y lo sabían ya que posaban para mí con autentico encanto.

Un chico y una chica ya adolescentes vinieron con otros tocados floreados. No eran tan bonitos como los anteriores, pero venían con gran ímpetu y no podía dejar de hacerles fotos.
No todo lo que fotografiaba  me apetecía hacerlo. Pero para ellos era una manera de ganar algo de dinero. Además no hubiera sido capaz de no fotografiar a alguien por qué no me hubiera gustado su aspecto. Hubiera sido como una ofensa y un insulto para ellos y para mi corazón.
Eran buena gente y solo querían lucirse y algo de dinero.

La mayor de las adolescentes llevaba una  gran piel de vaca con conchas y un niño cogido en su interior. Un pequeño de unos cuatro años vino andando y se unió al trio.

A estas alturas el guía había desaparecido viendo que no le necesitaba y que era capaz de prolongarme por el poblado bastante tiempo.




Tiré alguna foto más de los niños que jugaban en los charcos y decidí que era momento de irme.
Era bastante tarde y todavía me quedaban 57 km de vuelta.
Compré dos botellas de agua de litro y medio y me bebí un cerveza fresca antes de partir.

Tomé mi bici y empecé a volver por el camino polvoriento por donde antes había caminado con el karo que me acompañó al poblado.
Tuve que volver 400 metros para atrás al notar que no tenía mis gafas de sol. Justo 400 metros mas atrás estaban al lado de un charco. Las llevaba en la cabeza y se habían caído con un bache. A esas alturas cada metro de más era una carga más.

Puse el GPS para orientarme y encontrar el camino de vuelta a la zona arenosa sin equivocarme. Sólo tenía que mirar el track del día de hoy pero en sentido inverso.

Cuando llegué a la zona arenosa serian las 3 y pico de la tarde. Aquí tan al Sur y con el calentón que llevaba de día (30 +57=87 Km) me empecé a sentir bastante cansado. Comencé a beber agua y a pesar de que quise racionar esta, pronto tenía menos de medio litro. No sé porqué narices solo compre tres litros. Tenía que haber comprado 5 litros mínimo

Mientras bebía decidí hacerme una foto con uno de los enormes termiteros del camino.
Un pastor de cabras Karo se acerco a verme. Apenas había visto hombres en el poblado de Korcho y supuse que estaban con el ganado.
Aquí tenía la confirmación. El pastor era bien parecido y llevaba sandalias de neumático y una tela azul como falda que sujetaba con un ancho cinturón. Diferentes collares y pulseras adornaban cuello, brazos, muñecas y tobillos. Llevaba el pelo cortado y sujeto con diferentes quiquis en la cabeza, el más destacado estaba en parte alta de la cabeza.





Seguí pedaleando y empecé a pelearme con la zona arenosa. Intenté ser fuerte y hacer de una tacada y sin parar los máximos metros posibles, pero a los 4 Km de los 10 que tenía la zona arenosa, empecé a estar muy fatigado. Así que me senté debajo de un arbusto sudando como una bestia y me puse a beber algo de agua.

A los 5 minutos pasaron dos muchachos en una moto. Pararon al verme ahí sentado a un lado del camino y resudado. Llevaban una enorme botella de agua. Les pedí algo de beber y me dieron toda la botella, encima estaba fresca, "amasaaguinalo won"(gracias tío) les grité cuando se fueron.
Menos mal, porque en ese momento estaba recocido. Había tomado decisiones erróneas varias veces durante el día. Me tenía por meticuloso, pero después de la ida debería haberme quedado en el poblado de los Karo o en el campamento de cazadores que estaba a 5 km de este.
Debía haber comprado más de dos litros de agua. Algo que no hice confiado en el final de mi visita y en la euforia de la vuelta.
Ninguno de los días que estuve en bicicleta cometí errores, pero está claro que cuando no estas "fino" por estar deshidratado, el cuerpo lo acusa y viene un error detrás de otro.

