sábado, 22 de febrero de 2020

"Merkato" Addis Abeba



A las 4:30 de la mañana llegué a la parada de Selan Bus en Bahar Dar. El autobús salía a las 5 de la mañana, pero ya había un montón de gente esperando. Algunos con sus maletas preparadas otros con atillos gigantes con sus enseres dentro. 
Mientras esperaba la llegada del autobús pensaba en lo que haría en mi último día en Etiopía, ya que ese día se iría en el viaje. Esperaba con ansia mi visita al Merkato de Addis Abeba, el más grande de África y también bastante singular.


El autobús llego a las 4:47, por lo que entre lo que se tardó en sentarse la gente más en trajín de guardar las maletas, salimos tarde.
Pero esto no fue ningún obstáculo para llegar a la hora prometida, ya que el conductor resultó ser muy rápido, parecía que le iba la vida.
Yo tenía un sitio cómodo en la primera fila de la derecha, con más espacio para las piernas. Pero también era un lugar más peligroso en caso de accidente.

Paramos en un pueblo del que no recuerdo el nombre para comer. Aproveché para cambiar 50 euros a Birr.
En el banco del pueblo estaban asombrados de que cambiara esa cantidad de dinero. Allí, en el mundo rural, 50 euros era mucho más que en las grandes ciudades.

Cuando salí del banco me dirigí al lugar donde había estacionado el autobús, pero este no estaba. Volví sobre mis pasos y tampoco lo encontré. Pasé la zona donde había estacionado y llegué más allá y tampoco aparecía. Estaba un poco nervioso ya que mi pequeña mochila estaba allí. Y sobre todo no podía perder ese autobús, ya que perdería un día.
Así que pregunté a algunos jóvenes que había por allí y por fin me indicaron. El autobús había aparcado de nuevo en el otro lado de la carretera, justo a la izquierda y en contradirección. Estaba 300 metros más allá. ¡Vamos como para despistarse!

Cuando lo encontré me dio tiempo a comer algo con un poco de tranquilidad.

Pasamos otra vez los grandes puertos montañosos y en total paramos tres veces en todo el viaje.
Llegamos a Addis Abeba a las 4:30 de la tarde. Negocié un taxi y me pedían 150 Birr el más barato. Los taxistas no conocían el hotel. Les enseñé la dirección del hotel por escrito tampoco sabían dónde era.
Para llegar a su destino los taxistas tienen que saber el área que en mi caso era el de Kaliti, pero que yo desconocía. Sin el área estaban perdidos.


Cuando llegué al hotel me acogieron fenomenalmente. Era mi segunda llegada a Addis Abeba después de la primera vez, cuando llegué desde el Sur.

Poco después de llegar al hotel salí inmediatamente a comprar tres cintas de embalar para empaquetar la bicicleta. Esta se había quedado en consigna mientras viajaba por el Norte. Subí la bici, la caja y demás enseres; como la  maleta, alforjas y algo de ropa. Para ello necesité varios viajes.

Dos horas me llevó desarmar y empaquetar la bicicleta. La caja estaba bien fortalecida con cinta americana en todas sus aristas y ángulos que sólo debía reforzar el lado de la primera apertura.
Cuando terminé de embalarla me di una ducha y bajé a cenar un buen plato de espagueti en el propio hotel.




Cuando subí a la habitación para descansar me llamaron de recepción para decirme que me llevarían al día siguiente al aeropuerto en una furgoneta. Todo gratuitamente.
Supongo que se sentirían culpables, ya que contraté con ellos la recogida en el aeropuerto cuando llegué desde España y el posterior traslado al hotel. Pero resulta que allí no se presentó nadie. Ahora me ofrecían sus servicios gratis.
Este traslado gratuito sería al día siguiente por la noche.
Aproveché la terraza de mi habitación para tomar algunas fotos de la piscina del hotel durante la noche.




Al día siguiente después de descansar bastante bien en mi enorme y cómoda habitación, desayuné en el buffet libre del hotel a conciencia.
Luego me dirigí al Merkato de Addis Abeba. Para ello cogí el tren que recorre la capital.
Al lado de las vías y en cada estación se despachan los billetes. Pides el destino y te dan un billete para ir donde quieras, según el destino, un precio. Le dije Merkato y me cobraron 4 Birr unos 16 céntimos de euro. Baratísimo.

Llegué al Merkato después de andar un poco una vez dejado el metro. Había leído que el merkato era un enorme caos y es verdad desde el primer momento que lo ves.

Desde la parte alta del mercado, justo donde uno se baja un poco más allá de la parada de tren, se veía una toda una extensión de casas bajas conectadas por calles de adoquines y otras de barro.  Encima de las casas toda clase de mercancías imaginables estaban almacenadas, desde miles de botellas de plásticos, enromes planchas de hierros, montones de ropa usada, zapatillas preparadas para ser lavadas. Todo lo imaginable se podía encontrar en cualquier lado del mercado.

El Merkato  es también llamado Addis Ketema que significa Ciudad Nueva.
Está situado en le distrito de Addis Ketema.

Por lo visto es el mayor mercado al aire libre en África, ya que cubre varios kilómetros cuadrados y allí trabajan unas 13000 personas.
El Addis Mercato fue instituido por las políticas segregacionistas del gobierno colonial italiano.

Era un mercado grandioso y merecedor de verse, sobre todo algunas zonas más que otras, aunque no el más bonito de África. Comparado con los inigualables mercados del Sur, en el Valle del Omo, el Merkato salía perdiendo. Aun así no dejaba de ser curioso y espectacular sin compararlos con las referencias inigualables de los mercados del Sur.

Según bajaba por la calle más ancha, pude observar que casi todas las casas eran de chapas de metal, por lo menos en esa primera zona.
Tres niños jugaban subidos encima de un coche de juguete y parecían realmente dichosos y entretenidos. Les hice un par de fotos y seguí bajando calle abajo.

Era impresionante la gente que trabajaba aquí en jornadas espartanas y en condiciones bastante miserables. Había que ganarse la vida como fuera. Era la versión moderna de las minas de Serra Pelada (Brasil) de Sebastião Salgado, salvando las distancias. No dejaba de ser un gran hormiguero donde cada uno buscaba su hueco para ganarse la vida.


























Un hombre sentado en el suelo enderezaba unas chapas metálicas con una barra de hierro. En un enorme y penoso trabajo manual.
Un trabajo tan simple y duro sólo puede existir en África. Sería impensable alguien realizando esa labor en el mundo occidental
Más allá, grupos de hombres cargaban sacos de leña que estaban amontonados.

Otra tienda vendía grandes cubos de plástico de los que contuvieron cola o pintura en otro momento. Aquí todo tenía una segunda vida y no precisamente tenía que ser de reciclaje.

Otro puesto vendía ruedas viejas, con los restos podían hacerse muchos pares de sandalias.
Muchas sandalias de ese tipo las había visto por todo Etiopía.

En las siguientes casas, grandes cantidades de bidones de plásticos amarillos y azules estaban amontonados y acordonados encima de los tejados de chapa.
También enormes palos de madera, a modo de estacas gigantes, eran amontonados para venderse para fabricar andamios o para lo que fuere.

En medio de la calle, grandes camiones esperaban partir a rumbos desconocidos. Estaban cargados hasta arriba de sacos de rafia coloridos cuyo contenido desconocía. Los sacos no se caían, aunque sobresalían bastante por encima de la pala de carga del camión, ya que estos eran contenidos por enormes estacas de madera y cuerdas.