Cuando salí por fin de la zona arenosa me pareció que el trayecto final que me quedaba estaba chupado, ya que solo quedaba el camino "facil" de arena. En realidad aquí llevaba 113 Km ese día por terrenos terribles y me quedaban 31. Parecía fácil porque yo había hecho tiradas mucho mayores otras veces y con mas carga, ya que hoy solo llevaba las alforjas de atrás y con poco peso.

Pero todo era engañoso. Los primeros 30 km del camino antiguo habían sido muy pesados, puesto que durante 20 km me había peleado con el barro hasta que vi que era inviable y renuncié. También había tenido mi pelea titánica con las arenas dunosas y el calor descomunal.

No pensé en esto cuando me quedaban 30 Km de un camino firme pero lleno de enormes toboganes y cruces de río.
Todavía con fuerzas crucé el río que por la mañana me obligo a esperar para que bajara su profundidad, ahora apenas 15 centímetros. Me hice algunas fotos y grabé algo de vídeo. En este punto apenas me quedaba agua, que había agotado en mi lucha feroz con las dunas. Pero en el agua arenosa del río que cruzaba, me refresqué la cabeza y parte del cuerpo. Llené una de las botellas que tenía vacía con el agua embarrada del río para refrescarme y echármela por la cabeza cuando me recalentara. Los consejos del Karo con los charcos no habían caído en saco roto.

Empecé a subir toboganes y a bajar algo menos porque había mas subida que bajada en la vuelta. Según iba aumentando el número Kilómetros mi ritmo era mas y mas lento. Me comí una última barrita de cereales y chupe algo de queso parmesano de una sopa liofilizada que tenía para preparar, pero como apenas me quedaba agua, no pude hacerla.
Me quedaban 20 Km y decidí guardar el GPS para no mirar lo que me quedaba. Cuando me fuera acercando a Turmi y viera en la distancia alguna luces de la población, sabría que prácticamente habría llegado a mi destino.

Pasó un coche más y les pedí agua. Era una ranchera y podía haberles pedido que me llevaran, pero mi orgullo me lo impidió. Fue una tontería porque estaba reventado. Aun así me dieron algo de agua que me vino fenomenal.




El sol se fue escondiendo poco a poco y se cruzaron los últimos babuinos en el camino.

Pronto se hizo de noche y encendí las luces de mi bicicleta.
Estaba vacío y sin fuerzas, no me quedaba ni un gramo de energía ni glucógeno alguno en los músculos. Ni siquiera algo de grasa en mi cuerpo para tirar de ella. Creo que nunca estuve tan vacío de energías en mi vida. Ni siquiera cuando corrí maratones . Entonces estaba súperentrenado y cuando hice 2h:20 las limitaciones no fueron de energía.

Aquí estaba vacío, ya noche profunda y agotado. Había ido pedaleando Km tras Km  sin pensar en lo que me quedaba. Pensaba "uno más, otro más" y así  esperando que apareciera alguna luz de Turmi. Pero no fue así y lo peor es que todavía tenía la impresión de que quedaba lo suficiente como para ser un tormento.
Algunas subidas de aquellos toboganes finales las había hecho a 6 km hora por lo que de vez en cuando llevé la bicicleta caminando, que era la misma a la que pedaleaba.

Agotado, sediento y cansado decidí parar en el margen del camino y sentarme allí. Tumbé la bici, apagué las luces y me senté. Luego vi que estaba tan a gusto que me tumbé mirando aquel maravilloso cielo estrellado. En un silencio absoluto y bendito, sólo salpicado del algún búho o lechuza.


No recuerdo haber cerrado los ojos, pero si haber ido quedándome más y más inconsciente allí tumbado en aquella la tierra del camino en pleno Valle del Omo.
Creo que estuve como una hora dormido. Pero esa hora fue como una bendición. Desperté con mas energía y dispuesto a terminar el camino. Todavía agotado pero con mas ánimo.