Un poco más allá dos mujeres y una niña cocinaban unas patatas que estaban preparando en un barreño de plástico. Regentaban una especie de ferretería con escuadras metálicas, clavos tornillos y demás cosas con predominio de hierro.
En frente un hombre arreglaba la suela de un zapato. Regentaba una tienda de hachas y azadones que vendían su parte metálica y oxidada por un lado y en mango de madera por otro. Había también palas y muelles de amortiguadores de coches.

Unos metros más allá descubrí un trabajo que no habría imaginado nunca. En principio pensé que eran jóvenes lavando zapatillas de segunda mano, algunas más nuevas que otras. Apenas tenían agua, unos cubos de plástico y allí unos enjabonaban con gran energía mientras otros frotaban o aclaraban. En el suelo y barreños depositaban algunas zapatillas ya lavabas. Era un trabajo esforzado y constante.
Luego caí en la cuenta de que en realidad era un servicio de lavandería. Allí la gente llevaba sus zapatillas o zapatos y estos eran lavados con una cantidad de agua ínfima. Ya había visto en otras partes de Etiopía como aprovechaban el agua al máximo. Debido a su escasez en algunas zonas.














Pasé unas cuantas calles y casas más y dejé atrás la zona industrial para llegar a la parte del mercado donde se vendían de frutas y verduras. Desaparecieron los hombres y aparecieron las mujeres en estos menesteres.
Ellas impregnaban de un gran colorido al mercado, primero por sus mercancías (frutas y verduras) y luego por su vestidos coloridísimos y gorros vistosos.

Una mujer mayor sentada en el suelo posó para mí con gran dignidad.  A sus pies estaban varios sacos con especias diferentes. Detrás de ella todavía había tiendas que vendían metales u otras cosas de tipo industrial. Estábamos en la zona de transición, todavía había tiendas con hierros y aparatos de todo tipo que convivían con especias y frutas.

Un vendedor tenía toda la mercancía depositada en el suelo sobre manteles de rafia. Tenía muchísimos cables y aparatos desmontados de todo tipo: cafeteras, cocinas eléctricas portátiles, bombillas, enchufes, radios de coche, móviles viejos y muchas más cosas. Siempre habría un comprador para aquellas “maravillas”.

En la tienda de al lado se dedicaban a vender sartenes, cazuelas y cacerolas de tamaño gigantesco. Luego comprobé que esa zona estaba dedicada a la venta de baterías de cocina, por lo que había varias tiendas con gran cantidad de cazuelas.

En otra tienda vendían un líquido de color amarillo que hubiera podido ser aceite. Lo tenían en un bidón metálico el cual tenía un grifo peculiar en su parte superior. Había varias botellas de cristal semillenas y podría ser algún líquido para beber. Más tarde pensé que podría ser vino blanco ya que en el mostrador había un cartel que decía wine. Pero este cartel estaba un poco alejado y allí también se vendían más cosas como jabón y detergente. No pregunté qué tipo de líquido era, así que me quedé sin saber lo que era.

Seguí andando entre zonas embarradas y suelos de adoquines. Encontré una tienda con mezcla de especias, vajillas y cubos de plástico. Ya me iba acercando a la zona más bonita del Merkato, la de las especias
En esa primera tienda con especias estaban colocados en su parte central unos sacos con la preciada mercancía. Pude identificar canela en rama, pero troceada en escamas. También había cardamomo, semillas de hinojo, pimienta negra y clavo. En otro saco identifiqué uno de los tipos de nueces que hay en África. Todo un deleite para la vista y el olfato.

Entré en una zona de callejuelas estrechas donde el género principal eran las especias. Muchas vendedoras vendían la mercancía en una especie de mostradores con forma de anfiteatro, donde en la parte alta estaba la vendedora y el mostrador iba decreciendo en pendiente constante, dando gran vistosidad a las especias.
Las vendedoras se sentaban unas a lado de las otras, por lo que todo el conjunto de mostradores era espectacular.

Había de toda clase de especias de las que identifica algunas. También dominaban en los mostradores las  hierbas y raíces a cual más extrañas. Sólo identifique de las últimas a la yuca o mandioca.  ¡Maravilloso espectáculo!

La gente estaba comprando en ese momento y apenas había sitio para moverse.












Pasé por una zona donde se vendían pan y bollos, olía a harina y a pan recién hecho. Allí un grupo de jóvenes estaban sentados alrededor de una mesa llena de pan y bollos listos para vender. Ellos bebían algo que parecía te. Levanté la cámara a mis ojos y el que parecía el jefe me dio el visto bueno levantando el pulgar para que disparara.

Un poco más allá, dos hombres se afanaban en la costura en plena calle. Utilizaban la máquina de coser con gran maestría. En muchos países de África los que cosen son los hombres.

Seguí deambulando sin rumbo fijo hasta que llegué a otra zona que esperaba con ganas, la de venta de animales. Esta zona estaba mezclada con la venta de fruta y hortalizas. Así que al lado de una mujer que vendía patatas, estaban las gallinas exhibidas en una gran jaula de madera y alambre. Al lado zanahorias, limas y limones se esparcían por telas dispuestas en el suelo embarrado.

A unos metros un hombre tenía otra jaula igual a la anterior con más gallinas. Aparte de estas, también tenía una cabra a la que le quedaba poco tiempo para ser sacrificada una vez vendida. Había visto en varias partes de Etiopía como llevaban a las cabras a los mercados. Las cogían de las dos patas delanteras y tiraban de ellas mientras el vendedor caminaba tan tranquilo. Mientras las cabras se resistían frenándose con sus patas de atrás, sabiendo con certeza de su final estaba próximo.
Me daba bastante pena de estos animales.

Pasé por una zona donde los vendedores disponían su mercancía por el suelo. Allí vendían pimientos, cebollas, guindillas, patatas y ajos. Como en muchas partes de África, se trataba de agricultura de subsistencia. La gente venía al Merkato a vender lo que cultivaba en su terruño.

Luego llegué a un gran espacio techado de madera, como una especie de nave donde vendían patatas y cebollas rojas. Estaban amontonadas en grandes montañas. En medio había una báscula antigua y muchos vendedores y compradores.
Uno de los vendedores descansaba encima de un montón de patatas, pero cuando vio que iba a tirar una foto, puso su mejor sonrisa y posó para mí.

Llegué a una zona más despejada donde se vendían burros. Allí había por lo menos un rebaño de 30 dispuestos para cambiar de dueño. Los había de varias tonalidades; negros, grises, marrones, color canela y todas las gamas intermedias entre los anteriores.

Todos con sus orejas intactas. Digo esto porque recordaba al burro que le faltaba media oreja en Turmi (Valle del Omo). En Turmi pregunté al dueño porqué le faltaba media oreja al burro que tenían atado. Me dijeron que se portaba muy mal y era muy terco y que después de cortarle la oreja anularon su terquedad. Seguramente que también anularon su alma.

Pasé luego por la parte donde se vendían flores. Esa parte era muy colorida pero no muy abundante. No me pareció gran cosa.

Por último, llegué a una zona que era uno de los márgenes del Merkato. El lugar tenía algunas edificaciones y unos porches donde algunos vendedores vendían bolsas de equipaje enormes.










Volví hacia el metro tranquilamente. Cuando llegué, comprobé  el metro no funcionaba ya que se habían quedado sin electricidad, algo que no debe ser muy infrecuente. Después de esperar 30 minutos y no reanudar se el servicio me fui.

Pregunté a un par de personas por un autobús que me llevara a la zona de Kaliti. Al final dos jóvenes me indicaron que autobús debía tomar. Estaban empeñadísimos en llevarme al autobús ellos mismos. Cuchicheaban en amhárico y yo que las veo venir al momento me imaginé lo que me esperaba.
Me dicen que el autobús son 50 Birr y yo les digo que gracias que ya lo tomo solito. Pero ellos quieren que les de el dinero a ellos. Al final se empeñan en subir conmigo al autobús que en ese momento estaba abarrotadísimo.