Hubiera podido dormir allí arropado con el chubasquero que llevaba. Aunque hubiera pasado una noche horrorosa de sed y seguramente algún babuino podría haber sentido curiosidad por mi.

Pedaleando despacito pero con el aire fresco de la noche recorrí los 10 km que supuse me faltaban. Empecé a ver las luces de Turmi varios Kilómetros antes. Cada vez veía las luces más cerca pero no llegaba nunca.

Por fin entre en Turmi y me dirigí directamente a la tienda de la esquina donde habitualmente compraba bebidas y comestibles. Pedí casi sin poderme bajar de la bici un zumo de mango de un litro que me bebí de un trago ávido de liquido y azucares.
El tendero y un hombre que hablaba con él me preguntaron are you ok? debería de tener la mismísima cara de el agotamiento. Estuve sentado en las escaleras de madera del establecimiento unos 20 minutos bebiendo agua y zumos de mango.

Cuando me recuperé algo después de comer alguna galleta y seguir bebiendo, mi cabeza empezó a ver con más claridad. Me dio tiempo a sopesar  mis prioridades del día siguiente.
Pensé que me debería dar algo de descanso, así que hablé con uno de los motoristas que había allí aparcados. 
Apalabramos un precio para visitar a los Dassanech. Quedamos allí mismo para el día siguiente a cambio de 500 Birr. Iría en su moto en la parte de atrás durante esos 70 km de ida y otros de vuelta hasta Omorate. Esta vez iría como las holandesas que me encontré visitando a los karo. Podría a haber descansado un día y luego visitar a los Dassanech; hubiera descansado en Omorate una noche después de esta experiencia, más otro día que hubiera necesitado para volver. Pero esto me trastocaría bastante el viaje. No tenía tantos días. Así que estaba decidido, al día siguiente iría en moto a Omorate. Iría cómodo y rápido y me vendría muy bien para recuperarme del palizón de aquel día.

Compré algunas galletas más para después y me fui al Tourist hotel.





Cuando llegué al hotel era muy tarde y hacía mucho tiempo que era noche cerrada. En cuanto entré pude ver la cara de preocupación de Erich; por lo visto estaba esperándome desde hacía bastante tiempo. Había estado pensando que me había pasado cualquier cosa, por lo que se alegró bastante por mi regreso sano y salvo.
Les conté por encima mi peripecia del día y pedí que me prepararan una tortilla rápida con lago de pan mientras me duchaba.

Después de la ducha y la cena apenas hablé casi nada con Erich y su hermana Tigist, ni tampoco con la hamer que trabajaba allí. Vieron que estaba agotado y les dije que me iba a la cama.

Y así hice. Creo que no tarde ni un segundo en dormirme. Eso sí, durante la noche me desperté varias veces a beber agua y comer galletas. Necesitaba llenar el depósito.
Mientras comía galletas pensaba que mañana me esperaba otra aventura.

Y algo más:

Esa misma noche, entre buche y buche de agua desperté sobresaltado con la imagen del árbol rosa del desierto o Adeniumobesum socrotranum, ese que no había retratado y del que en esta página he puesto sólo un enlace de otras fotos de Internet.
Y desperté con el árbol en mi cabeza y en la cabeza de las niñas Karo gemelas.
Me levanté de un salto a mirar las fotos de mi cámara y compararlas con la flor del árbol rosa del desierto buscada en el Internet de mi teléfono. Y SÍÍÍÍ, eran las mismas flores.

No había retratado ese maravilloso árbol pensando que a la vuelta y con más tiempo lo haría. Pero resulta que a la vuelta se me hizo tarde y de noche y tampoco pude retratarlo como se merece. El resultado fue el de mi lamento e impotencia.
Pero resulta que había retratado  su esencia y de la manera más bella. Las niñas karo utilizaban diferentes flores para adornarse y preparar sus tocados. Pero las más bellas eran las del  árbol rosa del desierto, y más aún el tocado a modo de diadema que llevaban aquellas niñas preciosas y casi idénticas. 

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