Me pedían 50 Birr. Le pregunté a la mujer de al lado ¿cuánto costaba el bus? y me dijo que 10 Birr. Así que le pago 10 al conductor y despido a los dos espabilados.

No es por el dinero en sí, ya que 50 Birr eran 2 euros. Pero es fastidioso y fatigoso estar todo el día pendiente de que no te engañen o te suban los precios. Ya lo he dicho alguna vez, estas comprando algo y regateando con el vendedor de turno y viene un tercero que pasa por allí y dice que aquello vale más y sube el precio. Es un deporte nacional estafar y subir el precio al Farangi.

El tráfico en la capital es una locura. Después de dos Kilómetros de recorrido a cámara lenta, me salgo del autobús. Entre otras cosas porque veo un tren por encima de uno de los scalextric de la ciudad. El tren había reanudado su servicio.
Sin querer casi subo a la línea verde en vez de a la azul que es la de Kaliti. Son trenes que van en la misma dirección, pero no terminan en el mismo sitio por lo que hay que atender en que color te subes.  
Este tren también pasa por la plaza donde salen autobuses para cualquier parte de Etiopía.



Cuando llegué al hotel, descansé un poco y dediqué la tarde a comprar regalos para Marga y los chicos. Cené una buena pizza margarita en el propio hotel.
Estaba muerto de hambre. Había podido pesarme y me había quedado en 70 kg. Eso que ya llevaba varios días sin tocar la bicicleta y comiendo sin gastar tantas energías. Eso sí sin parar de moverme en todo el día de un lugar a otro. En total 7 Kg había perdido.
Si me llego a pesar nada más llegar del Sur y antes de partir hacia el Norte de Etiopía hubiera dado un peso bajísimo ya me e encontraba en los huesos y exhausto.

 A las 20:30 llegó la furgoneta que me llevaba gratis al aeropuerto desde el hotel.
 No me cobraron las tasas de salida en el aeropuerto, supongo que ahora las cobran con el visado a la entrada (50$)
Estaba encantado de volar en Ethiopian Airlines, ya que me dejaban llevar dos bultos de 23.5 Kg. Por lo que puedo llevar una maleta con cosas y una caja con la bicicleta y más cosas. Un chollo para el cicloturista.
De nuevo un vuelo muy vacío, por lo que pude echarme en tres asientos para dormir. Aunque casi no dormí por el nerviosismo y emoción de la próxima llegada a España y el poder ver a mi familia.
Terminaba un viaje fabuloso y maravilloso que merece unas últimas palabras: 


Las mismas palabras con las que empecé las memorias de este viaje. 

“Un cicloturista puede llegar a lugares donde no se llega de otra manera, en muchas ocasiones puede llegar incluso al corazón de la gente” 

 “A ritmo de conquistador a caballo, en mi caso de aluminio. Un caballo que permite avanzar muchísimo si se quiere o parar donde se desea, ya que la velocidad a la que se va permite que todo sea observable y vivible en el momento.


Viajar en bici hace que la gente te acoja mejor y empatice con tu esfuerzo y espíritu. Se acercan y curiosean, te dan hospedaje o comida con más facilidad” 


Etiopía: Conmoción de sentidos 

Siempre que uno viaja está dispuesto a dejarse sorprender por todo aquello nuevo que desconocemos.
En este mundo donde nos repetimos en nuestras rutinas, aquello que nos emociona y despierta nuestros sentidos hasta umbrales indescriptibles, es de un valor y una riqueza de magnitudes cósmicas.

Etiopía te sorprenderá por sus singularidades únicas y por sus contrastes abismales entre en Norte y el Sur, pero sobre todo, conmocionará tus sentidos.







No hay comentarios:

Publicar un comentario